• "Intercambio de ideas"
    Fandom Criminal Minds (Mentes Criminales)
    Categoría Slice of Life
    ㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤㅤ"Cuatro ojos ven mejor que dos"
    ㅤㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤㅤ˹ Aaron Hotchner


    ㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤCon la baja médica de Angie después del caso de Gilbert, con la degradación de Hammond como Jefe de Equipo y la instauración de JT en dicho puesto, lo cierto era que el equipo B de la UAC estaba pasando por un periodo bastante turbulento. Las cosas estaban algo tensas y aquella investigación se les había quedado ligeramente estancada.

    Wesson, Smith y Hammond se habían ido a casa. Era muy tarde y, dado que no tuvieron que salir del estado para trabajar en aquel caso, todos los agentes podían dormir en sus respectivos hogares. Pero JT no. JT llevaba un par de horas en su despacho concentrado en el perfil que habían trazado, en el modus operandi del sudes.

    Un asesino estaba actuando en uno de los barrios de DC, una de las zonas más pobres de la ciudad. Las víctimas parecían ser al azar, pero… algo no encajaba. El modus operandi era… bastante limpio para alguien que, según la victimología parecían víctimas por impulso. Por otro lado, no había firma como tal, pero la violencia era excesiva para un agresor organizado. Las víctimas no compartían un patrón claro, no del todo. Y la ultima escena del crimen tenía… elementos que parecían contradictorios, pero… ¿por qué?

    Algo no encajaba.

    Cerró la carpeta y resopló mientras la recogía y se dirigía a la pequeña cocina que las dos secciones de la UAC compartían. Desde allí, una vez que tuvo su café en la mano, comprobó que Hotchner seguía aun en su oficina. Estaba seguro de que su viejo amigo sabría arrojar algo más de luz sobre aquel asunto. Asi que, preparó otra taza de café y subió las escaleras hasta el despacho del Jefe de Equipo de la primera unidad de la UAC.

    La puerta estaba abierta.

    -Hotch -llamó JT- ¿Tienes un momento? Me vendría de perlas tu ayuda. También traigo café...

    #NuevoStarter #CriminalMinds
    #Personajes3D #3D #Comunidad3D

    ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤ"Cuatro ojos ven mejor que dos" ㅤㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤㅤ˹ [CRIMINAL.M1NDS] ㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤCon la baja médica de Angie después del caso de Gilbert, con la degradación de Hammond como Jefe de Equipo y la instauración de JT en dicho puesto, lo cierto era que el equipo B de la UAC estaba pasando por un periodo bastante turbulento. Las cosas estaban algo tensas y aquella investigación se les había quedado ligeramente estancada. Wesson, Smith y Hammond se habían ido a casa. Era muy tarde y, dado que no tuvieron que salir del estado para trabajar en aquel caso, todos los agentes podían dormir en sus respectivos hogares. Pero JT no. JT llevaba un par de horas en su despacho concentrado en el perfil que habían trazado, en el modus operandi del sudes. Un asesino estaba actuando en uno de los barrios de DC, una de las zonas más pobres de la ciudad. Las víctimas parecían ser al azar, pero… algo no encajaba. El modus operandi era… bastante limpio para alguien que, según la victimología parecían víctimas por impulso. Por otro lado, no había firma como tal, pero la violencia era excesiva para un agresor organizado. Las víctimas no compartían un patrón claro, no del todo. Y la ultima escena del crimen tenía… elementos que parecían contradictorios, pero… ¿por qué? Algo no encajaba. Cerró la carpeta y resopló mientras la recogía y se dirigía a la pequeña cocina que las dos secciones de la UAC compartían. Desde allí, una vez que tuvo su café en la mano, comprobó que Hotchner seguía aun en su oficina. Estaba seguro de que su viejo amigo sabría arrojar algo más de luz sobre aquel asunto. Asi que, preparó otra taza de café y subió las escaleras hasta el despacho del Jefe de Equipo de la primera unidad de la UAC. La puerta estaba abierta. -Hotch -llamó JT- ¿Tienes un momento? Me vendría de perlas tu ayuda. También traigo café... #NuevoStarter #CriminalMinds #Personajes3D #3D #Comunidad3D ㅤ
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  • Lo habían llamado hacía no mucho a un apartamento en el centro de la ciudad, una mujer que sonaba desesperada y destruida, el llanto apenas haciendo sentido a las palabras. Koda pudo sacar información suficiente como para saber a dónde tenía que dirigirse y qué pasó según la mujer.

    —Llegué a casa del... del... trabajo y... lo vi... en-en la silla y... muerto... —habló la mujer del otro lado de la línea telefónica, tratando de calmarse.

    —Está bien, voy a encontrar al culpable, señora, no se preocupe.

    —Gracias, pero tu-... tu... ¿no eres- no eres un niño? Suenas como... niño. —la pregunta le molestó al detective, haciendo que bajara sus orejas hacia atrás y se quedara en silencio por un largo rato.

    —No. —cortó de inmediato, estaba de buen humor como para dejar que alguien más lo arruinara, planeaba mantenerse así.

    -------

    En el apartamento la escena era clara y todavía fresca, aunque la pobre señora de la llamada no estaba ahí. Ni siquiera tuvo que pedir llaves o forzar la entrada porque ya estaba abierta.

    —No está forzada... no entró por aquí. —comentó para sí mismo mientras inspeccionó la puerta, después alzó bien en alto sus orejas para inspeccionar el resto del lugar.

    Lo primero que notaron sus fosas nasales fue un intenso aroma dulzón, un perfume. Por las notas juzgaba que era de mujer. ¿De quién llamó o alguien más? Tomó nota mental de eso para corroborar después.

    Se acercó a donde estaba el cuerpo, en un sofá individual en la sala de estar. La televisión aún estaba encendida con un programa de citas transcurriendo. No le prestó atención a eso, si no al cuerpo. Tenía un orificio en la frente y otro en la parte anterior de la cabeza, por supuesto que la bala atravesó el cráneo y cerebro.

    Olfateó tanto el cadáver como el ambiente. La sangre seguía fresca, el cuerpo más o menos caliente y pudo detectar, entre ese perfume horrible, un muy ligero rastro de pólvora. También había tabaco.

