• 𝙀𝙨𝙩𝙤𝙮 𝙖𝙡𝙜𝙤 𝙣𝙚𝙧𝙫𝙞𝙤𝙨𝙤... 𝙃𝙚 𝙥𝙖𝙨𝙖𝙙𝙤 𝙥𝙤𝙧 𝙘𝙖𝙙𝙖 𝙘𝙖𝙡𝙡𝙚𝙟𝙤́𝙣 𝙮 𝙣𝙤 𝙡𝙖 𝙚𝙣𝙘𝙪𝙚𝙣𝙩𝙧𝙤, 𝙤𝙩𝙧𝙖 𝙫𝙚𝙯... ¿𝙇𝙚 𝙝𝙖𝙗𝙧𝙖́ 𝙥𝙖𝙨𝙖𝙙𝙤 𝙖𝙡𝙜𝙤?
    𝙀𝙨𝙩𝙤𝙮 𝙖𝙡𝙜𝙤 𝙣𝙚𝙧𝙫𝙞𝙤𝙨𝙤... 𝙃𝙚 𝙥𝙖𝙨𝙖𝙙𝙤 𝙥𝙤𝙧 𝙘𝙖𝙙𝙖 𝙘𝙖𝙡𝙡𝙚𝙟𝙤́𝙣 𝙮 𝙣𝙤 𝙡𝙖 𝙚𝙣𝙘𝙪𝙚𝙣𝙩𝙧𝙤, 𝙤𝙩𝙧𝙖 𝙫𝙚𝙯... ¿𝙇𝙚 𝙝𝙖𝙗𝙧𝙖́ 𝙥𝙖𝙨𝙖𝙙𝙤 𝙖𝙡𝙜𝙤?
    0 turnos 0 maullidos 244 vistas
  • 〈 𝘈𝘷𝘪𝘴𝘰 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘪𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘯𝘴𝘪𝘣𝘭𝘦: 𝘌𝘴𝘵𝘦 𝘵𝘦𝘹𝘵𝘰 𝘪𝘯𝘤𝘭𝘶𝘺𝘦 𝘳𝘦𝘭𝘢𝘵𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘢𝘯𝘴𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥, 𝘤𝘳𝘪𝘴𝘪𝘴 𝘥𝘦 𝘱𝘢́𝘯𝘪𝘤𝘰 𝘺 𝘥𝘪𝘴𝘰𝘤𝘪𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯. 𝘗𝘰𝘥𝘳𝘪́𝘢 𝘱𝘳𝘰𝘷𝘰𝘤𝘢𝘳 𝘦𝘮𝘰𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘢𝘯𝘨𝘶𝘴𝘵𝘪𝘢 𝘰 𝘪𝘯𝘤𝘰𝘮𝘰𝘥𝘪𝘥𝘢𝘥. 𝘚𝘦 𝘴𝘶𝘨𝘪𝘦𝘳𝘦 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘢𝘶𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘢𝘭 𝘭𝘦𝘦𝘳. 〉

    Silencio.

    Al principio, fue solo un murmullo distante, una grieta apenas perceptible en la realidad, una punzada en los márgenes de su conciencia. Algo fuera de lugar, algo que no debía estar allí, pero que, sin embargo, se aferraba a su piel como una sombra adherida al alma. El aire se tornó denso. No había razón para que su respiración se agitara, no había peligro, no había amenaza… Y aun así, su pecho se contrajo bajo un peso invisible, como si el propio mundo tratara de hundirla en sus profundidades. Su entorno pareció inclinarse en ángulos imposibles, un laberinto de recuerdos superpuestos que luchaban por arrastrarla fuera del presente. Sus pulmones se aferraron al aire, pero cada bocanada se volvió un acto de resistencia: algo en su interior temblaba, una fisura que amenazaba con partirla en dos.

    Parpadeó y vio sus manos, pálidas, temblorosas… Ajenas. Las observó con la perplejidad de quien contempla una verdad imposible. No deberían estar manchadas, y sin embargo allí estaban, las líneas de sus palmas cubiertas por un resplandor carmesí que parecía palpitar con vida propia. Tibio líquido deslizándose entre sus dedos como la última plegaria de un condenado. Intentó sacudirlas, pero la sangre no desaparecía: las frotó contra su propia piel, contra la piedra bajo sus pies, pero solo se extendía, tiñendo su mundo de carmesí. No era real. Parpadeó otra vez, y las encontró vacías, pero la sensación permaneció. Un vestigio en su piel, en su mente, en las profundidades de algo más antiguo que el propio recuerdo. Su respiración se tornó errática, entrecortada, cada inhalación se hizo más difícil que la anterior, un frágil hilo de cordura que la mantenía atada a la realidad. Pero la grieta se expandía, y con ella, su percepción.

    Alzó la mirada y el suelo ya no era suelo. Ante sus pies se extendía un mar de sombras, un océano de figuras caídas en el filo de la eternidad. Cuerpos desplomados, amontonados, cuyos nombres se habían desvanecido con el tiempo, cuya esencia se había disuelto en la nada... El eco de sus gritos atrapados entre las ruinas que alguna vez fueron un campo de batalla. Ojos sin vida, bocas abiertas en un grito que nunca cesó del todo. No los recordaba, y sin embargo, recordaba su peso, la calidez efímera antes de que el frío se apoderara de ellos… La resistencia quebrándose en sus manos. El aire olía a algo metálico, imborrable, pero aun así la visión parpadeó. Y en su lugar, apareció otro paisaje.

