Antoine Valois nació en el seno de una familia de la baja aristocracia en la ciudad de Clermont-Ferrand en 1748. Su familia asidua a las tradiciones conservadoras clásicas, que constaban de la fe en el catolicismo apostólico romano y en las estructuras de la sociedad realista francesa.

Desde pequeño fue inconforme a las ideas de su círculo más cercano, lo que desencanto en diversos desafíos y debates en las mesas y cenas en contra de los puntos de vistas que constituían el estatus quo de la política de la época. Durante este tiempo estuvo envolviéndose en estudios de ideas de la ilustración inspiradas por las pruebas fidedignas plasmadas en el turbulento contexto político que se vivía en el nuevo mundo.  Esto no sentó bien en la familia, cuya mayor pesadilla fue el haber hallado en sus tiernos años de adolescencia la presencia de una de las primeras ediciones de la enciclopedia de Denis Diderot y Jean d’Alembert, otorgada por su tío, uno de los pocos bastiones ideológicos cercanos quién le enseñó de las controversiales ideas revolucionarias. Luego de una humillante golpiza de las manos de su padre, tomó el libro y lo lanzó a las llamas de un horno, suceso que, en vez de apaciguar su alma al conformismo, avivó los tizones de su corazón, marcándolo de por vida y volviéndolo aún más apasionado por los cambios del porvenir.

Como castigo, la oveja negra fue enviada a la gran capital de Paris, asistiendo a los 14 años a la escuela militar de Francia, con la idea de enderezar sus ideales y conductas. Sin embargo, las manos de Antoine no fueron creadas para sostener el rifle y el sable, ni ser manchadas bajo el escarlata de la sangre; No, su gran pasión se hallaba en sostener la pluma y manchar sus manos con la negrura de la tinta. Por ello, más que quedarse en las barracas y asistir a las clases conservadoras de los militares, escapó para mezclarse con el pueblo, haciendo amistades y conociendo amores en sus haberes, viviendo de los recursos que enviaban sus padres desde Clermont-Ferrand, en ignorancia del ausentismo de sus labores. Tras 1 año de vivir con cierta comodidad, la escuela militar informó a través de una carta las rebeldes conductas del muchacho, a lo cual su familia respondió cortándole toda comunicación y envío de dinero, enviándolo directamente a la pobreza.

Antoine Valois por fin conoció el hambre y la angustia del pueblo que tanto defendía. Si bien se mezclaba con ellos por sus ideales, vivió en una total hipocresía, una existencia artificial dentro de la plebe de cuál ahora de forma auténtica, pertenecía. Su estadía en la capital si bien fue sacrificada al abandonar su estatus económico, de lo que quedó en su ser de sus días acomodados, fue su educación clásica y letrada, hallar conversaciones ricas de cultura con diversos intelectuales, enseñar y compartir sus escritos, le abrió la puertas y refugio a casas de distintos revolucionarios y representantes de la ilustración, sin perder el favor con el bajo mundo de la sociedad, su contacto y su constancia a las casas públicas y burdeles, con razón de expiar las preocupaciones del día a día con lo más menospreciado, y de alguna manera, hallar alegría y jolgorio dentro de las calles, la sabiduría de los hombres y la boca de las prostitutas.

Trabajó por 3 años bajo la tutela del infame Jean Paul Marat, sirviendo como asistente en la imprenta de panfletos y diario del “Amigo del Pueblo.” Con quién forjó una amistad y admiración cuasi paternal. Su trabajo consistía desde asistir con la compra de insumos, como la adquisición de información tal como son listas de enemigos a la revolución con distintos colegas y amigos revolucionarios, la promoción y entrega de cargamentos de panfletos con aliados de la revolución, con tal de esparcir la información y conocimiento. Sin embargo, en un desliz fue detenido por los guardias realistas, finalmente siendo asesinado como un perro en las calles. O quizás, eso creyeron, lo que no sabían… Es que, desde ese fatídico día, Antoine Valois era “Diferente.”