    —Reciente... apenas unas... ¿tres horas? Cuatro, cuanto mucho. —murmuró mientras rascó apenas su barbilla, después se fijó en la mesa al lado del sofá, allí donde se esparció la sangre, el reloj marcaba la hora y la caja de cigarrillos junto con las colillas indicaban que el hombre estuvo fumando. Lo tomaron totalmente desprevenido.

    Caminó alrededor, todavía olfateando, hasta llegar a la cómoda de la sala. Se acercó a uno de los cajones, notando algo...

    —¿Aceite industrial? Huh... De la víctima no es... ¿el culpable? —de su abrigo sacó un pañuelo y abrió el cajón para inspeccionar el interior. Estaba revuelto, algunas cajas y papeles, incluso fotos, pero nada más. Cerró el cajón—. ¿Qué estaba buscando...?

    Siguió la investigación mientras guardó el pañuelo, pasando por la cocina, también algo revuelta entre las alacenas y heladera, pero nada para tomar nota. Así, pasó por el pequeño pasillo que conectaba la sala con el baño y dos habitaciones más, pequeñas. Pero Koda se detuvo en el primer cuarto, el aire cambió.

    Empujó la puerta lo suficiente para entrar y vio, al igual que antes, todo revuelto. Lo que llamó más su atención fue la ventana del cuarto abierta. Posible entrada del culpable.

    Se acercó a olfatear y, sí, más rastro de aceite. Además, la escalera de incendios estaba cerca de ahí.

    —Pudo subir por las escaleras y entrar sin ser detectado, mh... —cruzó los brazos, pensativo, pero esto no duró mucho cuando oyó pasos. Sus orejas enseguida se voltearon en la dirección de donde provenían.

    El zorro se movió rápido hacia la entrada del apartamento.

    —¡Esto es la escena de un crimen, no puedes estar aquí! ¡No, no! ¡Nada te incumbe así que lárgate! ¡Vas a terminar contaminando la escena! —su voz se alzó en volumen contra aquella persona, pero sonaba algo cómico por el hecho que tenía una voz juvenil. Incluso eso cambió además de su apariencia. Una desdicha—. Anda, vete ya, no me obligues a sacarte.

    A nadie intimidaba con la baja estatura.


    [Cualquiera puede responder si gusta.]
    Lo habían llamado hacía no mucho a un apartamento en el centro de la ciudad, una mujer que sonaba desesperada y destruida, el llanto apenas haciendo sentido a las palabras. Koda pudo sacar información suficiente como para saber a dónde tenía que dirigirse y qué pasó según la mujer. —Llegué a casa del... del... trabajo y... lo vi... en-en la silla y... muerto... —habló la mujer del otro lado de la línea telefónica, tratando de calmarse. —Está bien, voy a encontrar al culpable, señora, no se preocupe. —Gracias, pero tu-... tu... ¿no eres- no eres un niño? Suenas como... niño. —la pregunta le molestó al detective, haciendo que bajara sus orejas hacia atrás y se quedara en silencio por un largo rato. —No. —cortó de inmediato, estaba de buen humor como para dejar que alguien más lo arruinara, planeaba mantenerse así. ------- En el apartamento la escena era clara y todavía fresca, aunque la pobre señora de la llamada no estaba ahí. Ni siquiera tuvo que pedir llaves o forzar la entrada porque ya estaba abierta. —No está forzada... no entró por aquí. —comentó para sí mismo mientras inspeccionó la puerta, después alzó bien en alto sus orejas para inspeccionar el resto del lugar. Lo primero que notaron sus fosas nasales fue un intenso aroma dulzón, un perfume. Por las notas juzgaba que era de mujer. ¿De quién llamó o alguien más? Tomó nota mental de eso para corroborar después. Se acercó a donde estaba el cuerpo, en un sofá individual en la sala de estar. La televisión aún estaba encendida con un programa de citas transcurriendo. No le prestó atención a eso, si no al cuerpo. Tenía un orificio en la frente y otro en la parte anterior de la cabeza, por supuesto que la bala atravesó el cráneo y cerebro. Olfateó tanto el cadáver como el ambiente. La sangre seguía fresca, el cuerpo más o menos caliente y pudo detectar, entre ese perfume horrible, un muy ligero rastro de pólvora. También había tabaco. —Reciente... apenas unas... ¿tres horas? Cuatro, cuanto mucho. —murmuró mientras rascó apenas su barbilla, después se fijó en la mesa al lado del sofá, allí donde se esparció la sangre, el reloj marcaba la hora y la caja de cigarrillos junto con las colillas indicaban que el hombre estuvo fumando. Lo tomaron totalmente desprevenido. Caminó alrededor, todavía olfateando, hasta llegar a la cómoda de la sala. Se acercó a uno de los cajones, notando algo... —¿Aceite industrial? Huh... De la víctima no es... ¿el culpable? —de su abrigo sacó un pañuelo y abrió el cajón para inspeccionar el interior. Estaba revuelto, algunas cajas y papeles, incluso fotos, pero nada más. Cerró el cajón—. ¿Qué estaba buscando...? Siguió la investigación mientras guardó el pañuelo, pasando por la cocina, también algo revuelta entre las alacenas y heladera, pero nada para tomar nota. Así, pasó por el pequeño pasillo que conectaba la sala con el baño y dos habitaciones más, pequeñas. Pero Koda se detuvo en el primer cuarto, el aire cambió. Empujó la puerta lo suficiente para entrar y vio, al igual que antes, todo revuelto. Lo que llamó más su atención fue la ventana del cuarto abierta. Posible entrada del culpable. Se acercó a olfatear y, sí, más rastro de aceite. Además, la escalera de incendios estaba cerca de ahí. —Pudo subir por las escaleras y entrar sin ser detectado, mh... —cruzó los brazos, pensativo, pero esto no duró mucho cuando oyó pasos. Sus orejas enseguida se voltearon en la dirección de donde provenían. El zorro se movió rápido hacia la entrada del apartamento. —¡Esto es la escena de un crimen, no puedes estar aquí! ¡No, no! ¡Nada te incumbe así que lárgate! ¡Vas a terminar contaminando la escena! —su voz se alzó en volumen contra aquella persona, pero sonaba algo cómico por el hecho que tenía una voz juvenil. Incluso eso cambió además de su apariencia. Una desdicha—. Anda, vete ya, no me obligues a sacarte. A nadie intimidaba con la baja estatura. [Cualquiera puede responder si gusta.]
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  • Que difícil es la gente Alfred prefiero luchar contra el crimen que socializar
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    //Desde hace unos días he estado pensando en que me gustaría rolear algo con más drama o acción, poniendo a mi personaje en situaciones aún más complicadas. Hasta ahora he desarrollado una historia en donde su canibalismo pasa desapercibido, pero me pregunté, ¿qué pasaría si alguien lo ve en plena escena del crimen? ¿O qué pasaría si mata a la persona equivocada?

