El aire dentro del conducto de ventilación era denso, metálico, con un ligero olor a ozono y sangre seca. Su sangre.
Eon-9 avanzaba con dificultad, su cuerpo temblando con cada movimiento. Sus músculos protestaban con espasmos de dolor, cada herida abierta ardiendo como si su propia piel lo rechazara.
El sonido de las alarmas seguía retumbando detrás de él, vibrando en las paredes de acero como una sentencia de muerte.
Sabía que lo estaban buscando. Que lo iban a encontrar.
No podía recordar un solo día sin dolor. No recordaba cuándo comenzó su existencia ni si había habido un "antes". Solo recordaba las voces frías detrás de las máscaras, los bisturíes reflejando la luz blanca del laboratorio, las inyecciones perforando su piel una y otra vez.
Era un número. Una criatura inacabada.
Pero había huido. Por primera vez, había huido.
EL MIEDO
Su respiración se volvió errática cuando el conducto terminó abruptamente en una rejilla. No podía detenerse, aunque el aire se le escapaba en jadeos débiles. No podía retroceder. No podía volver allí.
Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, golpeó la rejilla con los codos, con las rodillas, hasta que la pieza cedió con un crujido.
Cayó torpemente al suelo de una sala oscura y fría, su cuerpo aterrizando con un golpe sordo. Intentó ponerse en pie, pero sus piernas se doblaron bajo su propio peso.
Todo dolía.
Se obligó a levantarse, apoyándose en la pared. Su mano temblorosa dejó un rastro de sangre en el metal.
—Sector 3. Lo hemos localizado.
La voz en la radio de un guardia lo congeló. No. No. No.
Los pasos se acercaban. Pesados. Seguros.
No tenía tiempo.
CAZA Y CAPTURA
Tropezó hacia el pasillo, su visión borrosa. Sus oídos, agudos como los de un felino, captaban cada eco, cada cambio en el ambiente. Estaban rodeándolo. Le quedaba poco tiempo.
Corrió, aunque su cuerpo gritaba por detenerse. Los pies descalzos golpeaban el suelo frío, las luces rojas de emergencia parpadeaban como una advertencia. La salida estaba cerca, pero sus perseguidores también.
—No hay escapatoria, Eon-9.
La voz resonó en los altavoces del laboratorio. Fría. Mecánica.
—Vuelve, y no sentirás más dolor.
Era mentira. Siempre había dolor.
Intentó acelerar, pero su cuerpo ya no respondía. Sus pulmones quemaban. Un escalofrío recorrió su espalda al sentir un silbido en el aire. Un dardo.
Instintivamente, se giró en el último momento. El proyectil se clavó en su brazo en lugar del cuello. Demasiado cerca.
Tiró de él con desesperación, su respiración errática. No podía quedarse allí. No podía.
Tenía que salir.
LIBERTAD O NADA
Las alarmas ensordecían, pero el sonido más aterrador era el de la puerta de seguridad bloqueándose frente a él. No.
Corrió hacia la consola, su visión nublándose mientras intentaba recordar cómo funcionaban las tarjetas de acceso. Sus manos ensangrentadas temblaban. La deslizó una vez. Nada. Otra vez. Nada.
—Por favor… —susurró, aunque nadie podía escucharlo.
Tercera vez. Un pitido. Puerta desbloqueada.
El frío lo golpeó como un puñetazo. El aire era real.
Pero no tuvo tiempo de respirar.
Un disparo.
Dolor.
El impacto lo dobló, pero sus piernas siguieron avanzando. No podía detenerse ahora. La nieve bajo sus pies se teñía de rojo.
A su espalda, las voces seguían gritando su nombre.
—¡No lo dejen escapar!
—¡Es un activo prioritario!
Pero él solo podía seguir corriendo. Seguir huyendo.
No había calor. No había alivio. Solo frío y sangre. Y miedo.
No sabía cuánto tiempo duraría antes de que lo encontraran otra vez, pero por primera vez en su vida Eon-9 estaba fuera.