    Risas. Voces. Los rostros de sus hermanos y hermanas, iluminados por la calidez de una gloria que a ella ya no le pertenecía. No era la risa de antaño, no era el fulgor de los días dorados ni la solemnidad de la devoción. Era un eco distorsionado, la sombra de algo quebrado. Ella los observó como a través de un cristal empañado, consciente de que ya no formaba parte de ello… Y comprendió, como lo había comprendido tantas veces antes. La fe que alguna vez la sostuvo se había convertido en un relicario vacío, en un recuerdo sin dueño.

    Y allí, en la penumbra de su conciencia, una figura. Un reflejo, una sombra vestida de su propio rostro, ojos que no eran los suyos, pero que los conocía a su vez como propios. Una presencia que aguardaba, paciente, en la orilla de su cordura. Extendió una mano, y la sombra hizo lo mismo. Pero no se tocaban, no aún, porque entre ambas yacía la herida abierta de un destino aún por decidirse.

    Entonces, el silencio absoluto. No era la ausencia de sonido, sino de significado, el abismo entre lo que fue y lo que era. Lo único que rompió la quietud fue su propio aliento, acelerado, entrecortado. Estaba ahí, estaba ahora. Pero la grieta seguía allí y difícilmente se iría.
    〈 𝘈𝘷𝘪𝘴𝘰 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘪𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘯𝘴𝘪𝘣𝘭𝘦: 𝘌𝘴𝘵𝘦 𝘵𝘦𝘹𝘵𝘰 𝘪𝘯𝘤𝘭𝘶𝘺𝘦 𝘳𝘦𝘭𝘢𝘵𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘢𝘯𝘴𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥, 𝘤𝘳𝘪𝘴𝘪𝘴 𝘥𝘦 𝘱𝘢́𝘯𝘪𝘤𝘰 𝘺 𝘥𝘪𝘴𝘰𝘤𝘪𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯. 𝘗𝘰𝘥𝘳𝘪́𝘢 𝘱𝘳𝘰𝘷𝘰𝘤𝘢𝘳 𝘦𝘮𝘰𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘢𝘯𝘨𝘶𝘴𝘵𝘪𝘢 𝘰 𝘪𝘯𝘤𝘰𝘮𝘰𝘥𝘪𝘥𝘢𝘥. 𝘚𝘦 𝘴𝘶𝘨𝘪𝘦𝘳𝘦 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘢𝘶𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘢𝘭 𝘭𝘦𝘦𝘳. 〉 Silencio. Al principio, fue solo un murmullo distante, una grieta apenas perceptible en la realidad, una punzada en los márgenes de su conciencia. Algo fuera de lugar, algo que no debía estar allí, pero que, sin embargo, se aferraba a su piel como una sombra adherida al alma. El aire se tornó denso. No había razón para que su respiración se agitara, no había peligro, no había amenaza… Y aun así, su pecho se contrajo bajo un peso invisible, como si el propio mundo tratara de hundirla en sus profundidades. Su entorno pareció inclinarse en ángulos imposibles, un laberinto de recuerdos superpuestos que luchaban por arrastrarla fuera del presente. Sus pulmones se aferraron al aire, pero cada bocanada se volvió un acto de resistencia: algo en su interior temblaba, una fisura que amenazaba con partirla en dos. Parpadeó y vio sus manos, pálidas, temblorosas… Ajenas. Las observó con la perplejidad de quien contempla una verdad imposible. No deberían estar manchadas, y sin embargo allí estaban, las líneas de sus palmas cubiertas por un resplandor carmesí que parecía palpitar con vida propia. Tibio líquido deslizándose entre sus dedos como la última plegaria de un condenado. Intentó sacudirlas, pero la sangre no desaparecía: las frotó contra su propia piel, contra la piedra bajo sus pies, pero solo se extendía, tiñendo su mundo de carmesí. No era real. Parpadeó otra vez, y las encontró vacías, pero la sensación permaneció. Un vestigio en su piel, en su mente, en las profundidades de algo más antiguo que el propio recuerdo. Su respiración se tornó errática, entrecortada, cada inhalación se hizo más difícil que la anterior, un frágil hilo de cordura que la mantenía atada a la realidad. Pero la grieta se expandía, y con ella, su percepción. Alzó la mirada y el suelo ya no era suelo. Ante sus pies se extendía un mar de sombras, un océano de figuras caídas en el filo de la eternidad. Cuerpos desplomados, amontonados, cuyos nombres se habían desvanecido con el tiempo, cuya esencia se había disuelto en la nada... El eco de sus gritos atrapados entre las ruinas que alguna vez fueron un campo de batalla. Ojos sin vida, bocas abiertas en un grito que nunca cesó del todo. No los recordaba, y sin embargo, recordaba su peso, la calidez efímera antes de que el frío se apoderara de ellos… La resistencia quebrándose en sus manos. El aire olía a algo metálico, imborrable, pero aun así la visión parpadeó. Y en su lugar, apareció otro paisaje. Risas. Voces. Los rostros de sus hermanos y hermanas, iluminados por la calidez de una gloria que a ella ya no le pertenecía. No era la risa de antaño, no era el fulgor de los días dorados ni la solemnidad de la devoción. Era un eco distorsionado, la sombra de algo quebrado. Ella los observó como a través de un cristal empañado, consciente de que ya no formaba parte de ello… Y comprendió, como lo había comprendido tantas veces antes. La fe que alguna vez la sostuvo se había convertido en un relicario vacío, en un recuerdo sin dueño. Y allí, en la penumbra de su conciencia, una figura. Un reflejo, una sombra vestida de su propio rostro, ojos que no eran los suyos, pero que los conocía a su vez como propios. Una presencia que aguardaba, paciente, en la orilla de su cordura. Extendió una mano, y la sombra hizo lo mismo. Pero no se tocaban, no aún, porque entre ambas yacía la herida abierta de un destino aún por decidirse. Entonces, el silencio absoluto. No era la ausencia de sonido, sino de significado, el abismo entre lo que fue y lo que era. Lo único que rompió la quietud fue su propio aliento, acelerado, entrecortado. Estaba ahí, estaba ahora. Pero la grieta seguía allí y difícilmente se iría.
