Tharan, mientras bebía los últimos tragos de su vino amargo, estiró la mano sin disimulo hacia el cinturón de Eiden. En un gesto rápido y descarado, le sacó el mapa enrollado y lo abrió sobre la mesa, arrastrando jarras y cuencos como si fuera el dueño del lugar.
-Veamos… -murmuró, aplastando el mapa con las palmas para alisarlo.
- ¿A dónde nos toca esta vez? ¿Pantheon estará aquí… o aquí? -dijo, señalando al azar.
Eiden no dijo nada. Lo observaba en silencio, con los brazos cruzados, como si estuviera decidiendo si matarlo ahora o después. Se inclinó un poco para asomarse al mapa que Tharan había desplegado sobre la mesa. Estaba a punto de señalar cuando Lila se levantó de golpe, se inclinó también sobre el pergamino y metió la cabeza junto a la de Tharan.
-No, no, eso no es Pantheon -dijo con seguridad, señalando con el dedo al lado contrario.
Tharan golpeó la mesa con entusiasmo. -¡Exacto! Justo ahí, lo sabía.
Eiden se quedó un segundo mirándolos a los dos, uno señalando al este y la otra al oeste, convencidos como si fueran expertos cartógrafos. Soltó un suspiro, se echó para atrás en la silla y se llevó una mano a la frente, frotándose las sienes en silencio.
Tharan y Lila, mientras tanto, seguían inclinados sobre el mapa, discutiendo como si estuvieran a punto de descubrir un nuevo continente.
Con la seguridad de dos generales expertos… aunque sus dedos señalaban un camino que no llevaba a ninguna parte.
-¡Lo tengo! -exclamó Tharan, enrollando el pergamino con un gesto exagerado y encajándoselo de cualquier manera en el cinturón de Eiden-. Vamos, que perdemos tiempo.
Eiden arqueó una ceja, mirando el mapa mal metido que casi se le caía de la cintura.
Pero antes de que pudiera hablar, Lila alzó la mano. -Un momento. Yo necesito ropa nueva.