❝Los que portamos la verdad siempre somos los mas sombríos❞
Melinoë recordaba en su propia piel la primera vez que abrió los ojos al final del día era una diosa, ella la que nació sin un grito, sin fuego, sin caos. La que nació de lo invisible.
Su llegada fue como un susurro en medio del abismo. Melinoë había creció en el vientre de Perséfone como la bruma crece en los bosques: sin prisa, sin peso, como si siempre hubiera estado allí.
Hades tras en incidente donde Melinoë misma se reconoció como suya, observaba con respeto a Perséfone, como si presintiera que esta vez, contrario a Zagreus, no se trataba de fuego, sino de algo más sutil. Ella aun en el vientre sabia que quien era, una presencia que no buscaba ser adorada, sino temida.
Cuando la hora llegó ella solo sintió como llegaba al mundo, como si hasta ese momento se hubiera hecho tangible, real... Y entonces su madre la tomo en brazos. Esa dulce mujer que la amo aun antes de su primer respiro, la miraba como si su sola existencia fuera un milagro, ella tan pequeña, tan callada, miraba con sus ojos de un gris tan pálido como la niebla a su madre, vida hecha mujer. —Melinoë—susurro su madre— Eres la hija de la noche que camina, la heredera de los susurros, la guía de los que no descansan.
Entonces sucedió, el primer susurro, las almas le llamaron reconociendo a su señora, la que los escucharía y en ese momento el rugir de algo aun mas profundo tembló en la mente de Melinoë, un quejido suave, como de quien busca consuelo desesperado en su lecho de muerte broto de sus labios, cruzando la mirada con Hades, su padre y con sus cristalinas manos lo llamo, pidiendo que la tomara en brazos.
Hades se acercó, la tomó con cuidado y por un momento, por único instante, ella pudo sentir sus manos temblar. No de miedo, de reconocimiento. —Ella ve cosas —murmuró— que ni los dioses deberíamos ver. — Entonces, en el protector abrazo de su padre todas las voces callaron como si el mismo señor de la muerte los hubiera amenazado, como si con su sola presencia las almas temieran, como si el jurara proteger a Melinoë de cualquier mal, aun si este era su propio destino.
La bañaron con aguas del Leteo, la envolvieron en telas de sombra y la protegieron de la mirada del Olimpo. Porque Melinoë no vino a desafiar a los dioses, no vino a reclamar tronos ni venganzas. Ella nació para caminar entre lo invisible, para tocar los límites del alma. Para visitar a los vivos en sueños…Y recordarles que todos somos sombra, por dentro y por fuera.
Y tras horas recostada en la cama de sus padres, refugiada de todo aquello que podría dañarle, tratando de conciliar el sueño como su padre había dicho que hiciera antes de dejarle al lado de su madre, apareció ese joven dios de dual mirada diciendo en suave voz que el tambien quería ver a la bebe.
Zagreus, como no reconocerlo con solo oírle, su hermano y protector. La miro con curiosidad, como si vera algo que jamás espero que vería, su negro cabello apenas visible, sus manos traslucidas suplicando por el abrazo de su hermano. —Ella no puede dormir —Fue el quien lo descubrió—Mírala madre, es como si no supiera hacerlo.
Entonces la tomo en brazos, como si tomara su tesoro mas preciado y Melinoë se quedo dormida al instante tras el silencio que la protecion de su hermano le brindo, como si de un somnífero se tratara, durmió por tercera vez pues la primera había sido en los brazos de Perséfone, la segunda cuando su padre la arrullo cantando una canción sobre fuego cayendo del cielo.
Y así fue como los tres dioses tomaron turnos para dejar que la fantasmal creatura pudiera dormir, tomándola en brazos y con los años dejándola dormir a su lado.
Fue criada entre los rincones más secretos del Inframundo, allí donde ni siquiera los ecos se atreven a quedarse, Perséfone le enseño a escuchar las voces de los que murmuran desde el otro lado del velo, a distinguir entre el lamento y el deseo, entre la pena y el engaño.
Caminaba de la mano de Zagreus por pasadizos que solo su madre conocía, donde los sueños de los vivos cruzaban sin saberlo, y los muertos olvidados susurraban nombres que nadie más podía oír.
Hades le enseño a moverse sin ser vista, a tocar un corazón dormido sin perturbarlo, a hablar con los que aún no aceptan que han partido.
Perséfone le mostro cómo el mundo está lleno de almas errantes que solo necesitan una guía suave, una presencia que no imponga miedo, sino paz. Y ella aprendía.
Siempre en silencio, siempre con esa mirada distante y serena, no buscaba respuestas, solo entendimiento.