    Me gusta
    Me encocora
    6
    0 turnos 0 maullidos 672 vistas
  • 𝑬𝒏 𝒏𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒐 𝒉𝒐𝒚, 𝒍𝒂𝒔 𝒂𝒏𝒕𝒊𝒈𝒖𝒂𝒔 𝒕𝒓𝒂𝒅𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔, 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒊𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒔𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒗𝒆𝒓𝒕𝒊𝒓𝒂́𝒏 𝒆𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆𝒕𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒎𝒂𝒏̃𝒂𝒏𝒂. ¿𝑽𝒆𝒓𝒅𝒂𝒅?
    𝑬𝒏 𝒏𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒐 𝒉𝒐𝒚, 𝒍𝒂𝒔 𝒂𝒏𝒕𝒊𝒈𝒖𝒂𝒔 𝒕𝒓𝒂𝒅𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔, 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒊𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒔𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒗𝒆𝒓𝒕𝒊𝒓𝒂́𝒏 𝒆𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆𝒕𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒎𝒂𝒏̃𝒂𝒏𝒂. ¿𝑽𝒆𝒓𝒅𝒂𝒅?
    Me gusta
    Me encocora
    6
    0 turnos 0 maullidos 624 vistas
  • 𝑯𝒆 𝒗𝒆𝒏𝒊𝒅𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒓𝒆𝒈𝒂𝒍𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒅𝒐𝒔𝒊𝒔 𝒅𝒆 𝒅𝒊𝒗𝒆𝒓𝒔𝒊𝒐́𝒏, 𝒊𝒍𝒖𝒔𝒊𝒐́𝒏, 𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒂𝒏𝒛𝒂, 𝒚 𝒔𝒊 𝒔𝒐𝒚 𝒔𝒖𝒆𝒓𝒕𝒖𝒅𝒐, 𝒖𝒏 𝒑𝒂𝒓 𝒅𝒆 𝒓𝒊𝒔𝒂𝒔.
    𝑯𝒆 𝒗𝒆𝒏𝒊𝒅𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒓𝒆𝒈𝒂𝒍𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒅𝒐𝒔𝒊𝒔 𝒅𝒆 𝒅𝒊𝒗𝒆𝒓𝒔𝒊𝒐́𝒏, 𝒊𝒍𝒖𝒔𝒊𝒐́𝒏, 𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒂𝒏𝒛𝒂, 𝒚 𝒔𝒊 𝒔𝒐𝒚 𝒔𝒖𝒆𝒓𝒕𝒖𝒅𝒐, 𝒖𝒏 𝒑𝒂𝒓 𝒅𝒆 𝒓𝒊𝒔𝒂𝒔.
    Me gusta
    4
    0 turnos 0 maullidos 244 vistas
  • 𝑴𝒊𝒔 𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔 𝒔𝒖𝒆𝒍𝒆𝒏 𝒄𝒓𝒆𝒂𝒓 𝒇𝒐𝒓𝒎𝒂𝒔 𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒗𝒆́𝒔 𝒅𝒆 𝒊𝒍𝒖𝒔𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔, 𝒚 𝒅𝒂𝒏𝒛𝒂𝒔 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒓𝒊𝒐𝒏𝒆𝒕𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒂𝒓𝒆𝒄𝒊𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒗𝒊𝒅𝒂. 𝑷𝒓𝒐𝒄𝒖𝒓𝒂𝒓𝒆́ 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒓 𝒓𝒆́𝒑𝒍𝒊𝒄𝒂 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒂 𝒂𝒍𝒇𝒂𝒓𝒆𝒓𝒊́𝒂.
    𝑴𝒊𝒔 𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔 𝒔𝒖𝒆𝒍𝒆𝒏 𝒄𝒓𝒆𝒂𝒓 𝒇𝒐𝒓𝒎𝒂𝒔 𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒗𝒆́𝒔 𝒅𝒆 𝒊𝒍𝒖𝒔𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔, 𝒚 𝒅𝒂𝒏𝒛𝒂𝒔 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒓𝒊𝒐𝒏𝒆𝒕𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒂𝒓𝒆𝒄𝒊𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒗𝒊𝒅𝒂. 𝑷𝒓𝒐𝒄𝒖𝒓𝒂𝒓𝒆́ 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒓 𝒓𝒆́𝒑𝒍𝒊𝒄𝒂 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒂 𝒂𝒍𝒇𝒂𝒓𝒆𝒓𝒊́𝒂.
