El sol se filtraba a través de las copas de los árboles mientras Zelgadiss continuaba su viaje solitario. Cada paso lo llevaba más profundo en tierras desconocidas, donde los susurros del viento y el crujir de las hojas eran su única compañía. 

 

A medida que avanzaba, las palabras de Shabranigudú resonaban en su mente recordándole una pista de que solo The Lord of the Nightmares podía liberarlo de su maldición. ¿Por qué Shabranigudú le habría revelado aquella información que parecía ser cierta? ¿Por qué aquel letal y despiadado enemigo había mostrado benevolencia con él? ¿Benevolencia? ¿Qué oscuro designio se escondía tras las palabras de Shabranigdu? 

 

De igual modo, su determinación ardía con cada paso. La pista que buscaba estaba escondida en la historia de la Espada del Dragón Rojo. No le importaba qué escondían las palabras de Shabranigudú, lo único que le importaba es que estaba siguiendo un camino que parecía llevarle hacia aquello que él tanto necesitaba: recuperar su humanidad. 

 

Zelgadiss sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesto a enfrentar cualquier desafío para recuperar su humanidad, aquella que Rezo le arrebató sin derecho alguno. 

 

La búsqueda llevó a Zelgadiss a una aldea remota, donde la gente murmuraba sobre un anciano sabio que poseía conocimientos ancestrales. Zelgadiss encontró al anciano en una modesta cabaña, rodeado de pergaminos antiguos y artefactos mágicos. 

 

Tras contarle su historia, el anciano asintió sabiamente.

 

—La Espada del Dragón Rojo es un tesoro antiguo que se halla perdido en el tiempo desde hace eones —dijo el anciano con una voz rugosa. —Pero dicen que existen registros de su última ubicación en la Biblioteca de los Antiguos. 

 

Zelgadiss agradeció la información y partió hacia la Biblioteca de los Antiguos, una vasta fortaleza de conocimiento custodiada por hechiceros de gran poder. Tras días de viaje, llegó a las puertas de la biblioteca y se anunció ante los guardianes.

 

Dentro encontró pergaminos y tomos que narraban la historia de la Espada del Dragón Rojo. Aprendió que la espada fue entregada por The Lord of the Nightmares a favor de Flare Dragón Ceiphied para luchar contra Shabranigudú, pero su paradero se perdió con el tiempo. Los susurros de la biblioteca revelaron pistas vagas sobre su última ubicación en el interior de un Templo abrigado en el corazón de las Montañas Celestiales.

 

Zelgadiss dejó la biblioteca con un nuevo propósito. Las Montañas Celestiales serían su siguiente destino. El viaje fue largo y arduo, enfrentando terrenos escarpados y condiciones extremas. Pero Zelgadiss estaba decidido, y su firmeza lo llevó a los confines de las montañas.

 

Los rayos del sol, filtrándose a través del dosel de árboles, pintaban destellos dorados en el suelo del bosque que bañaba las Montañas Celestiales. 

 

Con paso firme, avanzaba entre la maleza, sus ojos color zafiro centrados en el mapa que sostenía en su mano. Había pasado semanas explorando antiguos pergaminos y consultando a eruditos en busca de pistas que lo llevaran al misterioso templo donde se decía que descansaba la legendaria Espada del Dragón Rojo.

 

—Cada paso me acerca más a la verdad —reflexionó Zelgadiss, sintiendo una mezcla de anticipación y urgencia. Su determinación no flaqueaba; estaba decidido a recuperar su humanidad, sin importar cuán difícil fuera el camino que lo llevara a su objetivo.

 

De repente, las sombras a su alrededor comenzaron a moverse, retorciéndose y tomando formas inquietantes. Ojos centelleantes emergieron de la oscuridad, rodeándolo en un torbellino ominoso. Zelgadiss apretó su espada con firmeza, preparado para el enfrentamiento que se avecinaba. Estaba completamente rodeado por aquellas sombras.

 

"¿Qué son estas criaturas?", se preguntó en silencio y con sus pensamientos inmersos en la lucha que parecía estar a punto de avecinarse. "¿Serán las creaciones de algún hechicero oscuro?"

 

Las sombras retorcidas parecían cobrar vida a su alrededor, sus formas oscuras ondulando en el aire como serpientes acechantes. Zelgadiss se mantuvo alerta mientras enfrentaba la misteriosa amenaza, sus ojos zafiro centellearon con determinación.

 

—¿Quiénes sois? —gritó Zelgadiss en voz alta. Su voz resonó en el bosque. 

 

Las sombras se agitaron y una voz susurrante resonó en su mente, una voz que parecía estar en todas partes a la vez:

 

—Somos los guardianes nacidos de Sombra Eterna. Venimos del Reino de la Oscuridad. Estamos aquí para proteger lo que está más allá de tu alcance, Zelgadiss Greywords.

 

La respuesta inquietante hizo que Zelgadiss empuñara su espada con más fuerza. "¿Sombra Eterna? ¿De quién demonios están hablando?" pensó en lo más hondo de su ser.

 

—No permitiré que nada me detenga en mi búsqueda —respondió con férrea determinación. —Si debo derrotaros para continuar, entonces que así sea. 

