Llegar a Svartalfheim había estado complicado, había tardado demasiado y el tiempo jugaba en su contra. No se creía que Odín no se hubiese percatado aún de que el lobo andaba suelto, pero que no hubiese ido a por él ya era, cuanto menos, sospechoso. No se fiaba en lo más mínimo. Pero por fin estaba allí, ya no faltaba mucho. Encontrar a los enanos fue sencillo, en realidad, pues al principio, al no reconocerle, solo lo miraban con curiosidad. Cuando se dieron cuenta de quién era, ya era tarde.

 

—Por favor no nos mates —dijo uno de ellos, con voz temblorosa, encogido.

 

—Vosotros debéis ser los enanos que construyeron el Gleipnir —dijo él, mirando a los dos hombres frente a él.

 

—Sí, ¿y qué? —el otro enano era más cascarrabias, parecía valiente, quizá fuese estúpido, pero el caso es que si Fenrir le daba miedo sabía ocultarlo muy bien. El jötunn se apoyó entonces en su mesa de trabajo.

 

—Vengo a proponeros un trato —eso captó la atención de ambos enanos, que se miraron entre sí, antes de mirar a Fenrir. —Yo os perdono la vida por haber ayudado a los Aesir a encadenarme injustamente y vosotros, a cambio, hacéis lo que mejor sabéis hacer: un arma —pero el más cascarrabias tenía algo que decir.

 

—¿Cómo sabemos que no nos matarás igualmente? —ante aquello el gran lobo lo miró, sus ojos destelleaban un ámbar oscuro.

 

—Porque no soy un ser despiadado como Odín quiere que todo el mundo piense. Pero ten por seguro que si no lo hacéis sí que os mataré y disfrutaré haciéndolo.  

 

—Está bien, está bien, la haremos —el más temeroso de los dos accedió rápido. El otro, aunque no quería que un hijo de Loki empuñase semejante arma como una hecha por ellos dos, creyó a Fenrir cuando le dijo que les perdonaría la vida de verdad.

 

Y por supuesto que no era un arma cualquiera, no. Se trataba una capaz de hacer frente a Mjolnir y a la mismísima Gungnir. Fenrir no iba a tentar a la suerte, no buscaba la guerra con Asgard, pero estaría preparado para ella, pues sabía que irían a por él, tarde o temprano. Salió del taller de los enanos, con el arma a su espalda, sin mirar atrás. Odín pronto sabría que la tenía y el lobo contaba con ello.