    Me encocora
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos 308 vistas
  • 𝘓𝘢 𝘧𝘦 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘢𝘭𝘮𝘢 𝘥𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰. 𝘐𝘯𝘧𝘶𝘯𝘥𝘪𝘥𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘭𝘪𝘨𝘪𝘰́𝘯 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘪𝘵𝘪𝘷𝘢 𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥 𝘪𝘭𝘶𝘮𝘪𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘧𝘰𝘳𝘵𝘢𝘭𝘦𝘤𝘦 𝘪𝘯𝘤𝘭𝘶𝘴𝘰 𝘢𝘭 𝘴𝘰𝘭𝘥𝘢𝘥𝘰 𝘮𝘢́𝘴 𝘥𝘦́𝘣𝘪𝘭. 𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘣𝘢𝘳𝘥𝘦 𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘥𝘪𝘨𝘯𝘰 𝘺, 𝘨𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢𝘴 𝘢 𝘴𝘶 𝘣𝘢́𝘭𝘴𝘢𝘮𝘰, 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳 𝘢𝘥𝘷𝘦𝘳𝘴𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦 𝘴𝘦𝘳 𝘴𝘰𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘥𝘢. 𝘓𝘢 𝘧𝘦 𝘦𝘯𝘯𝘰𝘣𝘭𝘦𝘤𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘢𝘴 𝘭𝘢𝘴 𝘰𝘣𝘳𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘭 𝘴𝘰𝘭𝘥𝘢𝘥𝘰, 𝘴𝘦𝘢𝘯 𝘣𝘢𝘫𝘢𝘴 𝘰 𝘷𝘪𝘭𝘦𝘴, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘪𝘮𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢. 𝘓𝘢 𝘤𝘩𝘪𝘴𝘱𝘢 𝘥𝘰𝘳𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘰́𝘴𝘪𝘵𝘰 𝘵𝘳𝘢𝘴𝘤𝘦𝘯𝘥𝘦𝘯𝘵𝘦.

    𝘔𝘢́𝘴 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘤𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘧𝘪𝘭𝘰 𝘥𝘦 𝘥𝘰𝘣𝘭𝘦 𝘤𝘰𝘳𝘵𝘦. 𝘌𝘯 𝘴𝘶 𝘧𝘶𝘭𝘨𝘰𝘳, 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘶𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘥𝘶𝘥𝘢, 𝘦𝘳𝘪𝘨𝘦 𝘪́𝘥𝘰𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘤𝘦𝘳𝘵𝘦𝘻𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘢𝘭𝘵𝘢𝘳𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘪𝘯𝘤𝘦𝘳𝘵𝘪𝘥𝘶𝘮𝘣𝘳𝘦. 𝘌𝘯 𝘴𝘶 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦, 𝘦𝘭 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘴𝘤𝘪𝘦𝘯𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘧𝘳𝘢𝘨𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥, 𝘴𝘶 𝘤𝘢𝘳𝘯𝘦 𝘺 𝘴𝘶 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘴𝘦 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘦𝘯 𝘷𝘦𝘴𝘵𝘪𝘥𝘶𝘳𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘰́𝘴𝘪𝘵𝘰. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘦𝘹𝘤𝘦𝘴𝘰, 𝘭𝘢 𝘧𝘦 𝘴𝘦 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘦 𝘤𝘢𝘳𝘨𝘢 𝘺 𝘺𝘶𝘨𝘰, 𝘶𝘯 𝘥𝘰𝘨𝘮𝘢 𝘥𝘦 𝘱𝘪𝘦𝘥𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘨𝘢 𝘦𝘭 𝘫𝘶𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘺 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘨𝘶𝘦𝘳𝘳𝘦𝘳𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘦𝘷𝘰𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘢𝘥𝘮𝘪𝘵𝘦 𝘴𝘰𝘮𝘣𝘳𝘢 𝘯𝘪 𝘮𝘢𝘵𝘪𝘻. 𝘌𝘴 𝘭𝘢 𝘭𝘢𝘯𝘻𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘧𝘰𝘳𝘢, 𝘭𝘢 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦𝘷𝘰𝘳𝘢, 𝘭𝘢 𝘷𝘰𝘻 𝘪𝘯𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘪𝘰𝘯𝘢𝘣𝘭𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘤𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘪𝘦́𝘯 𝘥𝘦𝘣𝘦 𝘢𝘭𝘻𝘢𝘳𝘴𝘦 𝘺 𝘲𝘶𝘪𝘦́𝘯 𝘩𝘢 𝘥𝘦 𝘢𝘳𝘥𝘦𝘳.

