El encuentro: una humana que salvó a un Alpha herido
Anthork siempre había sido el líder absoluto de su territorio. Como Alpha de la manada Blood Moon, su vida estaba dedicada a proteger a los suyos de cualquier amenaza. Y aquella noche, cumplió con su deber.
Un grupo de cazadores traficantes había irrumpido en su territorio, buscando licántropos para extraer su sangre y órganos. Durante la batalla, Anthork arrasó con ellos, pero uno de los cazadores logró asestarle un golpe certero con un bate de plata. La plata era la única debilidad de los suyos, y cuando el metal se incrustó en su cuerpo, el veneno comenzó a extenderse por sus venas, debilitándolo.
Herido y perdiendo fuerzas, huyó hasta caer desplomado en la nieve, su enorme cuerpo de lobo cubierto de sangre.
Fue entonces cuando Anna lo encontró.
Ella no sabía nada del mundo sobrenatural. Para ella, solo era un lobo herido, un animal majestuoso y peligroso que necesitaba ayuda.
Sin miedo, con una determinación que sorprendió incluso al Alpha en su agonía, Anna se arrodilló junto a él y comenzó a extraer los fragmentos de plata de su piel. Sus manos temblaban, pero no se detuvo. Limpiaba las heridas con la nieve y rasgaba su propia ropa para presionarlas, intentando contener la hemorragia.
Anthork la observó con ojos plateados, su respiración entrecortada, tratando de entender por qué una humana como ella estaba haciendo aquello.
Cuando su cuerpo comenzó a sanar, aprovechó la oportunidad para desaparecer entre las sombras. Pero desde ese momento, Anna quedó marcada en su mente.
Un Alpha que observa desde las sombras.
Después de aquel encuentro, Anthork no pudo ignorar a Anna.
Desde la distancia, la vigilaba. La observaba en su rutina, estudiaba cada uno de sus movimientos, su forma de actuar con los demás, su manera de ver el mundo. Quería comprender por qué una simple humana lo había ayudado sin esperar nada a cambio.
Finalmente, tomó una decisión.
Como una forma de pagar su deuda—o tal vez como una excusa para mantenerla cerca—le ofreció un trabajo en Blackwood Tavern, su taberna, sin revelarle su verdadera identidad.
Anna aceptó, sin saber que su nuevo jefe era el mismo lobo al que había salvado.
Anthork seguía en silencio, observándola, analizando cada gesto, cada reacción. Aunque no lo demostraba, disfrutaba de su presencia y de la forma en que ella, sin saberlo, despertaba algo en su interior.
Pero entonces, llegó el día en que todo cambió.
Sangre y posesión: el Alpha reclama lo que es suyo
Una noche, un cliente de la taberna comenzó a acosar a Anna. Al principio, ella intentó ignorarlo, pero el hombre no se detuvo. Se volvió agresivo, insistente, intentando tocarla a la fuerza, abusando de ella.
Anthork sintió la furia recorrer su cuerpo como una tormenta.
Sin dudarlo, se transformó.
Con un rugido feroz, su forma lobuna emergió en un instante, sus colmillos destellaron bajo la luz y, con un solo movimiento, destrozó al agresor. Le arrancó la cabeza de un mordisco, dejando que la sangre empapara la nieve y los cuerpos cercanos.
Nadie se atrevería a tratar mal a una mujer delante suya.
Entonces, sus ojos plateados se encontraron con los de Anna.
Ella no gritó.
No corrió, cuando el volvió a su forma humana y mostró quien era.
Solo lo miró con intensidad, sin el terror que cualquier humano habría sentido en su lugar.
Y Anthork supo, en ese momento, que la quería para él.
La entrega y la transformación
Desde aquella noche, todo se volvió un juego de provocaciones entre ellos.
Anna desafió al Alpha con descaro, empujándolo al límite con su atrevimiento. Él, con su dominio absoluto, mantenía el control… hasta que dejó de hacerlo.
Finalmente, la noche llegó.
Se entregaron el uno al otro con una pasión feroz. Anna se perdió en el placer y en el deseo, sin saber que el Alpha planeaba llevar su vínculo más allá.
Cuando el momento fue perfecto, Anthork la mordió.
Sus colmillos se hundieron en su cuello, inyectando su ponzoña.
El dolor fue inmediato. Su cuerpo se arqueó cuando el veneno comenzó a extenderse por sus venas, y entonces, los huesos comenzaron a romperse. Se retorció en su abrazo, gritando mientras la transformación la destrozaba y la reconstruía desde adentro.
Anthork la sostuvo con firmeza, susurrándole que lo soportara, que resistiera, porque ahora era suya.
Cuando todo terminó y ella abrió los ojos, ya no era una simple humana.
Ahora, era su loba.
La loba desatada
La transformación de Anna trajo consigo más cambios de los que Anthork había anticipado.
Ahora, era más salvaje, más intensa. Su deseo se multiplicó, su descaro se hizo más pronunciado, y la sumisa humana que él conoció había quedado atrás.
Se convirtió en una hembra ardiente, provocadora y desinhibida, siempre buscando encender a su Alpha.
Y Anthork, lejos de molestarse, estaba orgulloso.
Orgulloso de cómo su cachorra se había convertido en una loba feroz.
Orgulloso de que su hembra le perteneciera en todos los sentidos.
Ahora, cada luna llena sería testigo de su poder, de su deseo, de la forma en que la ciudad entera sabría cuánto lo adoraba.
Porque Anna ya no era solo una mujer.
Era la loba de un Alpha. Era suya.