Tras milenios de creación, de establecer el paraíso y comenzar con un proyecto más que ambicioso y a gran escala, Dios finalmente había comenzado con la creación de un paraíso en la tierra, un Edén.
Pero algo faltaba, algo más allá que flora y fauna, alguien capaz de cuidar de sus nuevas creaciones, de empezar un nuevo ciclo; fue así que el primer hombre fue creado del barro.
Con la llegada de aquel hombre, denominado Adán, la curiosidad de cierto pequeño serafín despertó, pues era algo nuevo, algo diferente muy lejos de su hogar.
En contra de todo lo que el resto de sus hermanos pudieran opinar, bajó a la tierra para explorar aquel Edén, maravillado pues, si bien había creado tantas cosas para ayudar en el cielo, la vida no estaba a su alcance, no dejaba de maravillarse por lo que Padre era capaz, por todos esos matices de color, tan diferentes, tan únicos.
Si bien ya había visto a los dinosaurios en su tiempo, un mundo completamente diferente, ahora todo parecía vibrar con mayor color, con un concepto nuevo, algo que, sin duda, él quería explorar a sus anchas y aprender como ser capaz de alcanzar a padre, con una ambición inocente y genuina de ser más que el "pequeño" ángel entre los demás.
Mientras más se iba adentrando en ese mundo, fue inevitable el llegar a topar con aquel hombre, no se suponía que se dejara ver por este, pero un pequeño error de cálculo los hizo encontrarse uno frente al otro, observando con igual o mayor sorpresa como era tan similar a ellos y, a la vez, tan diferente, con una piel más morena, cabello oscuro, sin alas y un cuerpo corpulento, hecho para el trabajo, para su supervivencia.
—Oh no... Padre se va a enojar, no se suponía que él supiera de nuestra existencia.
Murmuró para sus adentros, quedándose quieto, como si aquello fuera a impedir que el contrario lo pudiera ver ahí, "flotando" enfrente suyo.
Tras milenios de creación, de establecer el paraíso y comenzar con un proyecto más que ambicioso y a gran escala, Dios finalmente había comenzado con la creación de un paraíso en la tierra, un Edén.
Pero algo faltaba, algo más allá que flora y fauna, alguien capaz de cuidar de sus nuevas creaciones, de empezar un nuevo ciclo; fue así que el primer hombre fue creado del barro.
Con la llegada de aquel hombre, denominado Adán, la curiosidad de cierto pequeño serafín despertó, pues era algo nuevo, algo diferente muy lejos de su hogar.
En contra de todo lo que el resto de sus hermanos pudieran opinar, bajó a la tierra para explorar aquel Edén, maravillado pues, si bien había creado tantas cosas para ayudar en el cielo, la vida no estaba a su alcance, no dejaba de maravillarse por lo que Padre era capaz, por todos esos matices de color, tan diferentes, tan únicos.
Si bien ya había visto a los dinosaurios en su tiempo, un mundo completamente diferente, ahora todo parecía vibrar con mayor color, con un concepto nuevo, algo que, sin duda, él quería explorar a sus anchas y aprender como ser capaz de alcanzar a padre, con una ambición inocente y genuina de ser más que el "pequeño" ángel entre los demás.
Mientras más se iba adentrando en ese mundo, fue inevitable el llegar a topar con aquel hombre, no se suponía que se dejara ver por este, pero un pequeño error de cálculo los hizo encontrarse uno frente al otro, observando con igual o mayor sorpresa como era tan similar a ellos y, a la vez, tan diferente, con una piel más morena, cabello oscuro, sin alas y un cuerpo corpulento, hecho para el trabajo, para su supervivencia.
—Oh no... Padre se va a enojar, no se suponía que él supiera de nuestra existencia.
Murmuró para sus adentros, quedándose quieto, como si aquello fuera a impedir que el contrario lo pudiera ver ahí, "flotando" enfrente suyo.