    𝘜𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘧𝘰𝘳𝘫𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘧𝘦 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘪𝘯𝘥𝘰𝘮𝘢𝘣𝘭𝘦. 𝘕𝘰 𝘵𝘦𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦, 𝘱𝘶𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘦𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘵𝘳𝘢́𝘯𝘴𝘪𝘵𝘰; 𝘯𝘰 𝘵𝘦𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘥𝘶𝘥𝘢, 𝘱𝘶𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘥𝘶𝘥𝘢 𝘦𝘴 𝘩𝘦𝘳𝘦𝘫𝘪́𝘢; 𝘯𝘰 𝘵𝘦𝘮𝘦 𝘢𝘭 𝘦𝘯𝘦𝘮𝘪𝘨𝘰, 𝘱𝘶𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘦𝘯𝘦𝘮𝘪𝘨𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘯𝘦𝘨𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥. 𝘚𝘶 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘯𝘥𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘯𝘰 𝘰𝘯𝘥𝘦𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘯𝘵𝘪𝘴𝘤𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘢𝘭𝘻𝘢 𝘳𝘪́𝘨𝘪𝘥𝘰, 𝘪𝘯𝘮𝘶𝘵𝘢𝘣𝘭𝘦, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘪𝘨𝘯𝘪𝘰 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘭𝘱𝘪𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘱𝘪𝘦𝘥𝘳𝘢. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘴𝘦 𝘴𝘰𝘴𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘧𝘦, 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦 𝘮𝘢́𝘴 𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘰𝘣𝘦𝘥𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢, 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘥𝘪𝘴𝘵𝘪𝘯𝘨𝘶𝘦 𝘦𝘭 𝘴𝘢𝘤𝘳𝘪𝘧𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘧𝘢𝘯𝘢𝘵𝘪𝘴𝘮𝘰… 𝘌𝘴 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘧𝘳𝘦𝘯𝘰, 𝘴𝘪𝘯 𝘩𝘶𝘮𝘢𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥, 𝘴𝘪𝘯 𝘭𝘪́𝘮𝘪𝘵𝘦 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘢𝘧𝘢́𝘯 𝘥𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘴𝘤𝘦𝘯𝘥𝘦𝘳 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘯𝘦.

    𝘗𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘧𝘦, 𝘴𝘪𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘪𝘰𝘯𝘢𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰, 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘨𝘦𝘳𝘮𝘦𝘯 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘨𝘶𝘦𝘳𝘳𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘯 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭, 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘱𝘢𝘥𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘴𝘦 𝘦𝘯𝘷𝘢𝘪𝘯𝘢𝘯, 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘫𝘢𝘮𝘢́𝘴 𝘷𝘦𝘯 𝘮𝘢́𝘴 𝘢𝘭𝘭𝘢́ 𝘥𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘰𝘳 𝘤𝘦𝘨𝘢𝘥𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘢 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢. 𝘜𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘧𝘦 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘢𝘭𝘮𝘢. 𝘔𝘢́𝘴 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘤𝘶𝘺𝘰 𝘶́𝘯𝘪𝘤𝘰 𝘴𝘰𝘴𝘵𝘦́𝘯 𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘧𝘦… 𝘌𝘴 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘶𝘮𝘪𝘳 𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘢𝘳𝘥𝘰𝘳 𝘺 𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘷𝘢𝘯𝘦𝘤𝘦𝘳𝘴𝘦 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘦𝘯𝘪𝘻𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘢 𝘥𝘦𝘷𝘰𝘤𝘪𝘰́𝘯.
    𝘓𝘢 𝘧𝘦 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘢𝘭𝘮𝘢 𝘥𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰. 𝘐𝘯𝘧𝘶𝘯𝘥𝘪𝘥𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘭𝘪𝘨𝘪𝘰́𝘯 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘪𝘵𝘪𝘷𝘢 𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥 𝘪𝘭𝘶𝘮𝘪𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘧𝘰𝘳𝘵𝘢𝘭𝘦𝘤𝘦 𝘪𝘯𝘤𝘭𝘶𝘴𝘰 𝘢𝘭 𝘴𝘰𝘭𝘥𝘢𝘥𝘰 𝘮𝘢́𝘴 𝘥𝘦́𝘣𝘪𝘭. 𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘣𝘢𝘳𝘥𝘦 𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘥𝘪𝘨𝘯𝘰 𝘺, 𝘨𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢𝘴 𝘢 𝘴𝘶 𝘣𝘢́𝘭𝘴𝘢𝘮𝘰, 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳 𝘢𝘥𝘷𝘦𝘳𝘴𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦 𝘴𝘦𝘳 𝘴𝘰𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘥𝘢. 𝘓𝘢 𝘧𝘦 𝘦𝘯𝘯𝘰𝘣𝘭𝘦𝘤𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘢𝘴 𝘭𝘢𝘴 𝘰𝘣𝘳𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘭 𝘴𝘰𝘭𝘥𝘢𝘥𝘰, 𝘴𝘦𝘢𝘯 𝘣𝘢𝘫𝘢𝘴 𝘰 𝘷𝘪𝘭𝘦𝘴, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘪𝘮𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢. 𝘓𝘢 𝘤𝘩𝘪𝘴𝘱𝘢 𝘥𝘰𝘳𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘰́𝘴𝘪𝘵𝘰 𝘵𝘳𝘢𝘴𝘤𝘦𝘯𝘥𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘔𝘢́𝘴 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘤𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘧𝘪𝘭𝘰 𝘥𝘦 𝘥𝘰𝘣𝘭𝘦 𝘤𝘰𝘳𝘵𝘦. 