• Momento de paz y de lectura. * Diciendo mientras se acomoda en el sillon para empezar a leer su libro favorito., antes de irse a dormir.*
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  • —¿Una lluvia de estrellas? Qué fenómeno más bello. Tal vez se deba a algo extraño, habia un libro de eso...

    ...

    —Tal vez solo deba gozar la vista esta vez.
    —¿Una lluvia de estrellas? Qué fenómeno más bello. Tal vez se deba a algo extraño, habia un libro de eso... ... —Tal vez solo deba gozar la vista esta vez.
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    Demy Sunt

    Estudiante Egipcia de historia se muda a otro país luego de vivir su vida entre los libros, en este nuevo país descubre un mundo de perversiones que necesita explorarlos sin límite.
    Tiene 26 años, no ha tenido ninguna relación a lo largo de su vida.
    Vive sola en un departamento en el centro de la ciudad, trabaja en un museo.
    Demy Sunt Estudiante Egipcia de historia se muda a otro país luego de vivir su vida entre los libros, en este nuevo país descubre un mundo de perversiones que necesita explorarlos sin límite. Tiene 26 años, no ha tenido ninguna relación a lo largo de su vida. Vive sola en un departamento en el centro de la ciudad, trabaja en un museo.
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  • Me encanta practicar mi magia de vez en cuando. -Teniendo un libro de hechizos en mano, está practicando con su magía demoniaca.-
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  • No buscamos canciones ni libros viejos.
    Buscamos memorias que creímos nunca recordar.
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  • *-el camaleon se quedo dormido mientras leía un libro-*
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    - En los pasillos del santuario, lo invadía la total oscuridad de la noche. Solo un lugar en concreto se podía escuchar la dulce voz de una mujer cantar una especie de nana antigua. Parecía serena, junto con el sonido del agua desbordarse y el vapor que impregnaba detrás de aquella puerta.

    Cuando el intruso entra, vio aquella silueta de una mujer dentro de una bañera mientras tomaba un tranquilo baño. La joven de cabellos rosados giró para observar sobre su hombro y mostró una sutil sonrisa. Ella alzó un libro que sostenía en su mano para cubrir su boca y dejó escapar aquella voz distorsionada.

    -Oh querido.... debes llamar antes de entrar-, decía con una risa inquietante. Desde el otro lado de la bañera se manifestó la cabeza de un gran zorro con un gruñido territorial. Antes de que el intruso pudiera hacer algo, aquella puerta se cerró de golpe y desde ella se escuchaban los aullidos de aquel hombre.

    El intruso se sintió atrapado en la oscuridad, sin poder ver nada más que las sombras danzar a su alrededor. Los aullidos se intensificaron y el miedo se apoderó de su ser. Intentó abrir la puerta desesperadamente, pero parecía estar sellada con un poder oscuro e impenetrable.

    Entonces, de repente, todo el santuario comenzó a temblar. El suelo se sacudía bajo sus pies y las paredes crujían amenazadoramente. El intruso sabía que algo terrible estaba por suceder, algo que cambiaría su vida para siempre.

    Con el corazón latiendo desbocado, logró abrir la puerta y escapar del santuario antes de que colapsara por completo. Corrió sin mirar atrás, dejando atrás las risas inquietantes y los aullidos aterradores que aún resonaban en su mente.

