Las tardes frías de invierno eran tan extrañas en Nueva York, tendían a dejarle un sabor a “hogar”, pero esta vez mas que nostalgia ahí sentada frente a ese lago con las manos apoyadas en las teclas del viejo piano Baldwin que se había traído desde Nueva Orleans, sus dedos estaban en posición, su mente había viajado a otro punto entre los grandes edificios, siempre expectante a que tipo de sonido saldría de sus dedos, por ello cuando toco la primera nota, sonrió, sus melodías siempre estaban plagadas de cosas antiguas, tan antiguas como sus padres, por ello eran melancólicas, dolorosas, como si extrañara las vidas que no tuvo. Pero esta vez, era algo mas suave e incluso animado, era como si le cantara en una tonalidad y color resplandeciente a la brisa invernal que implacable desbordaba un gélido aroma a donde fuera.
Nunca había estado tan conectada a quien era, tampoco tan orgullosa de serlo, como en esta ocasión, durante sus años de vida llego un punto en el que deseaba que ellos no la hubieran convertido en lo que era, pero por primera vez en casi tres siglos estaba agradecida con ellos por todo. Su melodía era fina suave, tal vez lograría hacer llorar a unos cuantos si estuviera en un teatro o tal vez enamoraría a otros como en el hechizo mas puro que podían hacer en Bayou, ahora algo mas que solo ella misma la impulsaba y eso la volvía mas poderosa de lo que ella misma podía pensar. Sobre todo porque ella veía todo el panorama como si fueran la luna y el sol, polos opuestos pero al mismo tiempo tan igualitarios, tan perfectamente unidos, tal vez esa noche no pararía de tocar lo que de su alma estaba pidiendo a gritos ser expresado.
— L’amour est la seule chose que nous sommes capables de percevoir et qui transcende les dimensions du temps et de l’espace. —
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https://youtu.be/QRjllL-MP0U?si=Wc4gaXJuVcAgkroX ]
Las tardes frías de invierno eran tan extrañas en Nueva York, tendían a dejarle un sabor a “hogar”, pero esta vez mas que nostalgia ahí sentada frente a ese lago con las manos apoyadas en las teclas del viejo piano Baldwin que se había traído desde Nueva Orleans, sus dedos estaban en posición, su mente había viajado a otro punto entre los grandes edificios, siempre expectante a que tipo de sonido saldría de sus dedos, por ello cuando toco la primera nota, sonrió, sus melodías siempre estaban plagadas de cosas antiguas, tan antiguas como sus padres, por ello eran melancólicas, dolorosas, como si extrañara las vidas que no tuvo. Pero esta vez, era algo mas suave e incluso animado, era como si le cantara en una tonalidad y color resplandeciente a la brisa invernal que implacable desbordaba un gélido aroma a donde fuera.
Nunca había estado tan conectada a quien era, tampoco tan orgullosa de serlo, como en esta ocasión, durante sus años de vida llego un punto en el que deseaba que ellos no la hubieran convertido en lo que era, pero por primera vez en casi tres siglos estaba agradecida con ellos por todo. Su melodía era fina suave, tal vez lograría hacer llorar a unos cuantos si estuviera en un teatro o tal vez enamoraría a otros como en el hechizo mas puro que podían hacer en Bayou, ahora algo mas que solo ella misma la impulsaba y eso la volvía mas poderosa de lo que ella misma podía pensar. Sobre todo porque ella veía todo el panorama como si fueran la luna y el sol, polos opuestos pero al mismo tiempo tan igualitarios, tan perfectamente unidos, tal vez esa noche no pararía de tocar lo que de su alma estaba pidiendo a gritos ser expresado.
— L’amour est la seule chose que nous sommes capables de percevoir et qui transcende les dimensions du temps et de l’espace. —
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