𝘌𝘯 𝘴𝘶 𝘧𝘶𝘭𝘨𝘰𝘳, 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘶𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘥𝘶𝘥𝘢, 𝘦𝘳𝘪𝘨𝘦 𝘪́𝘥𝘰𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘤𝘦𝘳𝘵𝘦𝘻𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘢𝘭𝘵𝘢𝘳𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘪𝘯𝘤𝘦𝘳𝘵𝘪𝘥𝘶𝘮𝘣𝘳𝘦. 𝘌𝘯 𝘴𝘶 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦, 𝘦𝘭 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘴𝘤𝘪𝘦𝘯𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘧𝘳𝘢𝘨𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥, 𝘴𝘶 𝘤𝘢𝘳𝘯𝘦 𝘺 𝘴𝘶 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘴𝘦 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘦𝘯 𝘷𝘦𝘴𝘵𝘪𝘥𝘶𝘳𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘰́𝘴𝘪𝘵𝘰. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘦𝘹𝘤𝘦𝘴𝘰, 𝘭𝘢 𝘧𝘦 𝘴𝘦 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘦 𝘤𝘢𝘳𝘨𝘢 𝘺 𝘺𝘶𝘨𝘰, 𝘶𝘯 𝘥𝘰𝘨𝘮𝘢 𝘥𝘦 𝘱𝘪𝘦𝘥𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘨𝘢 𝘦𝘭 𝘫𝘶𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘺 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘨𝘶𝘦𝘳𝘳𝘦𝘳𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘦𝘷𝘰𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘢𝘥𝘮𝘪𝘵𝘦 𝘴𝘰𝘮𝘣𝘳𝘢 𝘯𝘪 𝘮𝘢𝘵𝘪𝘻. 𝘌𝘴 𝘭𝘢 𝘭𝘢𝘯𝘻𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘧𝘰𝘳𝘢, 𝘭𝘢 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦𝘷𝘰𝘳𝘢, 𝘭𝘢 𝘷𝘰𝘻 𝘪𝘯𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘪𝘰𝘯𝘢𝘣𝘭𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘤𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘪𝘦́𝘯 𝘥𝘦𝘣𝘦 𝘢𝘭𝘻𝘢𝘳𝘴𝘦 𝘺 𝘲𝘶𝘪𝘦́𝘯 𝘩𝘢 𝘥𝘦 𝘢𝘳𝘥𝘦𝘳. 𝘜𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘧𝘰𝘳𝘫𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘧𝘦 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘪𝘯𝘥𝘰𝘮𝘢𝘣𝘭𝘦. 𝘕𝘰 𝘵𝘦𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦, 𝘱𝘶𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘦𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘵𝘳𝘢́𝘯𝘴𝘪𝘵𝘰; 𝘯𝘰 𝘵𝘦𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘥𝘶𝘥𝘢, 𝘱𝘶𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘥𝘶𝘥𝘢 𝘦𝘴 𝘩𝘦𝘳𝘦𝘫𝘪́𝘢; 𝘯𝘰 𝘵𝘦𝘮𝘦 𝘢𝘭 𝘦𝘯𝘦𝘮𝘪𝘨𝘰, 𝘱𝘶𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘦𝘯𝘦𝘮𝘪𝘨𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘯𝘦𝘨𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥. 𝘚𝘶 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘯𝘥𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘯𝘰 𝘰𝘯𝘥𝘦𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘯𝘵𝘪𝘴𝘤𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘢𝘭𝘻𝘢 𝘳𝘪́𝘨𝘪𝘥𝘰, 𝘪𝘯𝘮𝘶𝘵𝘢𝘣𝘭𝘦, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘪𝘨𝘯𝘪𝘰 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘭𝘱𝘪𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘱𝘪𝘦𝘥𝘳𝘢. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘴𝘦 𝘴𝘰𝘴𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘧𝘦, 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦 𝘮𝘢́𝘴 𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘰𝘣𝘦𝘥𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢, 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘥𝘪𝘴𝘵𝘪𝘯𝘨𝘶𝘦 𝘦𝘭 𝘴𝘢𝘤𝘳𝘪𝘧𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘧𝘢𝘯𝘢𝘵𝘪𝘴𝘮𝘰… 𝘌𝘴 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘧𝘳𝘦𝘯𝘰, 𝘴𝘪𝘯 𝘩𝘶𝘮𝘢𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥, 𝘴𝘪𝘯 𝘭𝘪́𝘮𝘪𝘵𝘦 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘢𝘧𝘢́𝘯 𝘥𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘴𝘤𝘦𝘯𝘥𝘦𝘳 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘯𝘦. 𝘗𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘧𝘦, 𝘴𝘪𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘪𝘰𝘯𝘢𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰, 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘨𝘦𝘳𝘮𝘦𝘯 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘨𝘶𝘦𝘳𝘳𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘯 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭, 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘱𝘢𝘥𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘴𝘦 𝘦𝘯𝘷𝘢𝘪𝘯𝘢𝘯, 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘫𝘢𝘮𝘢́𝘴 𝘷𝘦𝘯 𝘮𝘢́𝘴 𝘢𝘭𝘭𝘢́ 𝘥𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘰𝘳 𝘤𝘦𝘨𝘢𝘥𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘢 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢. 𝘜𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘧𝘦 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘢𝘭𝘮𝘢. 𝘔𝘢́𝘴 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘤𝘶𝘺𝘰 𝘶́𝘯𝘪𝘤𝘰 𝘴𝘰𝘴𝘵𝘦́𝘯 𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘧𝘦… 𝘌𝘴 𝘶𝘯 𝘦𝘫𝘦́𝘳𝘤𝘪𝘵𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘶𝘮𝘪𝘳 𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘢𝘳𝘥𝘰𝘳 𝘺 𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘷𝘢𝘯𝘦𝘤𝘦𝘳𝘴𝘦 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘦𝘯𝘪𝘻𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘢 𝘥𝘦𝘷𝘰𝘤𝘪𝘰́𝘯.
