La famosa bailarina del Teatro Zubayr. Su estilo de danza es elegante y agraciado, y posee un carácter puro y bondadoso.
  • Género Femenino
  • Raza Humana
  • Fandom Genshin Impact
  • Bailarina
  • Soltero(a)
  • Cumpleaños 14 de octubre
  • 28 Publicaciones
  • 32 Escenas
  • Se unió en noviembre 2023
  • 33 Visitas perfil
Otra información
  • Longitud narrativa
    Una línea , Semi-párrafo , Párrafo , Multi-párrafo
  • Categorías de rol
    Acción , Anime & Mangas , Aventura , Comedia , Contemporáneo , Drama , Fantasía , Romance , Slice of Life , Suspenso , Terror , Videojuegos
Fijado
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  • El teatro Zubayr brillaba con la calidez de cientos de lámparas que colgaban del techo como estrellas capturadas. El murmullo de la audiencia llenaba el aire, un susurro expectante que se extinguió cuando las cortinas de terciopelo comenzaron a abrirse lentamente.

    Nilou estaba sola en el centro del escenario. El suelo bajo sus pies, decorado con intrincados mosaicos, parecía cobrar vida bajo la luz que caía sobre ella. Sus ojos recorrieron el espacio, encontrando consuelo en la familiaridad del teatro. Este lugar no era solo un escenario; era un santuario.

    Cuando comenzó la música, un dulce y melancólico tar de cuerdas y flautas, Nilou cerró los ojos. Su primer movimiento fue un simple paso, casi imperceptible, pero cargado de intención. En ese instante, no había espectadores, no había paredes. Solo existía la danza y la conexión que ella sentía con la tierra, el aire, y la historia que estaba a punto de contar.

    Sus brazos se alzaron, fluidos como el agua del puerto de Sumeru, evocando imágenes de ríos que serpenteaban a través de los bosques. Cada giro era un pétalo que caía suavemente al suelo, cada salto un ave que ascendía al cielo. Mientras danzaba, sentía como si el teatro mismo respirara con ella, como si las piedras y las maderas antiguas reconocieran el lenguaje de sus movimientos.

    El calor de las lámparas acariciaba su piel, pero lo que más sentía era el latido de su propio corazón, acompasado con la música. Para Nilou, bailar no era un acto consciente; era una rendición. Se entregaba completamente a la melodía, dejando que guiara cada paso, cada curva de su cuerpo.

    Cuando la música alcanzó su clímax, Nilou giró una última vez, su falda ondulando como un mar en tormenta. Al detenerse, abrió los ojos y vio a la audiencia, sus rostros iluminados por una emoción indescriptible. En ese instante, supo que su danza había tocado algo profundo, algo que las palabras nunca podrían alcanzar.

    El teatro estalló en aplausos, pero Nilou no escuchaba. Sus pensamientos estaban lejos, en la calma que seguía al torrente, en el eco de sus propios sentimientos: gratitud, libertad y el inquebrantable amor por el arte que siempre había sido su refugio.
    El teatro Zubayr brillaba con la calidez de cientos de lámparas que colgaban del techo como estrellas capturadas. El murmullo de la audiencia llenaba el aire, un susurro expectante que se extinguió cuando las cortinas de terciopelo comenzaron a abrirse lentamente. Nilou estaba sola en el centro del escenario. El suelo bajo sus pies, decorado con intrincados mosaicos, parecía cobrar vida bajo la luz que caía sobre ella. Sus ojos recorrieron el espacio, encontrando consuelo en la familiaridad del teatro. Este lugar no era solo un escenario; era un santuario. Cuando comenzó la música, un dulce y melancólico tar de cuerdas y flautas, Nilou cerró los ojos. Su primer movimiento fue un simple paso, casi imperceptible, pero cargado de intención. En ese instante, no había espectadores, no había paredes. Solo existía la danza y la conexión que ella sentía con la tierra, el aire, y la historia que estaba a punto de contar. Sus brazos se alzaron, fluidos como el agua del puerto de Sumeru, evocando imágenes de ríos que serpenteaban a través de los bosques. Cada giro era un pétalo que caía suavemente al suelo, cada salto un ave que ascendía al cielo. Mientras danzaba, sentía como si el teatro mismo respirara con ella, como si las piedras y las maderas antiguas reconocieran el lenguaje de sus movimientos. El calor de las lámparas acariciaba su piel, pero lo que más sentía era el latido de su propio corazón, acompasado con la música. Para Nilou, bailar no era un acto consciente; era una rendición. Se entregaba completamente a la melodía, dejando que guiara cada paso, cada curva de su cuerpo. Cuando la música alcanzó su clímax, Nilou giró una última vez, su falda ondulando como un mar en tormenta. Al detenerse, abrió los ojos y vio a la audiencia, sus rostros iluminados por una emoción indescriptible. En ese instante, supo que su danza había tocado algo profundo, algo que las palabras nunca podrían alcanzar. El teatro estalló en aplausos, pero Nilou no escuchaba. Sus pensamientos estaban lejos, en la calma que seguía al torrente, en el eco de sus propios sentimientos: gratitud, libertad y el inquebrantable amor por el arte que siempre había sido su refugio.
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  • Un día normal para Nilou

    El sol apenas despuntaba en el horizonte, y la ciudad de Sumeru se llenaba de los susurros de la vida que despertaba. Nilou, con su cabello rojo brillando bajo la luz matutina, salía de su pequeño hogar detrás del Gran Teatro Zubayr, lista para comenzar su rutina diaria.