    Si alguno tiene alguna idea y quisiera desarrollarla conmigo, es bienvenido a compartírmela.

    Hasta ahora llevo roles con trasfondo romántico (que igual me encantan porque el drama y el desarrollo que llevan,,, soy fan, besito pa mis partners), pero si se preguntan realmente no es necesario hacerlo romántico si no quieren, aquí roleamos de todo jsjsjs

    Nada, todo esto también para decir que escribí una escena que sirve de starter así que la voy a publicar, es rol abierto para quienes quieran (puedo llevar diversas líneas narrativas, es decir, un rol con un pj no interfiere en el de otro)

    Si tienen alguna otra idea me avisan, muack
    //Desde hace unos días he estado pensando en que me gustaría rolear algo con más drama o acción, poniendo a mi personaje en situaciones aún más complicadas. Hasta ahora he desarrollado una historia en donde su canibalismo pasa desapercibido, pero me pregunté, ¿qué pasaría si alguien lo ve en plena escena del crimen? ¿O qué pasaría si mata a la persona equivocada? Si alguno tiene alguna idea y quisiera desarrollarla conmigo, es bienvenido a compartírmela. Hasta ahora llevo roles con trasfondo romántico (que igual me encantan porque el drama y el desarrollo que llevan,,, soy fan, besito pa mis partners), pero si se preguntan realmente no es necesario hacerlo romántico si no quieren, aquí roleamos de todo jsjsjs Nada, todo esto también para decir que escribí una escena que sirve de starter así que la voy a publicar, es rol abierto para quienes quieran (puedo llevar diversas líneas narrativas, es decir, un rol con un pj no interfiere en el de otro) Si tienen alguna otra idea me avisan, muack
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  • ──── 𝘐𝘭 𝘵𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘴𝘦𝘯𝘻𝘢 𝘷𝘦𝘥𝘦𝘳𝘵𝘪, 𝘤𝘢𝘳𝘰 𝘢𝘮𝘪𝘤𝘰. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟏𝟐]

    [] 𝑅𝑜𝑚𝑎, 𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 — 𝟾:𝟶𝟶 𝑃.𝑀.

    El vuelo privado despegaba de Le Bourget bajo una lluvia fina que parecía querer lavar París de la sangre que Santiago había dejado apenas la noche anterior.

    En la cabina del Gulfstream, el argentino se recostaba en el sillón de cuero blanco, las piernas cruzadas, una copa de Malbec mendocino en la mano derecha y el pasaporte diplomático italiano (Falsificado con la perfección que solo él sabía conseguir) sobre la mesa de caoba.

    El ministro francés ya no era problema, fue noticia mundial y él se percató de esto observando a un par de personas hablando del asesinato del ministro al ver sus teléfonos móviles; sin percatarse que tenían al asesino a unos dos asientos de distancia.

    Nadie vio nada. Nadie
    vería nada jamás.

    Santiago sonrió mirando por la ventanilla cómo las luces de París se hacían pequeñas. En menos de dos horas estaría en Ciampino, y de ahí directo al Palazzo Chigi. Porque el actual presidente del Consiglio no olvidara nunca quién lo había puesto allí.

    Recordaba perfectamente la noche en la villa de Frascati: el candidato rival saliendo al jardín a fumarse un toscano, creyéndose a salvo.

    Dos balas silenciadas en la nuca, luego el cuerpo arrastrado hasta la piscina y hundido con pesas de gimnasio. A la mañana siguiente los periódicos hablaban de “trágico suicidio”.

    Dos meses después, su cliente juraba como presidente.

    Y cada vez que Santiago aparecía, siempre sin avisar, siempre entrando por puertas que nadie sabía que existían, donde el hombre más poderoso de Italia se ponía pálido y empezaba a sudar.

    ──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘢𝘪𝘳𝘦, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ó. ────

    Le diría esta noche, usando el nombre de pila solo para recordarle que podía acabar con ella cuando quisiera.

    ──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘔𝘦𝘳𝘤𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘣𝘭𝘪𝘯𝘥𝘢𝘥𝘰, 𝘭𝘰𝘴 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘢𝘦𝘴𝘱𝘢𝘭𝘥𝘢𝘴, 𝘭𝘰𝘴 𝘢𝘷𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘌𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰… 𝘠 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰, 𝘨𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘴𝘪𝘨𝘶𝘦𝘴 𝘷𝘪𝘷𝘰. ────

    Apuró el vino, dejó la copa vacía y se ajustó el traje negro hecho en Buenos Aires, corte perfecto, tela que no arruga ni con sangre.
    Roma lo esperaba.

    Y el presidente sabía que, cuando Santiago llegaba, alguien más tenía que irse.

    ──── 𝘝𝘪𝘯𝘦 𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘪𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘳 𝘤ó𝘮𝘰 𝘷𝘢𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘢𝘲𝘶í. 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘴 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ò. ¿𝘠𝘢 𝘵𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰𝘵𝘪𝘤𝘪𝘢𝘴? ────

    El presidente italiano se puso pálido, sabía perfectamente quién era él y que habia perpetrado el crimen de una forma perfecta.

    ──── 𝘔á𝘴 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘱𝘪𝘦𝘯𝘴𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘶𝘯𝘢 𝘪𝘥𝘪𝘰𝘵𝘦𝘻 𝘴𝘪 𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘢𝘤𝘢𝘣𝘢𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴. 𝘗𝘦𝘳𝘰, 𝘴é 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘳á𝘴. . . ¿𝘖 𝘴í? ────

    Extendió su mano con sl fin de estrechar la de Niccoló. Solo quería asegurarse y ver cuán leal le era aquel hombre donde sus ojos carmesí lo estudiaban detenidamente.