    Me gusta
    6
    0 turnos 0 maullidos 661 vistas
  • 𝑨𝒏𝒕𝒉𝒐𝒏𝒚 𝒑𝒆𝒓𝒎𝒂𝒏𝒆𝒄𝒊𝒐́ 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒕𝒐 𝒅𝒖𝒓𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒗𝒂𝒓𝒊𝒐𝒔 𝒔𝒆𝒈𝒖𝒏𝒅𝒐𝒔 𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒓𝒂𝒔 𝒑𝒆𝒏𝒔𝒂𝒃𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒂𝒓𝒊́𝒂 𝒂𝒔𝒆𝒔𝒊𝒏𝒂𝒓 𝒂 𝒕𝒐𝒅𝒐𝒔 𝒆𝒔𝒐𝒔 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆𝒔 𝒚 𝒎𝒖𝒋𝒆𝒓𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒂 𝒉𝒂𝒃𝒊́𝒂𝒏 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒂𝒓𝒂𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒏 𝑬𝒅𝒘𝒊𝒏𝒂 𝒚 𝒉𝒂𝒃𝒊́𝒂𝒏 𝒑𝒆𝒏𝒔𝒂𝒅𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒃𝒂 𝒂 𝒍𝒂 𝒂𝒍𝒕𝒖𝒓𝒂.

    𝐀𝐍𝐓𝐇𝐎𝐍𝐘 𝐁𝐑𝐈𝐃𝐆𝐄𝐑𝐓𝐎𝐍
    𝑨𝒏𝒕𝒉𝒐𝒏𝒚 𝒑𝒆𝒓𝒎𝒂𝒏𝒆𝒄𝒊𝒐́ 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒕𝒐 𝒅𝒖𝒓𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒗𝒂𝒓𝒊𝒐𝒔 𝒔𝒆𝒈𝒖𝒏𝒅𝒐𝒔 𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒓𝒂𝒔 𝒑𝒆𝒏𝒔𝒂𝒃𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒂𝒓𝒊́𝒂 𝒂𝒔𝒆𝒔𝒊𝒏𝒂𝒓 𝒂 𝒕𝒐𝒅𝒐𝒔 𝒆𝒔𝒐𝒔 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆𝒔 𝒚 𝒎𝒖𝒋𝒆𝒓𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒂 𝒉𝒂𝒃𝒊́𝒂𝒏 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒂𝒓𝒂𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒏 𝑬𝒅𝒘𝒊𝒏𝒂 𝒚 𝒉𝒂𝒃𝒊́𝒂𝒏 𝒑𝒆𝒏𝒔𝒂𝒅𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒃𝒂 𝒂 𝒍𝒂 𝒂𝒍𝒕𝒖𝒓𝒂. [CROCODILCROCK]
    Me encocora
    2
    2 turnos 0 maullidos 201 vistas
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    “La única manera de vencer a una 𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂𝒄𝒊𝒐́𝒏 es 𝒔𝒖𝒄𝒖𝒎𝒃𝒊𝒓 a ella.”

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ #SeductiveSunday

    ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    “La única manera de vencer a una 𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂𝒄𝒊𝒐́𝒏 es 𝒔𝒖𝒄𝒖𝒎𝒃𝒊𝒓 a ella.” ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ #SeductiveSunday ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    0 comentarios 0 compartidos 116 vistas
  • 𝘓𝘢𝘴 𝘭𝘢́𝘨𝘳𝘪𝘮𝘢𝘴 𝘤𝘢𝘦𝘯 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘦𝘤𝘰 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘴𝘢𝘴 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘥𝘢𝘴, 𝘴𝘶𝘴𝘶𝘳𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘢𝘭𝘮𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘨𝘢𝘳𝘳𝘢𝘥𝘢. 𝘜𝘯 𝘫𝘶𝘳𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘩𝘦𝘤𝘩𝘰 𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘦𝘭 𝘱𝘦𝘴𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘧𝘳𝘪𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘰𝘮𝘪𝘴𝘰; 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘪𝘤𝘢𝘵𝘳𝘪𝘻 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘨𝘳𝘢𝘣𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘢𝘭𝘮𝘢, 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘳𝘤𝘢 𝘪𝘮𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘻𝘢, 𝘶𝘯 𝘷𝘪́𝘯𝘤𝘶𝘭𝘰 𝘢𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘢𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘷𝘰𝘭𝘶𝘯𝘵𝘢𝘥, 𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢 𝘰𝘤𝘶𝘭𝘵𝘢 𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘱𝘢𝘭𝘢𝘣𝘳𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘦𝘭𝘪𝘨𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯.

    𝘕𝘰 𝘦𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘭𝘢 𝘰𝘣𝘭𝘪𝘨𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘵𝘦, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘢𝘤𝘦𝘱𝘵𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘧𝘰𝘳𝘻𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘴𝘢𝘤𝘳𝘪𝘧𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘴𝘦 𝘱𝘰𝘥𝘳𝘢́ 𝘳𝘦𝘥𝘪𝘮𝘪𝘳. 𝘠 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘭𝘭𝘰𝘳𝘢𝘯, 𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘦𝘭 𝘢𝘭𝘮𝘢 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶𝘧𝘳𝘦, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘴𝘢 𝘩𝘦𝘤𝘩𝘢 𝘦𝘯 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰 𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘭𝘰𝘳𝘢, 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘳𝘥𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦, 𝘢𝘭 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭, 𝘩𝘢𝘺 𝘫𝘶𝘳𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘧𝘰𝘳𝘻𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘪 𝘴𝘪𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦 𝘴𝘢𝘯𝘢𝘳.