    Desde entonces, nunca volvió a acercarse al santuario en los oscuros pasillos donde la oscuridad y el miedo reinaban, sabiendo que había algo siniestro y maligno acechando en su interior.-
    🌸- En los pasillos del santuario, lo invadía la total oscuridad de la noche. Solo un lugar en concreto se podía escuchar la dulce voz de una mujer cantar una especie de nana antigua. Parecía serena, junto con el sonido del agua desbordarse y el vapor que impregnaba detrás de aquella puerta. Cuando el intruso entra, vio aquella silueta de una mujer dentro de una bañera mientras tomaba un tranquilo baño. La joven de cabellos rosados giró para observar sobre su hombro y mostró una sutil sonrisa. Ella alzó un libro que sostenía en su mano para cubrir su boca y dejó escapar aquella voz distorsionada. -Oh querido.... debes llamar antes de entrar-, decía con una risa inquietante. Desde el otro lado de la bañera se manifestó la cabeza de un gran zorro con un gruñido territorial. Antes de que el intruso pudiera hacer algo, aquella puerta se cerró de golpe y desde ella se escuchaban los aullidos de aquel hombre. El intruso se sintió atrapado en la oscuridad, sin poder ver nada más que las sombras danzar a su alrededor. Los aullidos se intensificaron y el miedo se apoderó de su ser. Intentó abrir la puerta desesperadamente, pero parecía estar sellada con un poder oscuro e impenetrable. Entonces, de repente, todo el santuario comenzó a temblar. El suelo se sacudía bajo sus pies y las paredes crujían amenazadoramente. El intruso sabía que algo terrible estaba por suceder, algo que cambiaría su vida para siempre. Con el corazón latiendo desbocado, logró abrir la puerta y escapar del santuario antes de que colapsara por completo. Corrió sin mirar atrás, dejando atrás las risas inquietantes y los aullidos aterradores que aún resonaban en su mente. Desde entonces, nunca volvió a acercarse al santuario en los oscuros pasillos donde la oscuridad y el miedo reinaban, sabiendo que había algo siniestro y maligno acechando en su interior.-
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  • ...

    — Lleva horas leyendo su libro y no se ha percatado de la presencia de nadie en la biblioteca. Para su gusto, está completamente perdida en aquella historia de la magia antigua —.
    ... — Lleva horas leyendo su libro y no se ha percatado de la presencia de nadie en la biblioteca. Para su gusto, está completamente perdida en aquella historia de la magia antigua —.
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  • El amor no tiene sentido
    Fandom oc
    Categoría Romance
    Cuando era pequeño, soñaba con ser muchas cosas: escritor, actor, cantante... La lista era interminable. Pero había algo que todos esos sueños compartían: en cada uno de ellos, yo sería exitoso. Me veía triunfando en escenarios, firmando libros, o escuchando a multitudes cantar mis canciones. Sentía que el éxito era mi destino inevitable.

    Pero la realidad no fue tan amable. Con el tiempo, esos sueños se desvanecieron como humo, dejando tras de sí solo el eco de lo que pudo haber sido. Nunca logré alcanzar esas metas; de hecho, nunca llegué ni siquiera a acercarme. Cuando era adolescente, todo parecía ir en la dirección correcta. Era el genio de la clase, el que siempre sacaba las mejores calificaciones y el que los profesores elogiaban constantemente. Mi comportamiento era ejemplar, y mi futuro, según todos, prometía ser brillante.

    Entonces, ¿qué fue lo que me pasó? Esa es la pregunta que me persigue, y lo peor es que ni siquiera yo tengo una respuesta clara. Todo comenzó a desmoronarse en la universidad. No sé si fue el cambio de ambiente, las expectativas que no supe manejar, o simplemente una crisis interna que no vi venir. Pero lo cierto es que ahí fue donde todo comenzó a irse al traste, y cuando la cagué, lo hice a lo grande.

    Y aquí estoy, a mis 32 años, siendo mantenido por mi madre. Un fracasado, ni más ni menos. Aunque ella detesta que me llame así, no puedo evitar sentir que es la verdad. Me miro al espejo y solo veo a alguien que ha fallado en cada paso del camino, alguien cuyo potencial se quedó atrapado en esa adolescencia prometedora.

    Pero todo cambió el día en que, después de meses de estar encerrado en mi casa, decidí finalmente salir para buscar empleo. No tenía grandes expectativas, solo la intención de dar un pequeño paso hacia algo diferente. Caminé hasta una cafetería cercana, el lugar donde solía ir cuando las cosas todavía parecían posibles. No tenía mucho dinero, pero al menos para un café me alcanzaba.