    ──── 𝘐𝘭 𝘵𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘴𝘦𝘯𝘻𝘢 𝘷𝘦𝘥𝘦𝘳𝘵𝘪, 𝘤𝘢𝘳𝘰 𝘢𝘮𝘪𝘤𝘰. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟏𝟐] [🇮🇹] 𝑅𝑜𝑚𝑎, 𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 — 𝟾:𝟶𝟶 𝑃.𝑀. El vuelo privado despegaba de Le Bourget bajo una lluvia fina que parecía querer lavar París de la sangre que Santiago había dejado apenas la noche anterior. En la cabina del Gulfstream, el argentino se recostaba en el sillón de cuero blanco, las piernas cruzadas, una copa de Malbec mendocino en la mano derecha y el pasaporte diplomático italiano (Falsificado con la perfección que solo él sabía conseguir) sobre la mesa de caoba. El ministro francés ya no era problema, fue noticia mundial y él se percató de esto observando a un par de personas hablando del asesinato del ministro al ver sus teléfonos móviles; sin percatarse que tenían al asesino a unos dos asientos de distancia. Nadie vio nada. Nadie vería nada jamás. Santiago sonrió mirando por la ventanilla cómo las luces de París se hacían pequeñas. En menos de dos horas estaría en Ciampino, y de ahí directo al Palazzo Chigi. Porque el actual presidente del Consiglio no olvidara nunca quién lo había puesto allí. Recordaba perfectamente la noche en la villa de Frascati: el candidato rival saliendo al jardín a fumarse un toscano, creyéndose a salvo. Dos balas silenciadas en la nuca, luego el cuerpo arrastrado hasta la piscina y hundido con pesas de gimnasio. A la mañana siguiente los periódicos hablaban de “trágico suicidio”. Dos meses después, su cliente juraba como presidente. Y cada vez que Santiago aparecía, siempre sin avisar, siempre entrando por puertas que nadie sabía que existían, donde el hombre más poderoso de Italia se ponía pálido y empezaba a sudar. ──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘢𝘪𝘳𝘦, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ó. ──── Le diría esta noche, usando el nombre de pila solo para recordarle que podía acabar con ella cuando quisiera. ──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘔𝘦𝘳𝘤𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘣𝘭𝘪𝘯𝘥𝘢𝘥𝘰, 𝘭𝘰𝘴 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘢𝘦𝘴𝘱𝘢𝘭𝘥𝘢𝘴, 𝘭𝘰𝘴 𝘢𝘷𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘌𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰… 𝘠 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰, 𝘨𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘴𝘪𝘨𝘶𝘦𝘴 𝘷𝘪𝘷𝘰. ──── Apuró el vino, dejó la copa vacía y se ajustó el traje negro hecho en Buenos Aires, corte perfecto, tela que no arruga ni con sangre. Roma lo esperaba. Y el presidente sabía que, cuando Santiago llegaba, alguien más tenía que irse. ──── 𝘝𝘪𝘯𝘦 𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘪𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘳 𝘤ó𝘮𝘰 𝘷𝘢𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘢𝘲𝘶í. 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘴 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ò. ¿𝘠𝘢 𝘵𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰𝘵𝘪𝘤𝘪𝘢𝘴? ──── El presidente italiano se puso pálido, sabía perfectamente quién era él y que habia perpetrado el crimen de una forma perfecta. ──── 𝘔á𝘴 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘱𝘪𝘦𝘯𝘴𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘶𝘯𝘢 𝘪𝘥𝘪𝘰𝘵𝘦𝘻 𝘴𝘪 𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘢𝘤𝘢𝘣𝘢𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴. 𝘗𝘦𝘳𝘰, 𝘴é 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘳á𝘴. . . ¿𝘖 𝘴í? ──── Extendió su mano con sl fin de estrechar la de Niccoló. Solo quería asegurarse y ver cuán leal le era aquel hombre donde sus ojos carmesí lo estudiaban detenidamente.
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    Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra

    Ingenua de mi linaje,
    la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane.
    El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno:
    dos roscas, una para mí y otra para Jennifer.
    Mi madre Reina aún no se ha levantado;
    por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto,
    como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera.

    Me siento con Ayane.
    La rosca está deliciosa:
    dulce pero no empalagosa,
    vainilla con un susurro de cáscara de mandarina,
    y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos—
    no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras.

    Entonces, por la puerta principal aparece una figura:
    una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar.
    Bueno… hasta ahora.

    Akane.

    —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:—

    Akane:
    —Así que ésta es vuestra nueva cachorra?

    Luego sus ojos se posan en mí.
    Siento que el universo entero me observa.

    Akane:
    —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna.
    Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!?

    Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada.

    Ayane:
    —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer.
    Y ya sabes cómo se pone por sus dulces.

    Akane asiente, sonríe, y se despide.
    Pero yo… yo quedo paralizada.
    Embelesada.
    Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento.
    Ayane gira la cabeza para despedirla…
    y en ese instante cometo mi primer crimen familiar:

    robo la rosca de Jennifer.

    Quizá para guardarla,
    quizá para regalársela a Akane en otro momento,
    quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo.

    Pero antes de poder esconderla del todo,
    una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa:

    Jennifer:
    —¿Qué haces, pequeña flor?

    Me guardo la rosca con descarado disimulo.
    Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible.
    Ella lo sabe.
    Lo ha visto todo.
    Y aun así… sonríe por dentro.
    Le encanta consentir a sus crías.

    Jennifer:
    —Prepárate, pequeña Lili.
    Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen,
    tu sangre.
    El poder que late en ti.

    ¿Poder?
    ¿Yo tengo poder?
    La idea me enciende por dentro.
    Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro.
    ¡Se lo mostraré a Akane!
    La sorprenderé.
    Seré digna del linaje.

    Lili:
    —¡Estoy preparada, mami!

    Pero entonces, Jennifer se detiene.
    Su mirada se vacía.
    Algo —o alguien— la llama desde otro plano.
    Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano.
    Un portal se abre con un susurro,
    y Jennifer desaparece sin despedirse.

    Ayane:
    —Tranquila, mi amor…
    no es grave.
    Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento.

