Esa noche, Ivory despierta de golpe, su respiración entrecortada y la piel cubierta de un sudor frío que contrasta con el fuego que siente ardiendo en su pecho, y el calor que se extiende por su cuerpo. Su mirada, vacía, perdida, parece ver más allá de las paredes de su habitación, persiguiendo los restos de un sueño incompleto.

Como si algo más fuerte que su voluntad lo jalara, se levanta en silencio, dejando atrás las mantas desordenadas. Sus pies descalzos rozan el suelo frío mientras sale de la habitación con un destino claro.

El pasillo está bañado en penumbra, iluminado solo por la tenue luz de la luna que se filtra a través de las ventanas. Cada paso que da es frugal, sigiloso, casi imperceptible. A su alrededor, las puertas de las habitaciones permanecen cerradas, el internado dormido bajo el manto del silencio, pero Ivory no duda, avanza como si respondiera a un llamado mudo, una necesidad irrefrenable.

Escaleras arriba, encuentra entreabierta la puerta que busca. No toca, no duda, simplemente empuja y entra.

El prefecto, un hombre de mediana edad bastante corpulento, duerme en su cama, de espaldas a la entrada. Ivory camina hasta él, sin pronunciar palabra, sus ojos clavados en el lecho como si buscara algo invisible. Antes de que el hombre pueda reaccionar, Ivory se sienta sobre él, sus movimientos mecánicos, prediseñados, y una sonrisa tomando forma en sus labios.

El prefecto se sobresalta al sentir el peso del alumno sobre su cuerpo, claramente desconcertado, pero se llama a la calma, procurando mantener la compostura.

— Nonn… ¿qué hace usted aquí? Es tarde. Debería estar en su habitación —dice con voz baja, tratando de no alterar la quietud de la noche.

Ivory no responde. Su respiración es lenta y pesada, su expresión vaga, pero hay algo en la oscuridad de sus pupilas dilatadas que absorbe la atención del prefecto.

— Abajo, Nonn, no me obligues a...

ADVERTENCIA: El texto a continuación presenta escenas desarrolladas de manera cruda y explícita. Se recomienda discreción.

El prefecto es un hombre de principios que hace bien su trabajo, nunca ha mirado a sus alumnos con segundas intenciones, sin embargo, no hay razón ni moral que contrarreste el efecto narcótico de la magia empática de la quimera. Para cuando quiere darse cuenta, el hombre ya ha puesto las manos sobre los delgados muslos de su alumno, presionando la carne tierna por sobre el pijama.

— Esto... No deberías estar aquí.

Ivory comienza a acariciar el pecho del prefecto con lasciva lentitud. Sus manos exploran cada centímetro del nutrido torso, sintiendo la fuerza y solidez de los músculos debajo de la fina barrera que es la camiseta que él lleva. Sus caderas se mecen, lento y acompasado, frotando descaradamente su ingle contra la del prefecto.

— Te siento... —murmura el muchacho, y si bien su cuerpo reacciona al estímulo, no hay ninguna emoción en su voz— ...y te necesito. Te he esperado tanto tiempo…

Abrumado y confundido por la repentina muestra de afecto y deseo de Ivory, el prefecto titubea. Nunca experimentó algo así con un estudiante, y no sabe cómo lidiar con la situación, sin embargo, a pesar de la sorpresa, puede sentir como su deseo comienza a despertar bajo las caricias del estudiante; ya es obvio para ambos que su miembro ha comenzado a endurecerse debajo de la sábana.

Con manos temblorosas, el prefecto comienza a desnudar a Ivory, apartando cada prenda de su pijama. Con cada roce sobre la piel desnuda del alumno, siente una oleada de deseo por ese cuerpo joven, rozagante, suave y tibio. Tal delgado, casi etéreo, pero con una fuerza y energía oculta bajo la piel sedosa. Los músculos delicados, pero firmes, especialmente las caderas estrechas y el vientre plano, donde su mirada se pierde por un instante.

Las caderas de Ivory son especialmente atractivas para el prefecto, con esa curva casi femenina que realza la belleza ambigua de la joven figura masculina. No puede apartar los ojos de la piel suave y lampiña que se aprecia tan suave como la seda, sonrosada apenas por la agitación.