    Pero de repente alguien me interrumpe.
    Cuando era pequeño, soñaba con ser muchas cosas: escritor, actor, cantante... La lista era interminable. Pero había algo que todos esos sueños compartían: en cada uno de ellos, yo sería exitoso. Me veía triunfando en escenarios, firmando libros, o escuchando a multitudes cantar mis canciones. Sentía que el éxito era mi destino inevitable. Pero la realidad no fue tan amable. Con el tiempo, esos sueños se desvanecieron como humo, dejando tras de sí solo el eco de lo que pudo haber sido. Nunca logré alcanzar esas metas; de hecho, nunca llegué ni siquiera a acercarme. Cuando era adolescente, todo parecía ir en la dirección correcta. Era el genio de la clase, el que siempre sacaba las mejores calificaciones y el que los profesores elogiaban constantemente. Mi comportamiento era ejemplar, y mi futuro, según todos, prometía ser brillante. Entonces, ¿qué fue lo que me pasó? Esa es la pregunta que me persigue, y lo peor es que ni siquiera yo tengo una respuesta clara. Todo comenzó a desmoronarse en la universidad. No sé si fue el cambio de ambiente, las expectativas que no supe manejar, o simplemente una crisis interna que no vi venir. Pero lo cierto es que ahí fue donde todo comenzó a irse al traste, y cuando la cagué, lo hice a lo grande. Y aquí estoy, a mis 32 años, siendo mantenido por mi madre. Un fracasado, ni más ni menos. Aunque ella detesta que me llame así, no puedo evitar sentir que es la verdad. Me miro al espejo y solo veo a alguien que ha fallado en cada paso del camino, alguien cuyo potencial se quedó atrapado en esa adolescencia prometedora. Pero todo cambió el día en que, después de meses de estar encerrado en mi casa, decidí finalmente salir para buscar empleo. No tenía grandes expectativas, solo la intención de dar un pequeño paso hacia algo diferente. Caminé hasta una cafetería cercana, el lugar donde solía ir cuando las cosas todavía parecían posibles. No tenía mucho dinero, pero al menos para un café me alcanzaba. Pero de repente alguien me interrumpe.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
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  • Preso de este verso etéreo, un paraje desierto ante mis ramas y hojas de rosadas orquídeas, arropo mi quietud instalada, acérrima, esa amante venerable ante las ilusiones del cuadro en el que me visto; libros de míseros alientos que edifiqué con las presciencias de mis solemnes dedos, los que viajaron decorosos por el conducto de tus respiraciones. Después de todo, después de nadas, la presencia de velos de seda con la que me visto en estos instantes en los que aguardo tu arribo, dista mucho del ente que amaste.

    Mis ojos lamentan tu ausencia. Mis labios tus extremidades sobre las cortinas de hebras que poblaron mi cabeza; me tendiste aquí, y desde el recuerdo renazco, para amarte como tantas veces, en el diario en el que escribo con tinta y sangre, orina y voz de fantasmales perdiciones. Ante mis abismos, ante mí morada, la quietud que nos separa como una víctima más de tus caprichos, comunica la caída del palacio de algodón de azúcar ante el que te conocí.

    Tan sólo era el espectro de tu cuento de hadas en el que te sumergías, el espectro que amaste y al que te entregaste pese a tu infertilidad. Mis alas te vistieron en la noche de bodas, mis garras propulsaron un corrupto edén en el que morarías; serías mi princesa de primigenias aladas en helado sueño, ese en el que, ante más y menos descarados, condenaron nuestra unión.

