Había vuelto a suceder: Su descanso se había visto interrumpido por un peso opresivo en el pecho, una inquietud que se manifestaba en el cuerpo con una intensidad abrumadora: La tensión en sus músculos, la agitación en su respiración y la palpitación acelerada de su corazón eran recordatorios implacables de su falta de escape. Una presión invisible, afilada y despiadada, parecía asfixiarla desde dentro.

A pesar de su resistencia, sabía que este tormento se había convertido en una costumbre fastidiosa, una compañera persistente en su vida más de lo que le gustaría admitir.
Era un verdadero asco.
Las imágenes de sus pesadillas ardían en su mente, alimentando un pánico constante que desafiaba cualquier atisbo de serenidad que, a lo largo de los años, había intentado construir. Esta paradoja dolorosa la atrapaba: a pesar de su inmortalidad y los años acumulados, el terror nocturno la golpeaba con una crudeza que la hacía sentir frágil y vulnerable. Las visiones de sus pesadillas la arrastraban hacia un pasado que no podía cambiar y una realidad que no podía controlar. Aunque sabía que era una lucha absurda, sentía que era una batalla inevitable, una marca indeleble en su alma que no podía desvanecerse.

En un intento por hallar calma, buscó regular su respiración y tranquilizar el latido frenético de su corazón. Con un suspiro hondo, se levantó de la cama, movida por un impulso interno casi involuntario. Sus pies desnudos  se deslizaron sobre el suelo de su pequeño apartamento, donde tomó su vieja guitarra, que reposaba al lado del marco de la puerta de su habitación. Sin pensarlo, se dirigió hacia la ventana del salón, que daba acceso a la escalera de incendios.
Era de madrugada, el cielo aún no estaba completamente despejado, pronto comenzaría a tomar un tenue color perla. Las sombras de la noche se desvanecían lentamente, pero el mundo aún parecía envuelto en un manto de calma y susurros nocturnos. 
Sarah se asomó por la ventana, sus dedos acariciaron el borde del marco. Con la guitarra en una mano, su otro brazo se apoyó en el marco para mantener el equilibrio, saliendo con cuidado. 
El aire fresco la acarició, enredandose entre sus mechones desordenados, trayendo consigo el nacimiento de un suspiro aliviante por parte de la chica pecosa.


El edificio donde actualmente vivía, construido en los años 80, tenía una apariencia desgastada de nostalgia urbana con paredes que a veces parecían de papel, en una estructura que casi parecía un relicario del pasado, al igual que esa escalera de incendios, negra y metálica, que se alzaba en el exterior como una herida expuesta en el costado del edificio. El metal, sólido pero marcado por el paso del tiempo, estaba cubierto de una fina capa de polvo y arenilla, señales evidentes de años de abandono y la constante erosión de la vida en la ciudad. Las manchas de óxido y el frío táctil del metal contrastaban con la calidez residual del aire.
A pesar de su aspecto deteriorado, esta escalera era para Sarah algo más que una simple salida de emergencia; era su refugio, un santuario donde encontraba una paz efímera cuando las pesadillas y la inquietud se apoderaban de ella con la precisión de un abrazo sombrío.

Cada peldaño que pisaba producía un eco metálico, una resonancia que parecía acentuar su avance mientras se sentaba en uno de ellos. Sarah se integraba casi como una extensión de la estructura. Su espalda descansaba contra la barandilla, que crujía suavemente con cada movimiento. Vestida con una holgada camiseta amarilla con un logo descolorido, sintiendo el frio pleno en sus piernas, pero no parecía importarle.
Acomodó la guitarra en sus piernas y la ajustó en sus manos, una guitarra longeva con una carcasa de madera añeja, graciosamente con una pegatina en forma de rana, amarilla y verde, colocada en la parte inferior de la caja de resonancia. La pegatina, descolorida por el tiempo, era un recuerdo de sus años de juventud que ha perdurado tanto como ella misma. 
Sin dudarlo, comenzó a tocar. Sus dedos se movían con una confianza adquirida por el tiempo, rasgueando las cuerdas con una precisión que parecía contrarrestar el desasosiego que aún sentía. Cada nota surgía de las cuerdas, clara y melódica, mezclandose con el murmullo de la ciudad. La música, aunque suave, se convertía en una fuerza potente, una forma de enfrentar el eco onírico y encontrar un respiro temporal en la calma en la interminable reflexión diurna.

El sonido que provenía de la guitarra llenaba el espacio alrededor de ella como un escudo protector, creando un contraste reconfortante con el ruido de la ciudad que tampoco parecía dormir. La melodía se desplegaba en el aire, cada acorde una declaración silenciosa de su estado emocional que no tardó en acompañar a su voz murmurada en un homenaje a Lucy Rose.

{It's not hard searching for a reason}

Mientras tocaba y cantaba, Sarah contemplaba la ciudad que se desplegaba ante ella, un vasto tapiz de luces titilantes y sombras en movimiento que se extendían hasta el horizonte, abarcando bloques y hogares distantes, parecían estrellas atrapadas en una red de concreto y acero, y el murmullo constante de la vida urbana; el zumbido lejano de los automóviles y el susurro del viento se entrelazan en una banda sonora interminable, en la que ella misma se funde.
Cada acorde de la guitarra se convertía  en una conversación silenciosa consigo misma, un diálogo introspectivo que exploraba los rincones más profundos de su alma. Se sentía como una espectadora en su propia vida, distante de las realidades que han cambiado a su alrededor, como una figura en un escenario lejano y ajeno.
Se encontraba en el borde de la participación y la observación. Tratando de reconciliar una sensación de desajuste palpable, de estar atrapada en una lucha interminable con sus propios miedos y ansiedades independientemente de su experiencia y longevidad, creando una dualidad en la que la calma y el caos coexisten en un equilibrio frágil... Pero ahora tan solo, creaba una "reconciliación" de las pesadillas que la perseguían aún a intentar esconderlas en un refugio temporal

{To believe that I'm something}

Las notas de la canción, susurradas en voz baja, se fundían con el viento, tejiendo una melodía íntima que solo ella parece comprender en el diálogo introspectivo que ha creado. Cada acorde es un susurro de su alma, un lamento y un consuelo al mismo tiempo, flotando en el aire fresco de la madrugada. La melodía se deslizó entre los sonidos distantes de la ciudad, como si el viento mismo llevara consigo las emociones y los pensamientos que no puede expresar de otra manera.
Cuando la última nota se desvaneció trajo un silencio denso y reverente, interrumpido solo por el eco lejano de la ciudad. Ella abrazó ligeramente al instrumento, su mejilla descansando con suavidad sobre el mástil desgastado. Su mirada se perdió en el caos de luces en la distancia, las cuales parecían guiar su reflexión con su intermitente parpadeo.
Una sonrisa cansada y vagamente melancólica se dibujó en su rostro, un gesto que ocultaba el nacimiento de un suspiro profundo, de un latido de reconocimiento, una aceptación tranquila de su lugar en el vasto tapiz de la vida, mientras la ciudad abajo seguía girando en su incesante danza... Y ella, tan solo se sentía detenida en una ajena realidad.

Su vida habia sido una serie de episodios interconectados, cada uno marcado por una realidad cambiante. Y, sin embargo, en su interior, sentía que no vivió más que una fracción de lo que podría haber experimentado. La sensación de desajuste era palpable, como si estuviera atrapada entre dos mundos: el de la inmortalidad y el de la realidad cotidiana que sigue adelante sin ella.

Pero al menos, pudo sonreír de nuevo esa noche para volver a empezar. 


https://www.youtube.com/watch?v=GWpvtTNJPVM