• — La libertad tiene adicciones imborrables y aún con todo en contra, me siento tan vivo entre páginas de un libro que no he escrito.—
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  • El cielo todavía no decidía si amanecer o seguir llorando. En la azotea del viejo edificio, Atropos permanecía sentada sobre una manta desgastada, las rodillas abrazadas contra el pecho, la mirada perdida en algún punto donde las nubes se disolvían en un gris que parecía eterno. La ciudad se desperezaba lentamente, ajena a la quietud que ella resguardaba como un secreto sagrado.

    El humo de su cigarro ascendía en espirales perezosas, como si también le costara dejar atrás la noche. Había algo en el aire de la mañana que le recordaba a los días que nunca llegaron, a las promesas que no sobrevivieron el invierno. A veces creía que podía oír sus nombres entre el viento, sus voces arrastradas por las corrientes como hojas muertas.

    A sus pies, una taza de café ya frío. En su regazo, un libro abierto por la mitad que no había logrado leer. No porque las palabras no fueran buenas, sino porque simplemente... dolían. Como dolía todo últimamente. El peso de las decisiones, de los hilos que había cortado —y de aquellos que no se atrevió a tocar.

    —¿Y si esta vez dejo que las cosas se deshilachen solas? —murmuró para nadie. O tal vez para el cielo, o para el recuerdo de alguien que ya no estaba.

    A lo lejos, la sirena de un tren partiendo rompió el silencio. Y por un instante, Atropos deseó haber sido una de esas personas que se van sin mirar atrás. Pero ella no era de las que se marchan. Ella era la que se quedaba. La que observa desde la altura cómo todo cambia, cómo todo muere. Y aun así, se aferra a cada amanecer, como si dentro del gris pudiera encontrar algún día un poco de color.









    //¿Atropos con un nuevo sentimiento? :0 jajaja no.
    El cielo todavía no decidía si amanecer o seguir llorando. En la azotea del viejo edificio, Atropos permanecía sentada sobre una manta desgastada, las rodillas abrazadas contra el pecho, la mirada perdida en algún punto donde las nubes se disolvían en un gris que parecía eterno. La ciudad se desperezaba lentamente, ajena a la quietud que ella resguardaba como un secreto sagrado. El humo de su cigarro ascendía en espirales perezosas, como si también le costara dejar atrás la noche. Había algo en el aire de la mañana que le recordaba a los días que nunca llegaron, a las promesas que no sobrevivieron el invierno. A veces creía que podía oír sus nombres entre el viento, sus voces arrastradas por las corrientes como hojas muertas. A sus pies, una taza de café ya frío. En su regazo, un libro abierto por la mitad que no había logrado leer. No porque las palabras no fueran buenas, sino porque simplemente... dolían. Como dolía todo últimamente. El peso de las decisiones, de los hilos que había cortado —y de aquellos que no se atrevió a tocar. —¿Y si esta vez dejo que las cosas se deshilachen solas? —murmuró para nadie. O tal vez para el cielo, o para el recuerdo de alguien que ya no estaba. A lo lejos, la sirena de un tren partiendo rompió el silencio. Y por un instante, Atropos deseó haber sido una de esas personas que se van sin mirar atrás. Pero ella no era de las que se marchan. Ella era la que se quedaba. La que observa desde la altura cómo todo cambia, cómo todo muere. Y aun así, se aferra a cada amanecer, como si dentro del gris pudiera encontrar algún día un poco de color. //¿Atropos con un nuevo sentimiento? :0 jajaja no.
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  • El día transcurría lento en la tienda de conveniencia. Carmina pasaba los productos por el escáner con una rutina tan precisa que apenas pensaba en lo que hacía. Afuera, la lluvia golpeaba con suavidad los cristales empañados. Dentro, el olor a instantáneo y la tenue música instrumental envolvían el espacio en una calma falsa.

