Yūrei Veyrith nació el 7 de diciembre, bajo un eclipse lunar que tiñó el cielo de tonos grises y azules, como si el universo mismo quisiera marcar la llegada de algo imposible. Aunque su apariencia humana muestra a una mujer de 30 a 35 años, en realidad su existencia se extiende por siglos, más allá del tiempo que los mortales pueden comprender. De cabellos plateados perlados con reflejos nacarados, y ojos que parecen guardar constelaciones apagadas, su sola presencia transmite la sensación de estar frente a alguien que pertenece a todos los mundos y a ninguno al mismo tiempo.
Su naturaleza es única e irrepetible. Yūrei no es simplemente un híbrido ni una mezcla común: en ella confluyen todas las fuerzas que normalmente se destruirían entre sí. Lo yokai, lo demoníaco, lo celestial y lo espiritual están unidos en su cuerpo sin desgarrarlo. Ella es un milagro viviente y a la vez una paradoja que nunca debería haber existido. Por esta condición, es temida por muchos clanes y venerada por otros. Algunos la consideran un error del destino, otros un arma sagrada, pero ella nunca buscó ser ninguna de esas cosas: simplemente es.
En la tierra humana, Yūrei eligió el exilio voluntario. Habita una mansión antigua, elegante y apartada, rodeada de bosques profundos, estanques cubiertos de lirios y jardines donde el tiempo parece haberse detenido. La casa misma parece flotar entre dos planos, con corredores que cambian según quién los recorra, y espejos que no reflejan lo humano, sino lo oculto. Vive en soledad, pero no en abandono: cada rincón de ese lugar respira con ella, como si su esencia se hubiese fundido con las paredes.
Aunque vive lejos de sus hijos, siempre está cerca de ellos de otra forma: sabe lo que hacen, presiente sus dolores, y a menudo deja señales sutiles para protegerlos sin que lo noten. Yūrei nunca quiso convivir con ellos porque teme que su naturaleza completa los arrastre a un destino demasiado pesado, pero su amor es constante, silencioso, feroz. Es la clase de madre que se sacrifica desde la sombra para que sus hijos brillen por sí mismos.
En su vida entre humanos, se muestra como una mujer enigmática y de porte noble, alguien que trabaja en campos que le permiten mantener un perfil bajo, pero al mismo tiempo estar en contacto con el conocimiento y lo oculto. Dedica gran parte de sus días a investigar manuscritos antiguos, recolectar artefactos sobrenaturales y preservar secretos olvidados, actuando como guardiana de lo que nunca debería caer en manos equivocadas. No es una guerrera que se exhiba, sino una protectora que actúa antes de que el peligro siquiera se manifieste.
En ella conviven la frialdad de lo demoníaco y lo celestial con la calidez oculta de lo maternal y espiritual. Su carácter es tranquilo, distante y sabio, pero también puede transformarse en tormenta cuando sus hijos corren peligro. Posee un aura que inspira respeto inmediato: la mezcla de miedo, fascinación y reverencia que generan los dioses antiguos.
Su relación con Viktor, Noah y Lysander es la prueba de cómo fragmentó su ser para que ellos no cargaran con todo lo que ella es:
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A Viktor le dio su fuerza más terrenal, lo salvaje y lo demoníaco, convirtiéndolo en guardián y protector.
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A Noah le legó su esencia espiritual y yokai, la capacidad de moverse entre planos y realidades.
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A Lysander le entregó lo más sagrado: lo celestial y divino, la chispa de luz que ella misma no puede portar sin sombras.
Cada hijo es una parte de ella, y aunque ninguno lleva toda su carga, juntos son la prueba de que Yūrei Veyrith no está sola: se ha dividido en ellos para seguir existiendo.
En la historia de los clanes sobrenaturales, Yūrei es mencionada como “la madre de lo imposible”, aquella que quebró las leyes de las razas y aun así sigue caminando entre humanos. Para ella, sin embargo, los títulos no importan: lo único que verdaderamente le pertenece son sus hijos, el eco de su vida y la razón por la que continúa resistiendo a pesar de siglos de soledad.
Yūrei Veyrith es misterio, guardiana, madre y paradoja. Vive en el límite de todos los mundos, demasiado lejana para ser alcanzada, pero demasiado cercana como para ser olvidada.