    Pero en el fondo,
    muy en el fondo,
    Ayane ya sabía que eso
    no iba a ocurrir.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra Ingenua de mi linaje, la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane. El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno: dos roscas, una para mí y otra para Jennifer. Mi madre Reina aún no se ha levantado; por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto, como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera. Me siento con Ayane. La rosca está deliciosa: dulce pero no empalagosa, vainilla con un susurro de cáscara de mandarina, y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos— no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras. Entonces, por la puerta principal aparece una figura: una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar. Bueno… hasta ahora. Akane. —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:— Akane: —Así que ésta es vuestra nueva cachorra? Luego sus ojos se posan en mí. Siento que el universo entero me observa. Akane: —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna. Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!? Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada. Ayane: —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer. Y ya sabes cómo se pone por sus dulces. Akane asiente, sonríe, y se despide. Pero yo… yo quedo paralizada. Embelesada. Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento. Ayane gira la cabeza para despedirla… y en ese instante cometo mi primer crimen familiar: robo la rosca de Jennifer. Quizá para guardarla, quizá para regalársela a Akane en otro momento, quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo. Pero antes de poder esconderla del todo, una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa: Jennifer: —¿Qué haces, pequeña flor? Me guardo la rosca con descarado disimulo. Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible. Ella lo sabe. Lo ha visto todo. Y aun así… sonríe por dentro. Le encanta consentir a sus crías. Jennifer: —Prepárate, pequeña Lili. Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen, tu sangre. El poder que late en ti. ¿Poder? ¿Yo tengo poder? La idea me enciende por dentro. Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro. ¡Se lo mostraré a Akane! La sorprenderé. Seré digna del linaje. Lili: —¡Estoy preparada, mami! Pero entonces, Jennifer se detiene. Su mirada se vacía. Algo —o alguien— la llama desde otro plano. Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano. Un portal se abre con un susurro, y Jennifer desaparece sin despedirse. Ayane: —Tranquila, mi amor… no es grave. Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento. Pero en el fondo, muy en el fondo, Ayane ya sabía que eso no iba a ocurrir.
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    Capítulo II parte 1

    Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra

    Ingenua de mi linaje,
    la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane.
    El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno:
    dos roscas, una para mí y otra para Jennifer.
    Mi madre Reina aún no se ha levantado;
    por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto,
    como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera.

    Me siento con Ayane.
    La rosca está deliciosa:
    dulce pero no empalagosa,
    vainilla con un susurro de cáscara de mandarina,
    y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos—
    no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras.

    Entonces, por la puerta principal aparece una figura:
    una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar.
    Bueno… hasta ahora.

    Akane.

    —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:—

    Akane:
    —Así que ésta es vuestra nueva cachorra?

    Luego sus ojos se posan en mí.
    Siento que el universo entero me observa.

    Akane:
    —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna.
    Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!?

    Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada.

    Ayane:
    —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer.
    Y ya sabes cómo se pone por sus dulces.

    Akane asiente, sonríe, y se despide.
    Pero yo… yo quedo paralizada.
    Embelesada.
    Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento.
    Ayane gira la cabeza para despedirla…
    y en ese instante cometo mi primer crimen familiar:

    robo la rosca de Jennifer.

    Quizá para guardarla,
    quizá para regalársela a Akane en otro momento,
    quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo.

    Pero antes de poder esconderla del todo,
    una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa:

    Jennifer:
    —¿Qué haces, pequeña flor?

    Me guardo la rosca con descarado disimulo.
    Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible.
    Ella lo sabe.
    Lo ha visto todo.
    Y aun así… sonríe por dentro.
    Le encanta consentir a sus crías.

    Jennifer:
    —Prepárate, pequeña Lili.
    Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen,
    tu sangre.
    El poder que late en ti.

    ¿Poder?
    ¿Yo tengo poder?
    La idea me enciende por dentro.
    Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro.
    ¡Se lo mostraré a Akane!
    La sorprenderé.
    Seré digna del linaje.

    Lili:
    —¡Estoy preparada, mami!

    Pero entonces, Jennifer se detiene.
    Su mirada se vacía.
    Algo —o alguien— la llama desde otro plano.
    Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano.
    Un portal se abre con un susurro,
    y Jennifer desaparece sin despedirse.

    Ayane:
    —Tranquila, mi amor…
    no es grave.
    Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento.

    Pero en el fondo,
    muy en el fondo,
    Ayane ya sabía que eso
    no iba a ocurrir.

    𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫

    Jenny Queen Orc

    Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar
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    Capítulo II parte 1

    Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra

    Ingenua de mi linaje,
    la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane.
    El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno:
    dos roscas, una para mí y otra para Jennifer.
    Mi madre Reina aún no se ha levantado;
    por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto,
    como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera.

    Me siento con Ayane.
    La rosca está deliciosa:
    dulce pero no empalagosa,
    vainilla con un susurro de cáscara de mandarina,
    y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos—
    no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras.

    Entonces, por la puerta principal aparece una figura:
    una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar.
    Bueno… hasta ahora.

    Akane.

    —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:—

    Akane:
    —Así que ésta es vuestra nueva cachorra?

    Luego sus ojos se posan en mí.
    Siento que el universo entero me observa.

    Akane:
    —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna.
    Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!?

    Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada.

    Ayane:
    —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer.
    Y ya sabes cómo se pone por sus dulces.

    Akane asiente, sonríe, y se despide.
    Pero yo… yo quedo paralizada.
    Embelesada.
    Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento.
    Ayane gira la cabeza para despedirla…
    y en ese instante cometo mi primer crimen familiar:

    robo la rosca de Jennifer.

    Quizá para guardarla,
    quizá para regalársela a Akane en otro momento,
    quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo.

    Pero antes de poder esconderla del todo,
    una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa:

    Jennifer:
    —¿Qué haces, pequeña flor?

    Me guardo la rosca con descarado disimulo.
    Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible.
    Ella lo sabe.
    Lo ha visto todo.
    Y aun así… sonríe por dentro.
    Le encanta consentir a sus crías.

    Jennifer:
    —Prepárate, pequeña Lili.
    Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen,
    tu sangre.
    El poder que late en ti.

    ¿Poder?
    ¿Yo tengo poder?
    La idea me enciende por dentro.
    Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro.
    ¡Se lo mostraré a Akane!
    La sorprenderé.
    Seré digna del linaje.

    Lili:
    —¡Estoy preparada, mami!