    Había dormido mal. O tal vez demasiado bien. El sueño aún le pesaba en los párpados: Nicolás la abrazaba. Con esa sonrisa suya de siempre, medio tímida, medio luminosa. Su piel tostada olía a pan dulce y sol. No dijo nada, solo la miró con esos ojos que nunca aprendieron a esconder lo que sentía.

    Carmina parpadeó, volviendo al presente. Colocó una bolsa de galletas en el mostrador y le devolvió el cambio a una señora sin siquiera mirarla. Luego se quedó sola, rodeada del zumbido de las heladeras y su propio silencio.

    Nicolás. El hijo de los panaderos del vecindario. Su mejor amigo durante años, aunque fueran de mundos distintos: ella, en el colegio privado de monjas; él, en la escuela pública del barrio, siempre con las rodillas raspadas y los dedos llenos de harina. Compartían tardes en la azotea, libros prestados, y un lenguaje hecho de miradas cómplices.

    La última vez que lo vio fue justo antes de la cita que nunca ocurrió. Él la invitó a tomar café. Tenía las manos nerviosas y los ojos brillantes. Todo en él gritaba que estaba a punto de decirle algo importante.

    Pero esa noche salió con sus amigos. Y nunca volvió.

    —¿Lo soñé porque lo extraño o porque él me extraña también? —murmuró para sí, mientras reorganizaba los encendedores cerca de la caja. Aún guardando la esperanza de que este en algún lugar, con vida.

    Nadie volvió a mencionarlo. La gente olvidó rápido, como se olvida una canción vieja. Pero Carmina no. Ella lo esperaba en sueños, donde el tiempo todavía le debía un abrazo.
    El día transcurría lento en la tienda de conveniencia. Carmina pasaba los productos por el escáner con una rutina tan precisa que apenas pensaba en lo que hacía. Afuera, la lluvia golpeaba con suavidad los cristales empañados. Dentro, el olor a instantáneo y la tenue música instrumental envolvían el espacio en una calma falsa. Había dormido mal. O tal vez demasiado bien. El sueño aún le pesaba en los párpados: Nicolás la abrazaba. Con esa sonrisa suya de siempre, medio tímida, medio luminosa. Su piel tostada olía a pan dulce y sol. No dijo nada, solo la miró con esos ojos que nunca aprendieron a esconder lo que sentía. Carmina parpadeó, volviendo al presente. Colocó una bolsa de galletas en el mostrador y le devolvió el cambio a una señora sin siquiera mirarla. Luego se quedó sola, rodeada del zumbido de las heladeras y su propio silencio. Nicolás. El hijo de los panaderos del vecindario. Su mejor amigo durante años, aunque fueran de mundos distintos: ella, en el colegio privado de monjas; él, en la escuela pública del barrio, siempre con las rodillas raspadas y los dedos llenos de harina. Compartían tardes en la azotea, libros prestados, y un lenguaje hecho de miradas cómplices. La última vez que lo vio fue justo antes de la cita que nunca ocurrió. Él la invitó a tomar café. Tenía las manos nerviosas y los ojos brillantes. Todo en él gritaba que estaba a punto de decirle algo importante. Pero esa noche salió con sus amigos. Y nunca volvió. —¿Lo soñé porque lo extraño o porque él me extraña también? —murmuró para sí, mientras reorganizaba los encendedores cerca de la caja. Aún guardando la esperanza de que este en algún lugar, con vida. Nadie volvió a mencionarlo. La gente olvidó rápido, como se olvida una canción vieja. Pero Carmina no. Ella lo esperaba en sueños, donde el tiempo todavía le debía un abrazo.
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  • O este libro tiene muchos consejos para el cuidado del cabello, Sakura-chan

    >Contento asentia<
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  • -- QUIZ # -2 --

    ¿Cuál es el nombre del libro que narra el hundimiento de un barco similar al Titanic, pero que fue publicado pocos años antes de la tragedia?
    -- QUIZ # -2 -- ¿Cuál es el nombre del libro que narra el hundimiento de un barco similar al Titanic, pero que fue publicado pocos años antes de la tragedia?
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  • Morfeo trataba de explicar lo que él veía en los humanos a su creación, Corintio. 

