El movil vibró sobre la mesa cuando todo parecía en calma. Me estiré, dejando escapar un suspiro a la vez que dejaba la copa al lado del telefono. La luz del atardecer se filtraba por la ventana, proyectando sombras suaves en la habitación. 

Miro la pantalla que se ilumina y veo que es un mensaje de mi hermana. La ansiedad se apodera de mí en microsegundos. Siempre me preocupa pero últimamente sus mensajes son más breves y enigmáticos. Abro la conversación y leo: "¿Podemos hablar? Necesito que vengas."

Me levanto y me miro en el espejo. Mis ojos reflejan la fatiga de una semana llena de sesiones terapeuticas, pero sé que debo estar a la altura. Sin pensarlo, agarro mi abrigo y salgo de casa; el viento fresco me envuelve, y de alguna forma me reconforta.

Mientras camino hacia su apartamento, mi mente es un torbellino de pensamientos que me azotan sin cesar. ¿Estará bien? ¿Qué estará pasando? Intento convencerme de que todo estará bien, que solo es un pequeño bache en su camino. 

Al llegar, presiono el timbre. La puerta se abre lentamente, y en su mirada, que solía brillar con esperanza, ahora veo incertidumbre. Siento una mezcla de amor y preocupación. - ¿Qué pasa? - le pregunto, tratando de sonar tranquila.

Ella se aparta, dejándome pasar. La tensión en el ambiente es palpable y aquello hace que suelte un suspiro silencioso. - Hablemos. - sugiero con suavidad, volviendo mi atención hacia ella. Las palabras comienzan a fluir lentamente, cada una pesada y llena de significado. Sé que esto es más que una simple conversación.