    Lo primero en su lista era visitar el mercado. Con una canasta en mano, recorría los puestos con una sonrisa amable, deteniéndose para saludar a los vendedores y escuchar sus historias. Siempre tenía tiempo para una charla breve, ya fuera con el frutero que le ofrecía dátiles frescos o con la anciana que vendía especias aromáticas.

    Después de llenar su canasta con frutas, hierbas y flores, regresaba al teatro. Aquel lugar no solo era su trabajo, sino también su refugio. Nilou colocaba las flores frescas en jarrones que decoraban los camerinos, llenando el ambiente de vida y color. Luego, comenzaba los ensayos con el resto de los bailarines. Los rayos de sol se filtraban por las ventanas altas, iluminando los movimientos fluidos que realizaba al compás de la música.

    “¡Una vez más!”, exclamaba con entusiasmo, animando a sus compañeros a repetir una coreografía compleja. Para Nilou, la danza no era solo una forma de expresión, sino un puente entre las emociones humanas y la naturaleza. Cada giro, cada paso, era una celebración de la vida misma.

    Por la tarde, tras los ensayos, Nilou encontraba un momento de tranquilidad junto al estanque cercano al teatro. Allí, bajo la sombra de los árboles, practicaba movimientos suaves mientras las flores de loto flotaban en el agua. A menudo, los niños del vecindario se acercaban, fascinados por su gracia. Ella les enseñaba pequeños pasos, riendo con ellos mientras intentaban imitarlos.

    Al caer la noche, el teatro se llenaba de expectantes espectadores. Nilou, ahora vestida con su traje de danza adornado con joyas y seda, se preparaba para el espectáculo. El aroma del incienso llenaba el aire mientras ella cerraba los ojos, tomando un momento para concentrarse. Cuando las luces se apagaban y el primer acorde resonaba, Nilou se convertía en una visión etérea, moviéndose con una elegancia que hipnotizaba a todos los presentes.

    Cuando la función terminaba, Nilou salía al escenario para recibir los aplausos, agradecida por poder compartir su arte con el mundo. Exhausta pero feliz, regresaba a casa bajo la luz de la luna, soñando con el próximo día en el que podría volver a bailar, transmitir su amor por la vida y, quizás, inspirar a otros a hacer lo mismo.

    Un día normal para Nilou El sol apenas despuntaba en el horizonte, y la ciudad de Sumeru se llenaba de los susurros de la vida que despertaba. Nilou, con su cabello rojo brillando bajo la luz matutina, salía de su pequeño hogar detrás del Gran Teatro Zubayr, lista para comenzar su rutina diaria. Lo primero en su lista era visitar el mercado. Con una canasta en mano, recorría los puestos con una sonrisa amable, deteniéndose para saludar a los vendedores y escuchar sus historias. Siempre tenía tiempo para una charla breve, ya fuera con el frutero que le ofrecía dátiles frescos o con la anciana que vendía especias aromáticas. Después de llenar su canasta con frutas, hierbas y flores, regresaba al teatro. Aquel lugar no solo era su trabajo, sino también su refugio. Nilou colocaba las flores frescas en jarrones que decoraban los camerinos, llenando el ambiente de vida y color. Luego, comenzaba los ensayos con el resto de los bailarines. Los rayos de sol se filtraban por las ventanas altas, iluminando los movimientos fluidos que realizaba al compás de la música. “¡Una vez más!”, exclamaba con entusiasmo, animando a sus compañeros a repetir una coreografía compleja. Para Nilou, la danza no era solo una forma de expresión, sino un puente entre las emociones humanas y la naturaleza. Cada giro, cada paso, era una celebración de la vida misma. Por la tarde, tras los ensayos, Nilou encontraba un momento de tranquilidad junto al estanque cercano al teatro. Allí, bajo la sombra de los árboles, practicaba movimientos suaves mientras las flores de loto flotaban en el agua. A menudo, los niños del vecindario se acercaban, fascinados por su gracia. Ella les enseñaba pequeños pasos, riendo con ellos mientras intentaban imitarlos. Al caer la noche, el teatro se llenaba de expectantes espectadores. Nilou, ahora vestida con su traje de danza adornado con joyas y seda, se preparaba para el espectáculo. El aroma del incienso llenaba el aire mientras ella cerraba los ojos, tomando un momento para concentrarse. Cuando las luces se apagaban y el primer acorde resonaba, Nilou se convertía en una visión etérea, moviéndose con una elegancia que hipnotizaba a todos los presentes. Cuando la función terminaba, Nilou salía al escenario para recibir los aplausos, agradecida por poder compartir su arte con el mundo. Exhausta pero feliz, regresaba a casa bajo la luz de la luna, soñando con el próximo día en el que podría volver a bailar, transmitir su amor por la vida y, quizás, inspirar a otros a hacer lo mismo.
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  • El aire se llena de una fragancia dulce y fresca mientras Nilou, la bailarina del Zubayr, camina por el mercado. Cada paso es ligero, casi danzante, y sus ojos brillan con una mezcla de curiosidad y alegría. Para ella, cada rincón de la ciudad es una sinfonía en constante movimiento, y su corazón se siente en sintonía con cada nota.