— Demonios —el aire caliente y pesado abandona los pulmones del hombre con un resoplido— Eres perfecto.

El pijama cae al suelo, dejando a Ivory expuesto y vulnerable, sentado sobre las caderas del prefecto cuya mente es un hervidero de emociones y pensamientos. El llamado de aquel cuerpo opaca a la culpa, creando nuevas emociones intensas, prohibidas. ¿Por qué no dejarse llevar? Esos oscuros ojos le llaman cada vez más fuerte, y la razón se termina por esfumar.

— Maldición, mira como me tienes, niño. Eres tan jodidamente sexy y tentador... —gruñe, alimentando el deseo del estudiante con esa mirada hambrienta con la que recorre cada centímetro de su cuerpo.

Ivory empuja las caderas contra la erección y arrastra las manos por el pecho del hombre, y el hombre desliza las suyas, de manera errática, sobre la piel sedosa de la quimera, acariciando y apretando con fuerza.

— Ah... Ah... —Ivory puede sentir la fuerza y la rudeza de las manos del hombre en su cuerpo, pero en lugar de miedo o rechazo, solo siente una creciente excitación, alimentada por la forma en que el prefecto comienza a frotarse contra su entrepierna— Ngh... Ah... Ahhh —arrancándole un gemido de placer, atrapándole en un momento— Por fin…

— ¿Por fin? Voy a follarte tan duro, niño, que no podrás volver a sentarse sin pensar en mi —con un gruñido, las palabras y el aliento caliente del hombre golpear la piel de Ivory.

— Sí. Por favor... —ruega la quimera con una voz mucho más aterciopelada y profunda, por un instante, evocando una presencia adulta. El prefecto se extraña, pero la forma en que Ivory se inclina y busca sus labios aparta cualquier duda— Por favor... No puedo esperar más.

Una oleada de placer sacude el enjuto cuerpo del estudiante cuando su lengua se enreda con la del hombre. Pequeños gemidos y espasmos desplazan el silencio de la habitación.

Las suplicas del estudiante surten rápido efecto sobre el hombre. Él, aferrando el cuerpo de la quimera, gruñe y le empuja, le arrastra y acomoda tumbándolo contra el colchón sin ningún cuidado.

— Maldición, niño, no puedo creer que haré esto —bufa, su voz cargada de deseo y una ansiedad incontenible.

La sonrisa parece crecer en el rostro de Ivory. Tan excitado, sin señales de nerviosismo o duda, está listo para lo que venga y, al encontrarse nuevamente con la lengua del hombre, la acaricia, la atrae y saborea dejando solo un delicioso jadeo entre ambos.

— No lo creas. Solo hazlo...

Completamente consumido por la lujuria y la pasión, el prefecto lleva sus besos por la mejilla y el cuello de Ivory. Sus labios y su lengua serpentean con avidez sobre la blanca piel, saboreando poco a poco el cuello y pecho del muchacho, mientras este, abrazando la cabeza del hombre, rasguña suavemente entre sus cabellos. Las manos del hombre palpan la piel húmeda, localizando, torturando los sonrosados pezones, pellizcándolos y retorciéndolos sin piedad. Ivory puede sentir como la carne se endurece, hinchada y sensible bajo el asalto del prefecto, tanto que el más leve roce le hace estremecer de placer.

— Si, así... —la espalda se arquea presionando el pecho contra el rostro del hombre— Toma mi cuerpo y reclama mi alma... Lléname con todo lo que te hago sentir.

— Mierda, tus pezones son tan jodidamente deliciosos... —el hombre se relame mirándolos con ojos hambrientos— Veamos cómo se endurecen en mis dientes —y vuelve a inclinarse para chuparlos con fuerza.

— ¡Ngghhh! —Ivory no puede reprimir los gemidos, arqueándose y retorciéndose en la cama, respondiendo a cada toque y caricia como si estuviera hecho de electricidad, completamente a merced del prefecto y su feroz apetito— Ah... Más… Se siente tan bien...

El prefecto solo gruñe, chupando y mordisqueando los pezones hinchados de la quimera hasta que el calor en su entrepierna se vuelve insostenible. En un instante, tanto la playera como los bóxer del hombre están en el suelo, y el miembro húmedo y caliente del mayor cae, golpetea y toca el del más chico, cuyas piernas ya son prisioneras de sus manos, alzadas y separadas para exponer el camino y sus obvias intensiones.