    — No son nada — respondió Corintio y se inclinó hacia Morfeo.

    — No le temen a las pesadillas, es miedo a que sus sueños los delaten.—

    Morfeo giró ligeramente el rostro. Sabía que Corintio entendía a los humanos desde otro ángulo. Él no los protegía. Él los acechaba.

    —Sueñan con lo que no se atreven a desear en voz alta —dijo Morfeo. —Con lo que niegan mientras viven. —

    —Y yo —agregó Corintio con una sonrisa afilada— sueño con lo que niegan mientras duermen.—

    Hubo un momento de silencio. El tipo de silencio que pesa más que el tiempo.

    —Son criaturas rotas —dijo Morfeo finalmente.

    —Y sin embargo, cada noche intentan reconstruirse con pedazos de imaginación.—

    —¿Y eso los hace bellos para ti? —preguntó Corintio, casi con desprecio.

    —No —respondió Morfeo—. Eso los hace… míos. —

    —A veces creo que tú los amas. Y a veces creo que solo los necesitas —aseguró Corintio.

    Morfeo no respondió. Su mirada permanecía en sus anotaciones que hacía en el libro, pensativo en esas últimas palabras. 
    Morfeo trataba de explicar lo que él veía en los humanos a su creación, Corintio.  — No son nada — respondió Corintio y se inclinó hacia Morfeo. — No le temen a las pesadillas, es miedo a que sus sueños los delaten.— Morfeo giró ligeramente el rostro. Sabía que Corintio entendía a los humanos desde otro ángulo. Él no los protegía. Él los acechaba. —Sueñan con lo que no se atreven a desear en voz alta —dijo Morfeo. —Con lo que niegan mientras viven. — —Y yo —agregó Corintio con una sonrisa afilada— sueño con lo que niegan mientras duermen.— Hubo un momento de silencio. El tipo de silencio que pesa más que el tiempo. —Son criaturas rotas —dijo Morfeo finalmente. —Y sin embargo, cada noche intentan reconstruirse con pedazos de imaginación.— —¿Y eso los hace bellos para ti? —preguntó Corintio, casi con desprecio. —No —respondió Morfeo—. Eso los hace… míos. — —A veces creo que tú los amas. Y a veces creo que solo los necesitas —aseguró Corintio. Morfeo no respondió. Su mirada permanecía en sus anotaciones que hacía en el libro, pensativo en esas últimas palabras. 
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  • El Encanto de lo Inesperado
    Fandom Harry Potter
    Categoría Fantasía
    Starter Balthazar Octavius Blythe


    Cazador de Secretos, guardiana de criaturas.


    “Ella protege lo indomable. Él desentierra lo oculto. Juntos, descubrirán que algunas verdades no quieren ser halladas.”



    >>>>Marcaban las 10:05 en el reloj de pared que colgaba sobre la cabeza de Riley. Era ya el segundo café que se tomaba, y sentía que le había sabido a poco. De nuevo, un bostezo la atacaba sin poder contenerlo.

    – Por Dios, Riley, ¿Saliste anoche? – le preguntó Susie, su compañera de trabajo.

    – Podría decirse que sí… – respondió, sin dar mayores explicaciones y dejando a su compañera, que la miraba por encima de la montura de gafas, con ganas de escuchar alguna de sus fugaces historias amorosas. La verdad era que, definitivamente, el amor se le resistía a esa muchacha.

    En cuánto al tema de salir, aquel podría decirse era un “salí, pero no a lo que crees”. Y es que la joven Riley no podía contarle a su compañera que tenía una vida secreta. No siempre se trataba de chicos o… a no ser que ese chico pudiera definirse por un animal fantástico de morro largo, ancho y achatado, con pelo y cuatro patas como un Niffler.