 

Las sombras se contorsionaron en una risa siniestra. 

 

—Eres valiente, Zelgadiss, pero te enfrentas a un poder más oscuro que el que hayas conocido jamás. Tu poder contra Sombra Eterna será inútil. Ansiar la Espada del Dragón Rojo será tu perdición, destruirás todo cuanto te rodea, dañarás a todos los que te importan... y serás testigo de todo el mal que causes. 

 

Zelgadiss apretó los dientes, sintiendo la urgencia de su misión. 

 

—¿Por qué habría de creerte? No necesito que me adviertan sobre los peligros. Si esta espada puede liberarme de mi maldición, estoy dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo.

 

—Tú exacerbado deseo será tu perdición, y tu perdición hará que veamos saciada nuestra sed de venganza, nuestro anhelo de justicia...

 

"¿Sed de venganza?" pensó Zelgadiss tratando de desentrañar el misterio escondido tras aquellas palabras. 

 

—¿A quién debéis vuestra lealtad? —preguntó Zelgadiss.

 

Las sombras giraron en un torbellino a su alrededor, su voz resonando nuevamente en su mente. 

 

—Debemos nuestra lealtad a aquel con el poder de acabar con el mismísimo Mar del Caos... La oscuridad puede ser más tentadora de lo que imaginas, Zelgadiss. Más cruel y letal que la muerte misma... La Oscuridad siempre destruirá a la luz. 

 

Zelgadiss frunció el ceño: "¿Acabar con el Mar del Caos? ¿No se supone que solo la Diosa de la Pesadilla Eterna (The Lord of the Nightmares) tiene el poder de crear los mundos y destruirlos?", pensó. 

 

Zelgadiss bloqueó la voz de las sombras y se centró en su magia y su espada. No permitiría que fuerzas desconocidas lo detuvieran. Con un rugido de determinación, se lanzó al combate, enfrentando a las sombras con valentía y resolución. 

 

Cada golpe de espada y cada hechizo lanzado eran un paso hacia adelante en su búsqueda, sin importar cuán sombrío fuera el camino que tenía por delante.

 

La batalla estalló en una serie de destellos y sombras danzantes. Zelgadiss canalizó su magia con maestría y manejó su espada con precisión enfrentando a las criaturas sombrías con una resolución inquebrantable. 

Los hechizos volaron a través del aire, iluminando el bosque con destellos de luz mientras los ataques oscuros de las criaturas se encontraban con la magia de Zelgadiss.

 

Las sombras se movían con una agilidad desconcertante, esquivando y atacando con una ferocidad que dejaba en claro que obedecían a una voluntad oscura. Zelgadiss se enfrentó a ellas con una determinación implacable, desplegando su magia y su habilidad en cada golpe de espada y en cada conjuro.

 

A medida que la batalla continuaba, las heridas en su cuerpo se acumulaban y Zelgadiss luchaba para mantenerse en pie a pesar del dolor y del agotamiento. No le importaba. Su voluntad no flaqueaba. 

 

Utilizando una magia de proporciones inmensas, Zelgadiss conjuró una devastadora explosión de energía que desgarró a las sombras en todas direcciones. Aquello le dejó un breve respiro en medio del caos. Sin embargo, la fuerza de su propia magia casi lo había agotado por completo. Cayó de rodillas en el suelo exhausto y temblando por el esfuerzo sobrehumano.

 

"Debo continuar", se recordó a sí mismo mientras observaba cómo las sombras se retorcían y se desvanecían en el plano astral. "El templo y la espada deben estar cerca."

 

Con un suspiro agotado, Zelgadiss ajustó su espada y reanudó su camino. A pesar de las heridas y la oscuridad que lo acechaba, sabía que debía avanzar. La Espada del Dragón Rojo podría ser su única esperanza de encontrar la cura para su cuerpo que tanto ansiaba. Con cada paso, su determinación crecía, impulsándolo a seguir adelante.

 

Al final de su arduo camino, emergió ante sus ojos un antiguo templo envuelto en una bruma mística que parecía susurrar secretos olvidados. Sus puertas, que crujieron con un eco ancestral, se abrieron como si invitaran a Zelgadiss a adentrarse en su enigma. Cautivado por el aura de misterio y promesa que emanaba de aquel lugar, Zelgadiss cruzó el umbral con una mezcla de anticipación y respeto.

 

Al internarse en el interior del templo, sus sentidos se agudizaron.

 

En el corazón del antiguo templo, Zelgadiss se encontró con una atmósfera que parecía resonar con la esencia misma del tiempo.

 

Cada paso que daba resonaba como un eco en los pasillos que parecían haber presenciado innumerables historias a lo largo de los siglos.

 

En el corazón del templo, al fin encontró el pedestal donde reposaba la Espada del Dragón Rojo. Emanaba una luz tenue y majestuosa, como si fuera un faro que guiaría a Zelgadis hacia su destino. 

 

Sus ojos zafiro, resplandecientes con una mezcla de emoción y determinación, se fijaron en el arma legendaria que yacía allí. 

 

Cada paso que dio hacia el pedestal resonó con la reverencia de quien estaba a punto de tocar la antigua promesa de esperanza y cambio.