    𝘓𝘢𝘴 𝘭𝘢́𝘨𝘳𝘪𝘮𝘢𝘴 𝘤𝘢𝘦𝘯 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘦𝘤𝘰 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘴𝘢𝘴 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘥𝘢𝘴, 𝘴𝘶𝘴𝘶𝘳𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘢𝘭𝘮𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘨𝘢𝘳𝘳𝘢𝘥𝘢. 𝘜𝘯 𝘫𝘶𝘳𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘩𝘦𝘤𝘩𝘰 𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘦𝘭 𝘱𝘦𝘴𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘧𝘳𝘪𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘰𝘮𝘪𝘴𝘰; 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘪𝘤𝘢𝘵𝘳𝘪𝘻 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘨𝘳𝘢𝘣𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘢𝘭𝘮𝘢, 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘳𝘤𝘢 𝘪𝘮𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘻𝘢, 𝘶𝘯 𝘷𝘪́𝘯𝘤𝘶𝘭𝘰 𝘢𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘢𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘷𝘰𝘭𝘶𝘯𝘵𝘢𝘥, 𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢 𝘰𝘤𝘶𝘭𝘵𝘢 𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘱𝘢𝘭𝘢𝘣𝘳𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘦𝘭𝘪𝘨𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯. 𝘕𝘰 𝘦𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘭𝘢 𝘰𝘣𝘭𝘪𝘨𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘵𝘦, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘢𝘤𝘦𝘱𝘵𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘧𝘰𝘳𝘻𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘴𝘢𝘤𝘳𝘪𝘧𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘴𝘦 𝘱𝘰𝘥𝘳𝘢́ 𝘳𝘦𝘥𝘪𝘮𝘪𝘳. 𝘠 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘭𝘭𝘰𝘳𝘢𝘯, 𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘦𝘭 𝘢𝘭𝘮𝘢 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶𝘧𝘳𝘦, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘴𝘢 𝘩𝘦𝘤𝘩𝘢 𝘦𝘯 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰 𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘭𝘰𝘳𝘢, 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘳𝘥𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦, 𝘢𝘭 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭, 𝘩𝘢𝘺 𝘫𝘶𝘳𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘧𝘰𝘳𝘻𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘪 𝘴𝘪𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦 𝘴𝘢𝘯𝘢𝘳.
    Me entristece
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos 666 vistas
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    「 𝐸𝑛𝑐𝑎𝑏𝑟𝑖𝑡𝑎𝑑𝑎𝑠 𝑏𝑟𝑎𝑠𝑎𝑠,
    𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜, 𝑙𝑒𝑛𝑡𝑎𝑠
    𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑠𝑎𝑙 𝑦 𝑓𝑟𝑢𝑡𝑎,
    𝑡𝑟𝑖𝑏𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎𝑠, 𝑐𝑎𝑟𝑛𝑒𝑠
    𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑛𝑙𝑜𝑞𝑢𝑒𝑐𝑖𝑑𝑎𝑠 𝑏𝑎𝑖𝑙𝑎𝑛
    𝑑𝑎𝑛𝑧𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑏𝑟𝑢𝑗𝑒𝑟𝑖́𝑎,
    𝑏𝑟𝑎𝑠𝑎𝑠, 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎𝑠 𝑦 𝑐𝑎𝑟𝑛𝑒𝑠
    𝑢𝑛 𝑟𝑖𝑡𝑜 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜 𝑝𝑖𝑑𝑒𝑛,
    𝑦 𝑎 𝑑𝑒𝑛𝑡𝑒𝑙𝑙𝑎𝑑𝑎𝑠 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑑𝑒
    𝑣𝑎𝑚𝑝𝑖́𝑟𝑖𝑐𝑜 𝑒𝑙 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜. 」
    「 𝐸𝑛𝑐𝑎𝑏𝑟𝑖𝑡𝑎𝑑𝑎𝑠 𝑏𝑟𝑎𝑠𝑎𝑠, 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜, 𝑙𝑒𝑛𝑡𝑎𝑠 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑠𝑎𝑙 𝑦 𝑓𝑟𝑢𝑡𝑎, 𝑡𝑟𝑖𝑏𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎𝑠, 𝑐𝑎𝑟𝑛𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑛𝑙𝑜𝑞𝑢𝑒𝑐𝑖𝑑𝑎𝑠 𝑏𝑎𝑖𝑙𝑎𝑛 𝑑𝑎𝑛𝑧𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑏𝑟𝑢𝑗𝑒𝑟𝑖́𝑎, 𝑏𝑟𝑎𝑠𝑎𝑠, 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎𝑠 𝑦 𝑐𝑎𝑟𝑛𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑟𝑖𝑡𝑜 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜 𝑝𝑖𝑑𝑒𝑛, 𝑦 𝑎 𝑑𝑒𝑛𝑡𝑒𝑙𝑙𝑎𝑑𝑎𝑠 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑑𝑒 𝑣𝑎𝑚𝑝𝑖́𝑟𝑖𝑐𝑜 𝑒𝑙 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜. 」
    0 comentarios 0 compartidos 360 vistas
Ver más resultados
Patrocinados