    Y los lugares que esa chica frecuentaba para salir, de manera clásica, solían ser restaurantes de clase media, el cine, centros comerciales, picnic al aire libre o cualquier otro plan muggle. Porque había descubierto que pasar por una muggle era mucho más divertido de lo que esperaba, y lejos estaba de echar de menos el mundo mágico. Al menos con su nombre real, y dentro de la sociedad mágica dado que tenía que esconderse de su padre.

    Al final, después de más de 13 años de mantenerse oculta, parecía que su vida actual era mucho más satisfactoria de lo nunca hubiera creído.
    Disfrutaba del día a día, de perderse entre las páginas de los libros, entre las estanterías de libros que tan bien conocía, y sintiendo el firme suelo de mármol bajo sus pies con los techos abovedados sobre su cabeza.
    Si echaba la vista atrás, aquella biblioteca donde trabajaba era lo más parecido al mundo mágico. Tenía cierto aire a la biblioteca de Hogwarts. Tal vez, y no era algo en lo que solía pensar, por lo que tan a gusto se sentía en esa biblioteca. Sentirse cómoda en su trabajo era un hecho que no hubiera esperado.



    Y en cuanto a lo de secreta, Susie, esa mujer de 44 años y dulce expresión tras sus gafas de pasta rosa, que solía vestir con blusa y vestidos dándole un toque rebelde y desenfadado a su estilo con alguna mecha rosada escondida, se caería de culo si supiera que Riley era una bruja que se había escapado de casa con 17 años. Por no hablar del Obscuro que le había robado a su padre. Claro que, si se ponía en esas, tendría que comenzar con que su nombre real era Anna Barrow.
    Partiendo de esos “pequeños” detalles, existía todo un mundo mágico que Susie desconocía. Al que Riley ya apenas pertenecía más que para intentar alimentar con migajas el sueño que una vez tuvo que era estudiar magizoología. Ahora, lo que quedaba de eso era, tirando de un viejo contacto, Sharon, se dedicaba a investigar y parar la compraventa, o el mercado negro, de criaturas mágicas.

    Por suerte para el corazón de Susie, la joven bruja escondida en el mundo muggle, seguiría manteniendo aquel secretito para ella. Y, además, a su compañera solo le interesaba darle cierto toque de emoción a su vida escuchando las idas y venidas de la joven Riley.

    El carraspeo de Susie llamó la atención de Riley que, siendo ya algo habitual en ella, se había perdido entre sus pensamientos. La joven castaña ladeó la cabeza y se encogió de hombros a modo de un “¿Qué?”.

    – ¿Solo vas a decirme eso? – soltó la mujer de mediana edad colocando las gafas correctamente en la nariz mientras revisaba algunos libros devueltos del día anterior para colocarlos en el carrito de la biblioteca.

    – Salí a tomarme algo para no quedarme sola en casa… fue… aburrido – respondió con aburrimiento la joven Riley, quién decidió unirse a su compañera en colocar los libros en el carrito en el orden correcto para llevarlo a la sección que les correspondía.

    – ¿Sola? – soltó Susie, dejando un libro titulado “Guerra y paz” dentro del carrito para su posterior colocación en la estantería que le correspondía .

    – ¡¿Quién leerá esta clase de libros?! – se preguntó a sí misma en voz alta mientras sostenía uno de los libros – ¿Ehm? Sí, sola… Necesitaba salir y despejarme. No siempre tienes que quedar con alguien para tomarte algo, Susie, a veces es necesario una cita con uno mismo… – comentó la joven Riley, quitándole importancia y dándose aires de una chica con un amor propio en pleno crecimiento.

    Riley desvió su mirada hacia Susie, quien había permanecido demasiado callada, encontrando que su compañera tenía la vista fija en dirección a la puerta. La joven miró en la misma dirección que Susie y observó lo que llamaba la atención de Susie. Y cómo para no llamarle la atención. Era esa clase de chico guapo que llamaba la atención con su sola presencia, alto y delgado, de buen vestir y mejor andar.