— ¿Estás listo? —más que una pregunta, es un aviso— Ya no puedo esperar para follarte duro y profundo —y el hombre se deja llevar una vez más mirando el cuerpo expuesto de Ivory.

Sin más preámbulos, se alinea y comienza. Lo que es una seguidilla de roces y una deliciosa fricción, se convierte en una lenta penetración. Ivory puede sentirle palpitar en su interior, grande y apretado, ensanchando el paso con cada movimiento. Un gemido escapa de su boca, fuerte y agudo, su cuerpo tensándose por la profusa intrusión.

— Ahh... no te detengas... —clava sus uñas arañando la espalda del hombre mientras este comienza a moverse en su interior. Con cada empuje, un gruñido y jadeo, la excitación, la ansiedad y el calor creciendo.

La cama rechina, pero nadie parece notarlo.

— Eres tan estrecho... Me estás succionando —dice el prefecto, entre gruñidos, sin dejar de embestir cada vez con mayor fuerza las caderas de su alumno— Voy a romperte en dos.

Ivory solo puede gemir y gorgotear de placer, sintiendo como su cuerpo es llenado una y otra vez por el contundente miembro del prefecto.

Está siendo reclamado y poseído.

Al compás del coito, todo a su alrededor se difumina hasta desaparecer. En sus ojos acuosos solo hay placer, se siente como si estuviera en el cielo y en el infierno al mismo tiempo, ahogándose en un mar de sensaciones que lo abruman por completo. Cada embestida le arranca un nuevo gemido, su cuerpo entero es sacudido por la fuerza del hombre que arremete incansable sobre él. Entonces lo encuentra, eso que buscó y necesita con tanta urgencia. Al fin, se siente lleno, completo, como si el prefecto estuviera tocando su alma a través de la unión de sus cuerpos.

— Ah... No te detengas, por favor... Ah... Te necesito, así, dentro de mi. No te… Ah… Me ven... Me vengo —gime, su voz ronca y entrecortada por la fuerza del orgasmo desencadenado.

Sus párpados caen, su cuerpo se tensa y su espalda se arquea, su interior apretando y ordeñando el miembro invasor. Tiembla, sintiendo como si estuviera volando, como si estuviera en un plano más allá del placer y el dolor, completamente consumido en la lujuria, ahogándose en ella hasta que finalmente encuentra la liberación manchando de blanco el abdomen del prefecto.

— Eso es, niño, pero no hemos terminado. Ahora es mi turno.

En el momento en que llega al orgasmo, el trance se rompe. Ivory yace allí, jadeando y tratando de recuperar el aliento. El prefecto continúa arremetiendo, embriagado de pasión, azotando su cuerpo, mientras la realidad de lo que acaba de suceder comienza a golpear su consciencia. De pronto, Ivory se da cuenta de que es el prefecto quien está encima de él, no el hombre de sus sueños, y la realidad le golpea como un rayo.

Aterrorizado y asqueado, trata de apartar al prefecto de encima, pero este, sumido en una furiosa carrera hacia el orgasmo, se niega.

— Se-señor... —la fina y trémula voz del estudiante distrae al hombre por un instante. Ivory no necesita más para escabullirse de entre sus brazos, pataleando bajo su cuerpo para, con un giro, caer al suelo. Se pone rápidamente en pie y corre hacia la puerta, sin mirar atrás. Baja las escaleras y corre por el pasillo, su corazón desbocado mientras se encierra en su dormitorio, yendo directo a la cama, escabulléndose bajo las mantas y su ilusoria pero efectiva sensación de seguridad.

Las lágrimas corren por su rostro. Disgusto, enojo. Ira.

— ¿Por qué soy así? —dice entre dientes, su voz poco menos que un susurro. Sus manos sobre su cabeza y su cabeza contra las rodillas, ovillado sobre si mismo— Ya no quiero escucharte... ¡Sal de mi cabeza!

Se siente perdido. No sabe cómo enfrentar las consecuencias de lo que ha hecho. Solo sabe que nunca podrá enfrentar al prefecto de nuevo y que tendra que encontrar una manera de sobrevivir al resto de su tiempo en el internado.