    Pero entonces, Jennifer se detiene.
    Su mirada se vacía.
    Algo —o alguien— la llama desde otro plano.
    Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano.
    Un portal se abre con un susurro,
    y Jennifer desaparece sin despedirse.

    Ayane:
    —Tranquila, mi amor…
    no es grave.
    Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento.

    Pero en el fondo,
    muy en el fondo,
    Ayane ya sabía que eso
    no iba a ocurrir.

    𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫

    Jenny Queen Orc

    Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Capítulo II parte 1 Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra Ingenua de mi linaje, la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane. El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno: dos roscas, una para mí y otra para Jennifer. Mi madre Reina aún no se ha levantado; por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto, como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera. Me siento con Ayane. La rosca está deliciosa: dulce pero no empalagosa, vainilla con un susurro de cáscara de mandarina, y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos— no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras. Entonces, por la puerta principal aparece una figura: una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar. Bueno… hasta ahora. Akane. —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:— Akane: —Así que ésta es vuestra nueva cachorra? Luego sus ojos se posan en mí. Siento que el universo entero me observa. Akane: —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna. Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!? Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada. Ayane: —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer. Y ya sabes cómo se pone por sus dulces. Akane asiente, sonríe, y se despide. Pero yo… yo quedo paralizada. Embelesada. Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento. Ayane gira la cabeza para despedirla… y en ese instante cometo mi primer crimen familiar: robo la rosca de Jennifer. Quizá para guardarla, quizá para regalársela a Akane en otro momento, quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo. Pero antes de poder esconderla del todo, una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa: Jennifer: —¿Qué haces, pequeña flor? Me guardo la rosca con descarado disimulo. Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible. Ella lo sabe. Lo ha visto todo. Y aun así… sonríe por dentro. Le encanta consentir a sus crías. Jennifer: —Prepárate, pequeña Lili. Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen, tu sangre. El poder que late en ti. ¿Poder? ¿Yo tengo poder? La idea me enciende por dentro. Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro. ¡Se lo mostraré a Akane! La sorprenderé. Seré digna del linaje. Lili: —¡Estoy preparada, mami! Pero entonces, Jennifer se detiene. Su mirada se vacía. Algo —o alguien— la llama desde otro plano. Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano. Un portal se abre con un susurro, y Jennifer desaparece sin despedirse. Ayane: —Tranquila, mi amor… no es grave. Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento. Pero en el fondo, muy en el fondo, Ayane ya sabía que eso no iba a ocurrir. [Ayane_Ishtar] [queen_0] [akane_qi]
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  • Aroma a Mandarina
    Categoría Original
    "Mira, es la primera de la temporada. ¿Quieres que la comamos juntas?"

    La infancia de una niña huérfana era complicada. Sobre todo, de una que creció en un cabaret.

    Irene Graves escogió su nombre ella misma. Lo vio en una película sobre mujeres que cantaban y bailaban, llevando alegría a los demás. Irene, el nombre de la protagonista... usarlo la hacía sentir como si pudiera hacer todo eso y mucho más. Como si, igual que ella, fuese capaz de repartir amor, espectáculo, alivio a quienes lo necesitaban.

    Irene no escogió el lugar donde creció, pero de haber podido, no hubiese sido uno diferente. El terciopelo carmesí que apoyó sus primeros pasos, el aroma a colonia, el brillo del neón... no hubo un día, no hubo uno solo, que no fuera mágico. Hasta el día de hoy, seguía provocando el mismo sentimiento.

    "Tengo suerte", decía. "Tengo suerte de haber terminado aquí."

    Era normal que la miraran con extrañeza. ¿Una niña que creció en un cabaret? Los prejuicios, las burlas, los preconceptos eran la orden de su día a día. Pero ella nunca permitió que eso dejara de hacerla sonreír.

    Aunque nunca fuese muy popular con los de su edad, claro. Hasta el día en que la conoció a ella.

    "¡Comer la primera de la temporada es de buena suerte!"

    Irene nunca había visto un cabello tan bonito. Era un tono como el del cielo en un día nublado. ¡Y sus ojos! Claros con un brillo como el de perlas preciosas.

    Irene supo que quería ser su amiga. Supo que debía ser su primer amiga. Supo, en lo más profundo de su corazón, que tenía que conocerla, guiada por algo que la superaba, y al mismo, por algo increíblemente simple.

    "Te atrapé", le dijo, con una risa traviesa. "Si compartimos la primera mandarina del año, significa que ya no puedes alejarte de mí. ¡Tienes que quedarte conmigo para siempre!"

    Se lo inventó, por supuesto. La reacción en la niña del cabello blanco fue la más graciosa, y la más adorable que hubiera visto jamás. ¡Se lo creyó todo!

    Todo, cada palabra... Como si de los labios de Irene sólo pudieran salir dogmas inquebrantables, ella siempre la escuchaba.

    Ella siempre escuchaba a la niña que sólo servía para escuchar a los demás.

    Y por eso, Irene la amaba.

    Irene amaba a la niña del cabello blanco más que nada en el mundo. Y eso que Irene amaba muchas cosas.

    Irene amaba a Perle Noir. Irene amaba a su compañeros, a sus clientes, sus confidentes, sus amigos. Irene amaba darle alegría a los demás a través del arte que hacía con su ser entero.

    Irene amaba el amor. Estaba fascinada con el acto tan intenso y puro que era el amar, con la fuerza transformadora e implacable que podía llegar a ser.

    Y, aún así, Irene no amaba nada ni a nadie más que a la niña que compartió la primer mandarina de la temporada con ella, ese día de otoño.

    Y la amaba tanto, que no le importó saber que esa niña terminaría con su vida.

    Porque lo sabía. Lo supo desde el momento en el que la vio, y también sabía que la niña del cabello blanco estaba enterada de eso. Del destino desgarradoramente cruel que se había elegido para ambas.

    Irene sabía, también, de todas las cosas que la niña del cabello blanco había hecho para intentar cambiarlo. De la forma en la que había desafiado al tiempo mismo, a cada precepto del universo. Lo sabía, y la amaba por eso.

    Pero también sabía que, desgraciadamente, no era suficiente.

    Pero la amaba. A pesar de todo, y debido a todo, la amaba. La amaba más de lo que podían expresar las palabras. Y si su vida tenía que terminar gracias a esas manos... estaba bien.

