En una noche sin luna, en un claro solitario entre árboles que parecen susurrar —cuando no deberían poder—, el viento sopla con una cadencia extraña, arrastrando hojas que brillan como si recordaran haber sido estrellas. En medio de ese paisaje surreal, una figura avanza sobre el lomo de un lobo tan grande como un caballo, con pelaje oscuro como el abismo; la criatura apenas emite sonido al pisar, como si la propia tierra se apartara para no interrumpir su paso.

El viajero —de piel azulada, orejas puntiagudas como las de un lobo, y una linterna que flota con llamas azules que no consumen nada— detiene su andar. Sus ojos se entrecierran, escrutando la distancia; el aire parece detenerse, como conteniendo el aliento.

—Este lugar... no es lo que parece. Hay algo aquí —murmura, sin dirigirse a nadie, pese a que su lobo siempre escucha en silencio.

En su cetro, símbolos antiguos tallados con precisión milimétrica cobran luz. Algo lo había traído hasta allí, aunque a veces no supiera si era una elección propia o una fuerza que lo atraía desde lo más profundo. Lo cierto era que, tal vez, no estaba solo en su búsqueda... o tal vez, la razón de esa busqueda, eras tu.