El sol del mediodía bañaba el penthouse con un resplandor casi celestial, haciendo relucir el mármol blanco y las molduras doradas que hablaban de un lujo sobrio, cuidadosamente calculado. Las cortinas se mecían con la brisa, y el murmullo lejano de la ciudad parecía un eco irrelevante frente al imperio silencioso que reinaba entre esas paredes.
Elisabetta estaba sentada en su diván favorito, con una pierna cruzada sobre la otra, envuelta en una bata de seda marfil con bordes dorados. Sus uñas perfectas brillaban mientras sostenía la revista que uno de sus asistentes le había entregado minutos antes.
EMPORIO MAGAZINE 2025.
Ahí estaba ella, en la portada. Imponente, inalcanzable, con las gafas oscuras cubriéndole los ojos y una expresión que no dejaba espacio a dudas: era poder, era belleza, era peligro.
"Moda, poder y muerte: la fórmula de Elisabetta di Vincenzo."
"La mujer que convirtió los negocios en arte."
Sus ojos amatistas recorrieron lentamente el titular. Ladeó el rostro apenas, como si saboreara cada palabra impresa con la misma intensidad con la que saboreaba una victoria bien ganada. Luego, sin apartar la mirada de la portada, dejó escapar una suave carcajada, apenas audible.
—Les tomó tiempo entender... —musitó.
En el margen inferior de la portada, una frase resaltada con picardía captó su atención:
“¿Quién es el hombre que siempre la acompaña a todos lados? ¿Será su guardaespaldas como ella dice, o será algo más?”
Elisabetta entrecerró los ojos y su sonrisa se transformó en una línea seductora de malicia pura. Apoyó el mentón sobre la mano con gesto teatral y elegante, y murmuró como si hablara consigo misma, aunque sabía que él estaba allí:
—Les fascina especular... pero nadie entiende que el peligro real nunca se ve venir.
El guardaespaldas, apostado discretamente a unos pasos, no dijo una palabra. Pero en su postura relajada había tensión contenida, como la de un león que observa, callado, esperando que alguien cruce la línea equivocada.
Ella lo sabía. Siempre lo sabía.
—¿Y tú? —preguntó, sin volverse, con voz suave pero cortante—. ¿Te molesta que empiecen a sospechar?
Khaleb Jaddour El sol del mediodía bañaba el penthouse con un resplandor casi celestial, haciendo relucir el mármol blanco y las molduras doradas que hablaban de un lujo sobrio, cuidadosamente calculado. Las cortinas se mecían con la brisa, y el murmullo lejano de la ciudad parecía un eco irrelevante frente al imperio silencioso que reinaba entre esas paredes.
Elisabetta estaba sentada en su diván favorito, con una pierna cruzada sobre la otra, envuelta en una bata de seda marfil con bordes dorados. Sus uñas perfectas brillaban mientras sostenía la revista que uno de sus asistentes le había entregado minutos antes.
EMPORIO MAGAZINE 2025.
Ahí estaba ella, en la portada. Imponente, inalcanzable, con las gafas oscuras cubriéndole los ojos y una expresión que no dejaba espacio a dudas: era poder, era belleza, era peligro.
"Moda, poder y muerte: la fórmula de Elisabetta di Vincenzo."
"La mujer que convirtió los negocios en arte."
Sus ojos amatistas recorrieron lentamente el titular. Ladeó el rostro apenas, como si saboreara cada palabra impresa con la misma intensidad con la que saboreaba una victoria bien ganada. Luego, sin apartar la mirada de la portada, dejó escapar una suave carcajada, apenas audible.
—Les tomó tiempo entender... —musitó.
En el margen inferior de la portada, una frase resaltada con picardía captó su atención:
“¿Quién es el hombre que siempre la acompaña a todos lados? ¿Será su guardaespaldas como ella dice, o será algo más?”
Elisabetta entrecerró los ojos y su sonrisa se transformó en una línea seductora de malicia pura. Apoyó el mentón sobre la mano con gesto teatral y elegante, y murmuró como si hablara consigo misma, aunque sabía que él estaba allí:
—Les fascina especular... pero nadie entiende que el peligro real nunca se ve venir.
El guardaespaldas, apostado discretamente a unos pasos, no dijo una palabra. Pero en su postura relajada había tensión contenida, como la de un león que observa, callado, esperando que alguien cruce la línea equivocada.
Ella lo sabía. Siempre lo sabía.
—¿Y tú? —preguntó, sin volverse, con voz suave pero cortante—. ¿Te molesta que empiecen a sospechar?
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