⁽ 𝐈. 𝐀𝐥𝐛𝐞𝐬𝐜𝐮'𝐬 𝐝𝐢𝐚𝐫𝐲. 𝐏𝐚𝐠𝐞 𝟓 ⁾

Venía entre las tinieblas y los sonidos de campanas tañendo con una reverberación atronadora. También en el súbito ardor en el valle entre mis senos que me hizo arquear la espalda. Había agujas, o quizá dagas, no lo sabía, pero algo afilado se clavaba en mi pecho con ahínco. Eso pensaba en medio del oleaje violento en el que se había convertido mi consciencia. Me retorcía dolorosamente sobre las ramas y hojas pardas del otoño mientras un murmullo inconexo vibraba en mi garganta. ¿Dónde me encontraba? ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Cómo llegué allí? Sentía un espeso líquido derramarse por mis costillas, también brotaba de la comisura de mis labios como un capullo de lirio rojo en pleno invierno. Un sabor a herrumbre me ahogaba, y ese olor... era intoxicante. 

Entonces lo escuché venir entre las campanas, con un crujido a mi lado y una voz tan grave como lejana. 

—Bienvenida a la eternidad, querida mía.