    – ¡Ay, madre! – soltó Susie, que comenzó a airearse con un pequeño libro.

    – Sí que es guapo… Es nuevo – confirmó Riley. A lo que Susie siguió, y reafirmó – Es nuevo –.

    Y eso significaba que tenían la oportunidad de darle la bienvenida, de forma no descarada, al hombre que acaba de entrar. Ahora todo era cuestión de quién de las dos sería la más rápida.

    En ese momento, un chico joven se acercaba a la recepción para preguntar por un libro, y Riley mostrándose interesada en atender al joven dijo - Sí, claro… mi compañera estará encantada de indicar dónde se encuentra el libro… – dicho eso, recibió un sutil toque de la pierna de Susie contra la propia.

    Riley, siendo clara ganadora, salió de la recepción atusándose su traje semi formal con el carrito para colocar los libros. Era la excusa perfecta. Caminó por entre las mesas de estudio, y pasó por la primera estantería hasta llegar al segundo pasillo donde había visto que había girado el hombre.

    Allí estaba, definitivamente era mucho más guapo que en la primera impresión, y claramente mayor que ella, lo que no supondría ningún problema para Riley. No tenía intención de encontrar en ese hombre al amor de su vida, aquello no era más que un juego con el que darle diversión a su día. Y, si surgía, quién sabía lo que podría pasar; un par de citas, alguna alocada noche, ir al cine… Estaba yendo demasiado rápido, y eso que solo había caminado unos pasos hacía él con una profesional sonrisa fingiendo que el libro que iba a colocar en la estantería debía estar ahí. Obviamente no, ya lo colocaría correctamente, pero ya estaba a solo unos pocos pasos de él. Del nuevo.

    No tenía mucha idea de cómo entrarle ahora al hombre, y sin pensar demasiado, decidió improvisar.

    – Buenos días. Si necesitas algo, aquí estoy –.

    Definitivamente, podía haber sido mejor, pero ya iría tirando de ingenio y simpatía.

