-Levanta...- ese pensamiento parecía lejano, como si alguien se lo dijese en la otra habitación.
-Levanta...- se sentía tan débil y torpe como si estuviera bajo el agua.
-Levanta...- esa palabra, esa maldita palabra que no paraba de repetirse como el repiqueteo incesante de un grifo mal cerrado, como el eco perdido en el vacío de un metrónomo que marca el ritmo de una marcha que nadie conoce. Abre los ojos, despacio, a medio camino entre el impuslo iracundo por oponerse a esa voz y la necesidad expresa de obedecer de forma irrefrenable a esa orden.
Parpadea un par de veces y despacio, como si sobre sus hombros recallera el peso del mundo, se va incorporando despacio sonre el suelo de hormigón en el que ha sido derribado.
Una imagen que muestra esfuerzo, fervor y una voluntad inquebrantable, o una escena desquiciante para aquellos que le hicieran caer. Los testigos, atónitos a ese proceso, incrédulos por la sangre derramada, por la paliza que le habían propiciado, con los nudillos aún rojos y las armas aún empuñadas, retrocedían despacio, siguiendo el mismo acorde que los movimientos que el vástago realizaba para volver a ponerse sonbre sus pies.
Escupe sangre a un lado y observa todas las heridas que muestra su cuerpo. Nota como se van cerrando, lenta pero inexorablemente y como su instinto animal le pide a gritos que de rienda suelta a su necesidad por alimentarse. Pensaban que era un transeunte cualquiera al que podían robar, un muchacho de pelo rubio y buenas maneras que merecía dedicarle la atención para sustraerle el reloj y la cartera y ante la resistencia, hicieron uso de la violencia.
-Bien... señores... ya veo la cortesía que se le ofrece a un ciudadano de esta ciudad que se niega a llevar a cabo... vuestras solicitudes...- se acaba de limpiar la sangre con el dorso de la mano.
Los fluorescentes de ese paso a nivel comienzan a parpadear lo que hace que los aresores comiencen a sentir miedo dentro de ellos.
-He de agradecer... de todo corazón... la voluntad qeu le han puesto... y cuánto ha demostrado que en esta ciudad, tienen que seguir cambiando las cosas... de verdad, no saben lo feliz que me han hecho... porque... creía que me estaba oxidando...- la luces comienzana estallar una por una, y las sombras se van haciendo más y más grande, la oscuridad engulle el espacio.
Tan solo se llega a oscuchar el primer grito del hombre más cercano. El resto, no llega a tiempo siquiera de poder entonar un alarido cuando dan con sus cuerpos en el suelo. Para cuando las luces de emergencia se encienden, lo único que se llega a ver es una figura agachada, con los dientes clavados en el cuello de la última víctima.
Para cuando la policía encuentre los cuerpos, parcialmente desangrados, con los huesos rotos y sus torsos llenos de moratones, ninguno recordará lo sucedido, y el que lo haga, será tomado por loco.