    Esta quietud, saga, este relumbre en el que me encandilo sin poderte hallar en mis memorias, me provoca el llanto. Vislumbro mis heridas, mi propia crucifixión, corona de bronce y hojalata. Soy tuyo, perenne pese a que me alzo, apenas consciente, en esta ilusión de oscuridad. La vida que me obsequiaste es una cascada seca, secas son mis hojas cada vez que mudo de piel. Encuentro tu estampa dormida en el recuadro y, ante esto, juego por unos instantes a las escondidas con la que tanto me llamas con apremio. Porque aunque estoy perdido, rezo en este sillón envuelto con la piel curtida de mi raza. Raza a la que entregaste por un puñado de salvación y pocas aparecidas monedas.
    Vislumbro tus intenciones, desde esta prisión cada vez que atardece ante lo vidente de tus ojos. Esa casa en la que resido, el espejo en el que recreo tus espejismos, la carne entre la que te escucho cantar. Trinar en el reposo de mis pisadas cada vez que me invocas con palabras que creas con tu lenguaje secreto, tus crayolas apagadas, blancos gises que recorren a tus anatomías. Después de todo entreví tu rostro, aparecido como ilusorio loto, en el lago en el que morabas, en tu ataúd, rodeada por luces de bengalas.

    A ellas las sometí a mis caprichos, salvaje doncella de revueltas y destinos. A ti te reclamé como novia, esposa, amante, musa; música de mi alma tejida con historias que no debieron ser contadas. A ti, mi elemento de la oscuridad de mi millar de corazón a corazón, ramaje risueño, a ti y ante ti, a ti princesa de perlas de luz, te ruego me des el único beso que me provoque renacer entre tus brazos, tomar el alimento que sólo contiene tu savia vitae, y no revelarte nada más, salvo mis encandilados secretos.

    Soy, después de todo el muñeco que edificaste, con uñas, huesos, dientes de leche, cordones umbilicales de las crías que tú misma pariste, con los que te apremiaste conquistar, ante estos riscos con los que me entierras tus hechizadas agujas, y, verdaderos besos de amor clandestino, al abandonado de amor por amor que, tú, olvidada Shófiyar, tú, a quién amo, aún con tus vestimentas de arrugas y acuarelas, lamenta la tormenta entre tormentas de panteones ante los que aguarda a un amor extraviado.

    Maldita vieja, vislumbra a nuestro dios astado, beso y beso en el tiempo de los tiempos, historia entre historias, Shófiyar, tú, con pago por pago, en esta, tu aprehensión primigenia.
    La ascensión de tu historia, Shófiyar, con tus ojos cargados de culpa, ya la aurora boreal se revela ante tus puertas y las preciosas piedras que manan de tus dulces labios carnosos.