    Starter [B0BProphet] Cazador de Secretos, guardiana de criaturas. “Ella protege lo indomable. Él desentierra lo oculto. Juntos, descubrirán que algunas verdades no quieren ser halladas.” >>>>Marcaban las 10:05 en el reloj de pared que colgaba sobre la cabeza de Riley. Era ya el segundo café que se tomaba, y sentía que le había sabido a poco. De nuevo, un bostezo la atacaba sin poder contenerlo. – Por Dios, Riley, ¿Saliste anoche? – le preguntó Susie, su compañera de trabajo. – Podría decirse que sí… – respondió, sin dar mayores explicaciones y dejando a su compañera, que la miraba por encima de la montura de gafas, con ganas de escuchar alguna de sus fugaces historias amorosas. La verdad era que, definitivamente, el amor se le resistía a esa muchacha. En cuánto al tema de salir, aquel podría decirse era un “salí, pero no a lo que crees”. Y es que la joven Riley no podía contarle a su compañera que tenía una vida secreta. No siempre se trataba de chicos o… a no ser que ese chico pudiera definirse por un animal fantástico de morro largo, ancho y achatado, con pelo y cuatro patas como un Niffler. Y los lugares que esa chica frecuentaba para salir, de manera clásica, solían ser restaurantes de clase media, el cine, centros comerciales, picnic al aire libre o cualquier otro plan muggle. Porque había descubierto que pasar por una muggle era mucho más divertido de lo que esperaba, y lejos estaba de echar de menos el mundo mágico. Al menos con su nombre real, y dentro de la sociedad mágica dado que tenía que esconderse de su padre. Al final, después de más de 13 años de mantenerse oculta, parecía que su vida actual era mucho más satisfactoria de lo nunca hubiera creído. Disfrutaba del día a día, de perderse entre las páginas de los libros, entre las estanterías de libros que tan bien conocía, y sintiendo el firme suelo de mármol bajo sus pies con los techos abovedados sobre su cabeza. Si echaba la vista atrás, aquella biblioteca donde trabajaba era lo más parecido al mundo mágico. Tenía cierto aire a la biblioteca de Hogwarts. Tal vez, y no era algo en lo que solía pensar, por lo que tan a gusto se sentía en esa biblioteca. Sentirse cómoda en su trabajo era un hecho que no hubiera esperado. Y en cuanto a lo de secreta, Susie, esa mujer de 44 años y dulce expresión tras sus gafas de pasta rosa, que solía vestir con blusa y vestidos dándole un toque rebelde y desenfadado a su estilo con alguna mecha rosada escondida, se caería de culo si supiera que Riley era una bruja que se había escapado de casa con 17 años. Por no hablar del Obscuro que le había robado a su padre. Claro que, si se ponía en esas, tendría que comenzar con que su nombre real era Anna Barrow. Partiendo de esos “pequeños” detalles, existía todo un mundo mágico que Susie desconocía. Al que Riley ya apenas pertenecía más que para intentar alimentar con migajas el sueño que una vez tuvo que era estudiar magizoología. Ahora, lo que quedaba de eso era, tirando de un viejo contacto, Sharon, se dedicaba a investigar y parar la compraventa, o el mercado negro, de criaturas mágicas. Por suerte para el corazón de Susie, la joven bruja escondida en el mundo muggle, seguiría manteniendo aquel secretito para ella. Y, además, a su compañera solo le interesaba darle cierto toque de emoción a su vida escuchando las idas y venidas de la joven Riley. El carraspeo de Susie llamó la atención de Riley que, siendo ya algo habitual en ella, se había perdido entre sus pensamientos. La joven castaña ladeó la cabeza y se encogió de hombros a modo de un “¿Qué?”. – ¿Solo vas a decirme eso? – soltó la mujer de mediana edad colocando las gafas correctamente en la nariz mientras revisaba algunos libros devueltos del día anterior para colocarlos en el carrito de la biblioteca. – Salí a tomarme algo para no quedarme sola en casa… fue… aburrido – respondió con aburrimiento la joven Riley, quién decidió unirse a su compañera en colocar los libros en el carrito en el orden correcto para llevarlo a la sección que les correspondía. – ¿Sola? – soltó Susie, dejando un libro titulado “Guerra y paz” dentro del carrito para su posterior colocación en la estantería que le correspondía . – ¡¿Quién leerá esta clase de libros?! – se preguntó a sí misma en voz alta mientras sostenía uno de los libros – ¿Ehm? Sí, sola… Necesitaba salir y despejarme. No siempre tienes que quedar con alguien para tomarte algo, Susie, a veces es necesario una cita con uno mismo… – comentó la joven Riley, quitándole importancia y dándose aires de una chica con un amor propio en pleno crecimiento. Riley desvió su mirada hacia Susie, quien había permanecido demasiado callada, encontrando que su compañera tenía la vista fija en dirección a la puerta. La joven miró en la misma dirección que Susie y observó lo que llamaba la atención de Susie. Y cómo para no llamarle la atención. Era esa clase de chico guapo que llamaba la atención con su sola presencia, alto y delgado, de buen vestir y mejor andar. – ¡Ay, madre! – soltó Susie, que comenzó a airearse con un pequeño libro. – Sí que es guapo… Es nuevo – confirmó Riley. A lo que Susie siguió, y reafirmó – Es nuevo –. Y eso significaba que tenían la oportunidad de darle la bienvenida, de forma no descarada, al hombre que acaba de entrar. Ahora todo era cuestión de quién de las dos sería la más rápida. En ese momento, un chico joven se acercaba a la recepción para preguntar por un libro, y Riley mostrándose interesada en atender al joven dijo - Sí, claro… mi compañera estará encantada de indicar dónde se encuentra el libro… – dicho eso, recibió un sutil toque de la pierna de Susie contra la propia. Riley, siendo clara ganadora, salió de la recepción atusándose su traje semi formal con el carrito para colocar los libros. Era la excusa perfecta. Caminó por entre las mesas de estudio, y pasó por la primera estantería hasta llegar al segundo pasillo donde había visto que había girado el hombre. Allí estaba, definitivamente era mucho más guapo que en la primera impresión, y claramente mayor que ella, lo que no supondría ningún problema para Riley. No tenía intención de encontrar en ese hombre al amor de su vida, aquello no era más que un juego con el que darle diversión a su día. Y, si surgía, quién sabía lo que podría pasar; un par de citas, alguna alocada noche, ir al cine… Estaba yendo demasiado rápido, y eso que solo había caminado unos pasos hacía él con una profesional sonrisa fingiendo que el libro que iba a colocar en la estantería debía estar ahí. Obviamente no, ya lo colocaría correctamente, pero ya estaba a solo unos pocos pasos de él. Del nuevo. No tenía mucha idea de cómo entrarle ahora al hombre, y sin pensar demasiado, decidió improvisar. – Buenos días. Si necesitas algo, aquí estoy –. Definitivamente, podía haber sido mejor, pero ya iría tirando de ingenio y simpatía.
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    Grupal
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  • ¡Que bonito el día de hoy, rodeados de libros! Tanto mi esposo como yo hemos inculcado a nuestros hijos el amor a los libros. Feliz día del libro a todos.
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  • "Cuando termino un libro, siempre noto un hormigueo en la punta de los dedos porque deseo seguir pasando unas páginas que no existen. Me pregunto qué ocurrirá después, qué será de esos personajes, y me parece injusto ser testigo tan solo de un pequeño tramo de sus vidas".