    Hoy, el sol cae con suavidad sobre las calles, pintando de oro los rostros de las personas y dando un brillo especial a las cintas que adornan su cabello. Nilou se detiene frente a un pequeño puesto de flores, extiende una mano delicada hacia un ramo de lavandas y, por un instante, cierra los ojos mientras inhala su aroma. En su mente, las flores son mucho más que un simple arreglo; son un símbolo de esperanza y vida, un recordatorio de que hasta en los lugares más áridos, la belleza puede florecer.

    "¿Te gusta bailar?" pregunta una niña a su lado, observándola con una mezcla de timidez y admiración.

    Nilou abre los ojos y sonríe, inclinándose hacia la pequeña. —Bailar es como hablar con el alma, como contarle al viento lo que sientes en el corazón.—

    La niña asiente con entusiasmo, y Nilou, en un impulso de ternura, toma la mano de la niña y le enseña un giro simple, que la pequeña ejecuta entre risas y asombro. Cuando la niña se despide, Nilou sigue su camino con una sensación cálida en el pecho. Para ella, cada encuentro es un pequeño regalo, una chispa que alimenta la llama de su propia danza.

    Mientras el día se convierte en noche, Nilou regresa al Zubayr, lista para otra actuación. En el escenario, deja que su cuerpo hable en movimientos fluidos, en gestos que trascienden las palabras. Cada paso, cada giro, es una promesa de esperanza y de alegría. La audiencia la observa, hipnotizada, pero Nilou baila más allá de ellos, para ella misma, para el amor a la vida, para cada momento efímero que ha tocado su corazón.

    El aire se llena de una fragancia dulce y fresca mientras Nilou, la bailarina del Zubayr, camina por el mercado. Cada paso es ligero, casi danzante, y sus ojos brillan con una mezcla de curiosidad y alegría. Para ella, cada rincón de la ciudad es una sinfonía en constante movimiento, y su corazón se siente en sintonía con cada nota. Hoy, el sol cae con suavidad sobre las calles, pintando de oro los rostros de las personas y dando un brillo especial a las cintas que adornan su cabello. Nilou se detiene frente a un pequeño puesto de flores, extiende una mano delicada hacia un ramo de lavandas y, por un instante, cierra los ojos mientras inhala su aroma. En su mente, las flores son mucho más que un simple arreglo; son un símbolo de esperanza y vida, un recordatorio de que hasta en los lugares más áridos, la belleza puede florecer. "¿Te gusta bailar?" pregunta una niña a su lado, observándola con una mezcla de timidez y admiración. Nilou abre los ojos y sonríe, inclinándose hacia la pequeña. —Bailar es como hablar con el alma, como contarle al viento lo que sientes en el corazón.— La niña asiente con entusiasmo, y Nilou, en un impulso de ternura, toma la mano de la niña y le enseña un giro simple, que la pequeña ejecuta entre risas y asombro. Cuando la niña se despide, Nilou sigue su camino con una sensación cálida en el pecho. Para ella, cada encuentro es un pequeño regalo, una chispa que alimenta la llama de su propia danza. Mientras el día se convierte en noche, Nilou regresa al Zubayr, lista para otra actuación. En el escenario, deja que su cuerpo hable en movimientos fluidos, en gestos que trascienden las palabras. Cada paso, cada giro, es una promesa de esperanza y de alegría. La audiencia la observa, hipnotizada, pero Nilou baila más allá de ellos, para ella misma, para el amor a la vida, para cada momento efímero que ha tocado su corazón.
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    || Se busca hombre chichón y fiel. Requisitos aparte de esos? Que sea ciego para que no vea viejas chichonas. (?????)
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  • Nilou danzaba bajo la luna, cada movimiento fluido como el agua. Los pétalos que la rodeaban parecían seguir el compás de su música interna, mientras sus pies descalzos apenas tocaban el suelo. En ese instante, no era solo una bailarina, sino la conexión viva entre la naturaleza y el arte. Su sonrisa irradiaba serenidad, aunque en sus ojos brillaba un leve atisbo de nostalgia. Al final de la danza, el mundo pareció suspirar, como si por un momento todo hubiese estado en armonía con su esencia.
    Nilou danzaba bajo la luna, cada movimiento fluido como el agua. Los pétalos que la rodeaban parecían seguir el compás de su música interna, mientras sus pies descalzos apenas tocaban el suelo. En ese instante, no era solo una bailarina, sino la conexión viva entre la naturaleza y el arte. Su sonrisa irradiaba serenidad, aunque en sus ojos brillaba un leve atisbo de nostalgia. Al final de la danza, el mundo pareció suspirar, como si por un momento todo hubiese estado en armonía con su esencia.
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