En el principio no había nada y de la nada misma surgió la magia, el origen de todo. Poco a poco, de ella, fue surgiendo el universo: planetas, estrellas, distintos mundos… Y en medio de todo ello dio forma a un ser divino, dorado como la luz más sagrada, con su cuerpo recubierto de escamas, con grandes alas a su espalda y una enorme cola. A este ser le concedió su poder, en todo su esplendor. Así nació el primer dragón.
Pronto vinieron más, de distintos tamaños, formas y colores, dando forma a la primera civilización de la historia, el reino de Arcadia, con aquel primer dragón dorado como su rey. Cuando fueron suficientes les fue revelada, por fin, su misión. Pudieron ver el Equilibrio del universo, sabio y perfecto que tendía a estabilizarse, mas era posible alterarlo, corromperlo, desestabilizarlo. Entendieron que debían protegerlo, pues las consecuencias podrían ser apocalípticas. Muchas han sido las veces en las que un dragón ha salvado al universo del colapso, muchas las historias y leyendas que han ido surgiendo alrededor de ello, en todos los rincones del universo. Tanto es así que en muchas culturas se les venera como a dioses, otras incluso por encima de los mismos. Pero no todas esas historias tienen un final feliz.
Rara era la vez que un dragón no volvía de su misión, aún más que fallase, pero tampoco era algo imposible. Por muy poderosos que fueran, nada es invencible, todo tiene su punto débil, el Equilibrio es sabio y para todo tiene una laguna, un vacío legal. Los dragones no son ninguna excepción.
Una anomalía, una en principio leve, relativamente inofensiva, pero que debía ser interceptada, pues cualquier anomalía podía tener efectos catastróficos de no ser atendida a tiempo. A esta misión fueron enviados varios dragones, uno detrás de otro, pues ninguno parecía ser capaz de solucionar la anomalía presente y ninguno volvía nunca. Desaparecen sin dejar rastro, sin siquiera una llamada de auxilio, absolutamente nada, como si nunca hubieran existido. Cuando el último dragón dejó de dar señales de vida, un joven Alzhan partió en su búsqueda, desobedeciendo las órdenes de sus superiores. Lo que vio al llegar a su destino le helaría la sangre a cualquiera, algo de lo que apenas hablaría con nadie. Por suerte pudo volver de la mano de su compañero y lo hicieron pidiendo directamente una audiencia con el rey, para contarle lo que estaba pasando. Así fue, pese a su insubordinación, como Alzhan fue nombrado caballero dragontino, el más alto rango de los ejércitos de Arcadia.
Poca información se tenía sobre aquel enemigo al que ahora se enfrentaban. Nadie sabía de qué se trataba, ni su objetivo ni el alcance de su poder. Lo único que sí conocían eran el destructivo alcance que poseía, pues no dejaba nada a su paso, ni heridos ni prisioneros. Los únicos dos seres que se habían enfrentado a él y habían salido con vida fueron Alzhan y aquel dragón al que fue a salvar de las crueles fauces de aquella entidad. Por desgracia no sería la última vez que se enfrentarían a aquello, puesto que se les acabó asignando la tarea de estudiarlo y, finalmente, destruirlo. Viajaron de mundo en mundo, buscando a alguien que tuviese alguna respuesta, algo que pudiese arrojar algo de luz a aquella incógnita, mas no encontraron sino más preguntas, ninguna respuesta.
Fue en un mundo lejano, poco evolucionado, que se toparon con una leyenda que hablaba de aquel peligro, un acertijo inacabado que no conseguían descifrar. Aquel viaje, que pensaban que era una pequeña victoria, resultó ser otra herida irremediable más al reino de Arcadia. Aquel enemigo los había encontrado, debían enfrentarse a él una vez más, solo que esta vez solo uno de ellos salió con vida. Con aquella leyenda en sus manos, el ego herido y el corazón roto, Alzhan volvió al reino, más determinado que nunca a cumplir su deber y un rayo de esperanza que, aunque tenue, era una realidad a la que se iba a aferrar durante siglos.