    ¡Feliz día del libro! ♡
    "Cuando termino un libro, siempre noto un hormigueo en la punta de los dedos porque deseo seguir pasando unas páginas que no existen. Me pregunto qué ocurrirá después, qué será de esos personajes, y me parece injusto ser testigo tan solo de un pequeño tramo de sus vidas". ¡Feliz día del libro! ♡
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  • Otros Tiempos.
    Fandom Original.
    Categoría Drama
    Heinrich Rosenberg

    ⠀⠀Berlín. El cielo gris colgaba bajo como una losa, y el viento arrastraba el idioma de siglos entre las calles empedradas. El brujo vestido de sacerdote caminaba entre la multitud que se agolpaba en los pasillos del antiguo Pergamonmuseum, reconvertido temporalmente en sede de una feria literaria internacional. Para los visitantes, el lugar era un templo de papel, vitrina de rarezas, manjar de coleccionistas. Para él, era un álbum de recuerdos oculto bajo vitrinas de cristal.

    ⠀⠀Había llegado por un susurro: un rumor entre bibliotecarios viejos, archivistas con manos de polvo y curadores que hablaban entre líneas. Un grimorio. No uno cualquiera. Uno suyo. De su vida pasada.

    ⠀⠀Antaño, cuando aún era un brujo temido, en los amaneceres del siglo tres después de Cristo, su anterior encarnación, Cipriano el Brujo, se encargó de plasmar conocimientos oscuros y viles en papel, en esos tiempos aun abrazaba al Diablo como un amigo, y ahora solo quiere borrar esa huella que dejó marcada su figura, por eso los buscaba, por eso los recolectaba.
    ⠀⠀Un pabellón de textos herméticos y ocultismo lo recibió con un silencio sordo. Bajo una cúpula decorada con motivos mesopotámicos, una vitrina aislada exhibía un volumen encuadernado en cuero ennegrecido, como si hubiera sido hervido en brea. El título estaba casi borrado, pero Lorenzo no necesitó leerlo. Lo reconoció al instante. El tacto de esa escritura le temblaba aún en los dedos del alma, y la sangre que usó como tinta, aun recorría su férrico olor en sus fosas nasales.