    Estaba bien. No era algo malo. Porque pudo conocerla. Porque tuvo una vida llena de alegría gracias a ella. ¿Podía atreverse a pedir más? ¿Podía una niña huérfana que sólo quería compartir una mandarina tener una aspiración más grande, que morir a manos de quien amaba?

    Pedir más hubiera sido un crimen. Así que lo aceptó. Lo aceptó desde el primer momento, y vivió cada día sabiendo que su vida no sería larga.

    Sabiendo que cada oportunidad de amar que desperdiciara, podría ser la última.
    "Mira, es la primera de la temporada. ¿Quieres que la comamos juntas?" La infancia de una niña huérfana era complicada. Sobre todo, de una que creció en un cabaret. Irene Graves escogió su nombre ella misma. Lo vio en una película sobre mujeres que cantaban y bailaban, llevando alegría a los demás. Irene, el nombre de la protagonista... usarlo la hacía sentir como si pudiera hacer todo eso y mucho más. Como si, igual que ella, fuese capaz de repartir amor, espectáculo, alivio a quienes lo necesitaban. Irene no escogió el lugar donde creció, pero de haber podido, no hubiese sido uno diferente. El terciopelo carmesí que apoyó sus primeros pasos, el aroma a colonia, el brillo del neón... no hubo un día, no hubo uno solo, que no fuera mágico. Hasta el día de hoy, seguía provocando el mismo sentimiento. "Tengo suerte", decía. "Tengo suerte de haber terminado aquí." Era normal que la miraran con extrañeza. ¿Una niña que creció en un cabaret? Los prejuicios, las burlas, los preconceptos eran la orden de su día a día. Pero ella nunca permitió que eso dejara de hacerla sonreír. Aunque nunca fuese muy popular con los de su edad, claro. Hasta el día en que la conoció a ella. "¡Comer la primera de la temporada es de buena suerte!" Irene nunca había visto un cabello tan bonito. Era un tono como el del cielo en un día nublado. ¡Y sus ojos! Claros con un brillo como el de perlas preciosas. Irene supo que quería ser su amiga. Supo que debía ser su primer amiga. Supo, en lo más profundo de su corazón, que tenía que conocerla, guiada por algo que la superaba, y al mismo, por algo increíblemente simple. "Te atrapé", le dijo, con una risa traviesa. "Si compartimos la primera mandarina del año, significa que ya no puedes alejarte de mí. ¡Tienes que quedarte conmigo para siempre!" Se lo inventó, por supuesto. La reacción en la niña del cabello blanco fue la más graciosa, y la más adorable que hubiera visto jamás. ¡Se lo creyó todo! Todo, cada palabra... Como si de los labios de Irene sólo pudieran salir dogmas inquebrantables, ella siempre la escuchaba. Ella siempre escuchaba a la niña que sólo servía para escuchar a los demás. Y por eso, Irene la amaba. Irene amaba a la niña del cabello blanco más que nada en el mundo. Y eso que Irene amaba muchas cosas. Irene amaba a Perle Noir. Irene amaba a su compañeros, a sus clientes, sus confidentes, sus amigos. Irene amaba darle alegría a los demás a través del arte que hacía con su ser entero. Irene amaba el amor. Estaba fascinada con el acto tan intenso y puro que era el amar, con la fuerza transformadora e implacable que podía llegar a ser. Y, aún así, Irene no amaba nada ni a nadie más que a la niña que compartió la primer mandarina de la temporada con ella, ese día de otoño. Y la amaba tanto, que no le importó saber que esa niña terminaría con su vida. Porque lo sabía. Lo supo desde el momento en el que la vio, y también sabía que la niña del cabello blanco estaba enterada de eso. Del destino desgarradoramente cruel que se había elegido para ambas. Irene sabía, también, de todas las cosas que la niña del cabello blanco había hecho para intentar cambiarlo. De la forma en la que había desafiado al tiempo mismo, a cada precepto del universo. Lo sabía, y la amaba por eso. Pero también sabía que, desgraciadamente, no era suficiente. Pero la amaba. A pesar de todo, y debido a todo, la amaba. La amaba más de lo que podían expresar las palabras. Y si su vida tenía que terminar gracias a esas manos... estaba bien. Estaba bien. No era algo malo. Porque pudo conocerla. Porque tuvo una vida llena de alegría gracias a ella. ¿Podía atreverse a pedir más? ¿Podía una niña huérfana que sólo quería compartir una mandarina tener una aspiración más grande, que morir a manos de quien amaba? Pedir más hubiera sido un crimen. Así que lo aceptó. Lo aceptó desde el primer momento, y vivió cada día sabiendo que su vida no sería larga. Sabiendo que cada oportunidad de amar que desperdiciara, podría ser la última.
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  • -aquel hombre salió tarde del trabajo, las luces de aquellas farolas ya iluminaban sus pasos en medio de aquella calle cubierta por los alegres niños pidiendo dulces, solamente seguía su camino con aquel cigarrillo entre sus labios mientras sus pensamientos lo distraían-

    (Halloween otra vez, las calles se llenan de risas, de niños corriendo bajo máscaras de plástico, no niego que hay algo hermoso en eso… esa inocencia que cree que el miedo se puede disfrazar)

    -de su boca había dejado salir una gran nube de humo mientras se detuvo en seco al esperar a que ese semáforo le diera el paso-

    (será que los adultos aveces hacemos lo mismo??, solo cambiamos esas máscaras de plástico barato por máscaras más caras)

    -Exclamo antes de seguir con su paso, un grupo de niños lo había detenido para pedirle dulces, aquella sonrisa en sus rostros le hizo sonreír de igual manera para después de su bolsa de es gabardina sacar algunos dulces que se había robado de la estación para darles uno a cada uno-

    (Esta noche es fácil oler el humo de las fogatas, el azúcar de los dulces, y escuchar aquellos gritos de los que salen asustados con una mala broma)

    -una vez llegó a casa solamente sacaría un vaso en dónde vertiria algo de agua para después caminar a su estudio y sentarse frente a aquella ventana -

    (No hay fantasmas afuera… solo los que algunas veces llegamos a sentir, me gusta mirar las luces desde lejos, Esas linternas vacías que titilan en la oscuridad con cada paso y carrera de los pequeños....parece como si intentaran recordar algo aquella vela.....quizás eso somos todos: calabazas huecas con una chispa dentro, resistiendo al viento)