    Potente entre nosotros, ante los que cuentan tus hazañas. Cada vez que hurtas una nueva víctima, con tus más visiones extremas, seduces estrellas, astros y velas negras; te instalas ante tu altar y montas a este recién universo herido. Mi música, déjalos en paz y sonríe para mí, pese a que el dolor se abre paso en tus podridas entrañas. En las orillas de un océano de sanguinolentas aparecidas. Ya no te importa que sus cuerpos sean concebidos por tu imaginación retorcida, que sea la música la que tocas con cuerdas para él, porque él te llama desde el recuerdo; a mí, que te amo con locura.
    Preso de este verso etéreo, un paraje desierto ante mis ramas y hojas de rosadas orquídeas, arropo mi quietud instalada, acérrima, esa amante venerable ante las ilusiones del cuadro en el que me visto; libros de míseros alientos que edifiqué con las presciencias de mis solemnes dedos, los que viajaron decorosos por el conducto de tus respiraciones. Después de todo, después de nadas, la presencia de velos de seda con la que me visto en estos instantes en los que aguardo tu arribo, dista mucho del ente que amaste. Mis ojos lamentan tu ausencia. Mis labios tus extremidades sobre las cortinas de hebras que poblaron mi cabeza; me tendiste aquí, y desde el recuerdo renazco, para amarte como tantas veces, en el diario en el que escribo con tinta y sangre, orina y voz de fantasmales perdiciones. Ante mis abismos, ante mí morada, la quietud que nos separa como una víctima más de tus caprichos, comunica la caída del palacio de algodón de azúcar ante el que te conocí. Tan sólo era el espectro de tu cuento de hadas en el que te sumergías, el espectro que amaste y al que te entregaste pese a tu infertilidad. Mis alas te vistieron en la noche de bodas, mis garras propulsaron un corrupto edén en el que morarías; serías mi princesa de primigenias aladas en helado sueño, ese en el que, ante más y menos descarados, condenaron nuestra unión. Esta quietud, saga, este relumbre en el que me encandilo sin poderte hallar en mis memorias, me provoca el llanto. Vislumbro mis heridas, mi propia crucifixión, corona de bronce y hojalata. Soy tuyo, perenne pese a que me alzo, apenas consciente, en esta ilusión de oscuridad. La vida que me obsequiaste es una cascada seca, secas son mis hojas cada vez que mudo de piel. Encuentro tu estampa dormida en el recuadro y, ante esto, juego por unos instantes a las escondidas con la que tanto me llamas con apremio. Porque aunque estoy perdido, rezo en este sillón envuelto con la piel curtida de mi raza. Raza a la que entregaste por un puñado de salvación y pocas aparecidas monedas. Vislumbro tus intenciones, desde esta prisión cada vez que atardece ante lo vidente de tus ojos. Esa casa en la que resido, el espejo en el que recreo tus espejismos, la carne entre la que te escucho cantar. Trinar en el reposo de mis pisadas cada vez que me invocas con palabras que creas con tu lenguaje secreto, tus crayolas apagadas, blancos gises que recorren a tus anatomías. Después de todo entreví tu rostro, aparecido como ilusorio loto, en el lago en el que morabas, en tu ataúd, rodeada por luces de bengalas. A ellas las sometí a mis caprichos, salvaje doncella de revueltas y destinos. A ti te reclamé como novia, esposa, amante, musa; música de mi alma tejida con historias que no debieron ser contadas. A ti, mi elemento de la oscuridad de mi millar de corazón a corazón, ramaje risueño, a ti y ante ti, a ti princesa de perlas de luz, te ruego me des el único beso que me provoque renacer entre tus brazos, tomar el alimento que sólo contiene tu savia vitae, y no revelarte nada más, salvo mis encandilados secretos. Soy, después de todo el muñeco que edificaste, con uñas, huesos, dientes de leche, cordones umbilicales de las crías que tú misma pariste, con los que te apremiaste conquistar, ante estos riscos con los que me entierras tus hechizadas agujas, y, verdaderos besos de amor clandestino, al abandonado de amor por amor que, tú, olvidada Shófiyar, tú, a quién amo, aún con tus vestimentas de arrugas y acuarelas, lamenta la tormenta entre tormentas de panteones ante los que aguarda a un amor extraviado. Maldita vieja, vislumbra a nuestro dios astado, beso y beso en el tiempo de los tiempos, historia entre historias, Shófiyar, tú, con pago por pago, en esta, tu aprehensión primigenia. La ascensión de tu historia, Shófiyar, con tus ojos cargados de culpa, ya la aurora boreal se revela ante tus puertas y las preciosas piedras que manan de tus dulces labios carnosos. Potente entre nosotros, ante los que cuentan tus hazañas. Cada vez que hurtas una nueva víctima, con tus más visiones extremas, seduces estrellas, astros y velas negras; te instalas ante tu altar y montas a este recién universo herido. Mi música, déjalos en paz y sonríe para mí, pese a que el dolor se abre paso en tus podridas entrañas. En las orillas de un océano de sanguinolentas aparecidas. Ya no te importa que sus cuerpos sean concebidos por tu imaginación retorcida, que sea la música la que tocas con cuerdas para él, porque él te llama desde el recuerdo; a mí, que te amo con locura.
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