    "De Tenebris Sanguinis", murmuró sin voz. Sobre las tinieblas de la sangre, el título del libro. Hizo su cabeza a un lado, una pareja de ancianos pasó, él parecía ligeramente agitado.

    ⠀⠀Un tratado abominable, entre otras cosas, sobre el vampirismo: no como mito, sino como técnica. Alimentación espiritual. Posesión parasitaria. Transmisión de esencia. Lo había escrito él mismo, cuando aún se creía sabio y no condenado. En ese tiempo deseó la inmortalidad, era una de las múltiples formas en las que la buscó.

    ⠀⠀El libro no debía estar ahí. No debía estar en ningún lado. Debía ser destruido, ese conocimiento debía morir con él.

    ⠀⠀Ahora, entre turistas distraídos, académicos vanidosos y vigilantes de seguridad con cara de aburrimiento, Lorenzo comenzaba a medir las distancias. Las cámaras, las vitrinas, los horarios de cierre. Cada detalle podía ser la diferencia entre el olvido y la catástrofe. Y él sabía, mejor que nadie, que los libros también despiertan cuando se les da demasiada atención.
    [Heinz_Vamp] ⠀ ⠀⠀Berlín. El cielo gris colgaba bajo como una losa, y el viento arrastraba el idioma de siglos entre las calles empedradas. El brujo vestido de sacerdote caminaba entre la multitud que se agolpaba en los pasillos del antiguo Pergamonmuseum, reconvertido temporalmente en sede de una feria literaria internacional. Para los visitantes, el lugar era un templo de papel, vitrina de rarezas, manjar de coleccionistas. Para él, era un álbum de recuerdos oculto bajo vitrinas de cristal. ⠀⠀Había llegado por un susurro: un rumor entre bibliotecarios viejos, archivistas con manos de polvo y curadores que hablaban entre líneas. Un grimorio. No uno cualquiera. Uno suyo. De su vida pasada. ⠀⠀Antaño, cuando aún era un brujo temido, en los amaneceres del siglo tres después de Cristo, su anterior encarnación, Cipriano el Brujo, se encargó de plasmar conocimientos oscuros y viles en papel, en esos tiempos aun abrazaba al Diablo como un amigo, y ahora solo quiere borrar esa huella que dejó marcada su figura, por eso los buscaba, por eso los recolectaba. ⠀⠀Un pabellón de textos herméticos y ocultismo lo recibió con un silencio sordo. Bajo una cúpula decorada con motivos mesopotámicos, una vitrina aislada exhibía un volumen encuadernado en cuero ennegrecido, como si hubiera sido hervido en brea. El título estaba casi borrado, pero Lorenzo no necesitó leerlo. Lo reconoció al instante. El tacto de esa escritura le temblaba aún en los dedos del alma, y la sangre que usó como tinta, aun recorría su férrico olor en sus fosas nasales. "De Tenebris Sanguinis", murmuró sin voz. Sobre las tinieblas de la sangre, el título del libro. Hizo su cabeza a un lado, una pareja de ancianos pasó, él parecía ligeramente agitado. ⠀⠀Un tratado abominable, entre otras cosas, sobre el vampirismo: no como mito, sino como técnica. Alimentación espiritual. Posesión parasitaria. Transmisión de esencia. Lo había escrito él mismo, cuando aún se creía sabio y no condenado. En ese tiempo deseó la inmortalidad, era una de las múltiples formas en las que la buscó. ⠀⠀El libro no debía estar ahí. No debía estar en ningún lado. Debía ser destruido, ese conocimiento debía morir con él. ⠀⠀Ahora, entre turistas distraídos, académicos vanidosos y vigilantes de seguridad con cara de aburrimiento, Lorenzo comenzaba a medir las distancias. Las cámaras, las vitrinas, los horarios de cierre. Cada detalle podía ser la diferencia entre el olvido y la catástrofe. Y él sabía, mejor que nadie, que los libros también despiertan cuando se les da demasiada atención. ⠀
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