    -este sacaría de un cajón un pequeño somnifero en pastilla algo que se había robado de la última escena del crimen, esperaba que eso pudiera ayudarla a dormir, tras tomarlo solamente se quedó observando aquellas calles frente a su casa-

    (Y cuando la noche se apaga, cuando las risas se van, queda el silencio y en ese silencio… siempre parece que alguien susurra mi nombre, será que tal vez ya me estoy volviendo loco)
    -aquel hombre salió tarde del trabajo, las luces de aquellas farolas ya iluminaban sus pasos en medio de aquella calle cubierta por los alegres niños pidiendo dulces, solamente seguía su camino con aquel cigarrillo entre sus labios mientras sus pensamientos lo distraían- (Halloween otra vez, las calles se llenan de risas, de niños corriendo bajo máscaras de plástico, no niego que hay algo hermoso en eso… esa inocencia que cree que el miedo se puede disfrazar) -de su boca había dejado salir una gran nube de humo mientras se detuvo en seco al esperar a que ese semáforo le diera el paso- (será que los adultos aveces hacemos lo mismo??, solo cambiamos esas máscaras de plástico barato por máscaras más caras) -Exclamo antes de seguir con su paso, un grupo de niños lo había detenido para pedirle dulces, aquella sonrisa en sus rostros le hizo sonreír de igual manera para después de su bolsa de es gabardina sacar algunos dulces que se había robado de la estación para darles uno a cada uno- (Esta noche es fácil oler el humo de las fogatas, el azúcar de los dulces, y escuchar aquellos gritos de los que salen asustados con una mala broma) -una vez llegó a casa solamente sacaría un vaso en dónde vertiria algo de agua para después caminar a su estudio y sentarse frente a aquella ventana - (No hay fantasmas afuera… solo los que algunas veces llegamos a sentir, me gusta mirar las luces desde lejos, Esas linternas vacías que titilan en la oscuridad con cada paso y carrera de los pequeños....parece como si intentaran recordar algo aquella vela.....quizás eso somos todos: calabazas huecas con una chispa dentro, resistiendo al viento) -este sacaría de un cajón un pequeño somnifero en pastilla algo que se había robado de la última escena del crimen, esperaba que eso pudiera ayudarla a dormir, tras tomarlo solamente se quedó observando aquellas calles frente a su casa- (Y cuando la noche se apaga, cuando las risas se van, queda el silencio y en ese silencio… siempre parece que alguien susurra mi nombre, será que tal vez ya me estoy volviendo loco)
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  • Confesión.

    Imagina descubrir el castigo del cielo justo en el momento en que sientes cómo el ser al que amas deja escapar su último aliento contra tus labios.
    Así lo supe yo. Así comprendí la magnitud de mi pecado.

    Fui creado con tanto amor que no supe contenerlo. Mientras mis hermanos elevaban himnos al Creador, yo miré más allá, hacia la tierra. Allí encontré algo que en el cielo jamás vi: la pasión con la que los humanos viven y aman, la entrega ciega con que se funden unos en otros, aun sabiendo que el tiempo les roba todo.

    Y entonces lo vi a él...
    Una sola mirada bastó para que mi existencia se incendiara. En aquel instante, el fuego del amor —ese que debía ser puro y divino— ardió con deseo humano. Y ya no hubo marcha atrás.

    Qué crueldad, ¿no? Haber sido creado para amar, pero tener prohibido hacerlo fuera del Reino de los Cielos. Prohibido amar a otro ser que no fuera mi creador.
    El amor que me dio vida fue el mismo que selló mi condena.

    Me arrancaron cuatro de mis seis alas para impedirme regresar a mi hogar.
    El dolor fue insoportable... no solo el físico, sino el del alma desgarrada al comprender que jamás volvería a sentir el toque de su piel.
    El cielo me maldijo con la eternidad y me despojó de todo, excepto de la memoria de su rostro.

    Y ahora vivo condenado: si alguna vez vuelvo a amar, si mi piel toca la de otro ser, le arrebataré un año de vida por cada minuto de contacto.
    Un castigo cruel… desproporcionado al crimen cometido.

    A veces pienso que el cielo no soportó ver lo que creó: un ángel capaz de amar más allá de sus límites.
    Y aunque la eternidad me pese, confieso que no me arrepiento.
    Porque aunque el amor me costó el cielo, su último aliento... aún arde en mis labios.
    Confesión. Imagina descubrir el castigo del cielo justo en el momento en que sientes cómo el ser al que amas deja escapar su último aliento contra tus labios. Así lo supe yo. Así comprendí la magnitud de mi pecado. Fui creado con tanto amor que no supe contenerlo. Mientras mis hermanos elevaban himnos al Creador, yo miré más allá, hacia la tierra. Allí encontré algo que en el cielo jamás vi: la pasión con la que los humanos viven y aman, la entrega ciega con que se funden unos en otros, aun sabiendo que el tiempo les roba todo. Y entonces lo vi a él... Una sola mirada bastó para que mi existencia se incendiara. En aquel instante, el fuego del amor —ese que debía ser puro y divino— ardió con deseo humano. Y ya no hubo marcha atrás. Qué crueldad, ¿no? Haber sido creado para amar, pero tener prohibido hacerlo fuera del Reino de los Cielos. Prohibido amar a otro ser que no fuera mi creador. El amor que me dio vida fue el mismo que selló mi condena. Me arrancaron cuatro de mis seis alas para impedirme regresar a mi hogar. El dolor fue insoportable... no solo el físico, sino el del alma desgarrada al comprender que jamás volvería a sentir el toque de su piel. El cielo me maldijo con la eternidad y me despojó de todo, excepto de la memoria de su rostro. Y ahora vivo condenado: si alguna vez vuelvo a amar, si mi piel toca la de otro ser, le arrebataré un año de vida por cada minuto de contacto. Un castigo cruel… desproporcionado al crimen cometido. A veces pienso que el cielo no soportó ver lo que creó: un ángel capaz de amar más allá de sus límites. Y aunque la eternidad me pese, confieso que no me arrepiento. Porque aunque el amor me costó el cielo, su último aliento... aún arde en mis labios.
    Me entristece
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