────Además de ser un desastre en la cocina, ¿he mencionado que soy maga? Bueno... ilusionista para ser exactos. Y créeme, hago más que sacar conejos de un sombrero. Tengo un truco favorito, pero ese lo reservo para el final de la noche.
────Además de ser un desastre en la cocina, ¿he mencionado que soy maga? Bueno... ilusionista para ser exactos. Y créeme, hago más que sacar conejos de un sombrero. Tengo un truco favorito, pero ese lo reservo para el final de la noche.
Quien soy y que ha de ser .. maravillosa pregunta, a responder en la verdad diría un ilusionista, creador y destructor a voluntad, el suspiro de un corazón sin miedos y el latido que hace vibrar el espejo, revelado sin miedo, caballero y guerrero también aventurero, que no se diga que no dije y no advertí, pirata soy y mi placer es robar y conquistar corazones, que alguno venga con intención de hacerme guerra y lo haré vivir el peor error y lamentara las consecuencias de sus acciones, yo no conozco la piedad, el perdón no existe, vida por alma que mi tormento y mi castigo es eterno, que diré, quien soy, en este mundo y está versión soy un caballero con alma de fuego, escribiré canciones y daré versos, en este mundo, en esta vida, hasta que la vida me bendiga con una muerte digna, no tenga por mal alguno que está vida no soy de hacer mal soy de complacer, ni juzgo a quien porque no soy quien, versiones muchas y sin corazón, la lógica piensa el corazón no olvida, recuerdos y memorias vergüenzas o glorias, que más da si bailas con migo así sea una vez voy a ofrecerte un sueño irrepetible, porque eso somos irremediablemente fantasías en un espejo que no se repiten, el reflejo no regresa el tiempo .
Vestigia .
El espejo
Quien soy y que ha de ser .. maravillosa pregunta, a responder en la verdad diría un ilusionista, creador y destructor a voluntad, el suspiro de un corazón sin miedos y el latido que hace vibrar el espejo, revelado sin miedo, caballero y guerrero también aventurero, que no se diga que no dije y no advertí, pirata soy y mi placer es robar y conquistar corazones, que alguno venga con intención de hacerme guerra y lo haré vivir el peor error y lamentara las consecuencias de sus acciones, yo no conozco la piedad, el perdón no existe, vida por alma que mi tormento y mi castigo es eterno, que diré, quien soy, en este mundo y está versión soy un caballero con alma de fuego, escribiré canciones y daré versos, en este mundo, en esta vida, hasta que la vida me bendiga con una muerte digna, no tenga por mal alguno que está vida no soy de hacer mal soy de complacer, ni juzgo a quien porque no soy quien, versiones muchas y sin corazón, la lógica piensa el corazón no olvida, recuerdos y memorias vergüenzas o glorias, que más da si bailas con migo así sea una vez voy a ofrecerte un sueño irrepetible, porque eso somos irremediablemente fantasías en un espejo que no se repiten, el reflejo no regresa el tiempo .
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Cuando el joven Maximillian escapó de su hogar, apenas tuvo tiempo de reunir unas pocas pertenencias. Entre armas viejas y harapos desgastados, rescató lo único que realmente importaba: una fotografía. A primera vista, era apenas un papel gastado y descolorido, con los bordes maltratados por el tiempo y los viajes. Pero para Maximillian, aquella imagen era un ancla, un pedazo irremplazable de su historia.
En la fotografía aparecía él, un niño pequeño de rostro marcado por el polvo y las lágrimas, abrazado por la única figura que había sido su refugio: su abuelo. Era más joven en esa imagen, aunque ya portaba su imponente cabellera plateada y aquella mirada severa, pero bondadosa. El día capturado en esa instantánea fue un momento donde todo pudo haber terminado: un Maximillian demasiado curioso y torpe había terminado en un aprieto mortal, pero su abuelo llegó justo a tiempo para salvarlo. La escena quedó sellada en esa foto, que luego conservaron como una especie de chiste familiar, un símbolo de la cercanía que los unía.
Pero ahora, ya no quedaban más bromas. El abuelo había caído tiempo después, arrebatado por el consulado en un acto de traición que dejó a Maximillian con lágrimas en los ojos y el corazón endurecido. Aquel último recuerdo feliz —un rescate, una sonrisa, y una mano fuerte que lo sostenía— era todo lo que le quedaba.
Desde entonces, Maximillian nunca partía sin observar aquella fotografía una vez más. Cada arruga y mancha le devolvía las palabras de su abuelo:
—“Nunca te perderás mientras puedas recordar de dónde vienes.”
Ahora, bajo el nombre de Corvus, el narrador de historias y maestro de ilusiones, aquella fotografía seguía con él. Antes de subir al escenario, donde las luces y sombras daban forma a su magia, la sacaba con cuidado. La mirada de su abuelo en la imagen seguía dándole fuerzas, como si lo alentara a seguir adelante.
Los espectadores lo veían como un cuentacuentos excéntrico, un ilusionista astuto que podía hechizarlos con una sonrisa enigmática y relatos que parecían demasiado reales. Pero cuando las cortinas caían y la audiencia se desvanecía en la noche, Corvus volvía a sostener aquella fotografía, sus dedos recorriendo con ternura la imagen del hombre que le enseñó a sobrevivir.
Porque aquella foto no era solo un recuerdo; era su promesa. Una promesa de que seguiría contando historias, seguiría sobreviviendo y que, de algún modo, el abuelo seguiría vivo en cada palabra que él susurrara al viento.
𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚𝐬, 𝐝𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐧 𝐫𝐞𝐩𝐞𝐭𝐢𝐫.
𝐂𝐚𝐧𝐨𝐧
Cuando el joven Maximillian escapó de su hogar, apenas tuvo tiempo de reunir unas pocas pertenencias. Entre armas viejas y harapos desgastados, rescató lo único que realmente importaba: una fotografía. A primera vista, era apenas un papel gastado y descolorido, con los bordes maltratados por el tiempo y los viajes. Pero para Maximillian, aquella imagen era un ancla, un pedazo irremplazable de su historia.
En la fotografía aparecía él, un niño pequeño de rostro marcado por el polvo y las lágrimas, abrazado por la única figura que había sido su refugio: su abuelo. Era más joven en esa imagen, aunque ya portaba su imponente cabellera plateada y aquella mirada severa, pero bondadosa. El día capturado en esa instantánea fue un momento donde todo pudo haber terminado: un Maximillian demasiado curioso y torpe había terminado en un aprieto mortal, pero su abuelo llegó justo a tiempo para salvarlo. La escena quedó sellada en esa foto, que luego conservaron como una especie de chiste familiar, un símbolo de la cercanía que los unía.
Pero ahora, ya no quedaban más bromas. El abuelo había caído tiempo después, arrebatado por el consulado en un acto de traición que dejó a Maximillian con lágrimas en los ojos y el corazón endurecido. Aquel último recuerdo feliz —un rescate, una sonrisa, y una mano fuerte que lo sostenía— era todo lo que le quedaba.
Desde entonces, Maximillian nunca partía sin observar aquella fotografía una vez más. Cada arruga y mancha le devolvía las palabras de su abuelo:
—“Nunca te perderás mientras puedas recordar de dónde vienes.”
Ahora, bajo el nombre de Corvus, el narrador de historias y maestro de ilusiones, aquella fotografía seguía con él. Antes de subir al escenario, donde las luces y sombras daban forma a su magia, la sacaba con cuidado. La mirada de su abuelo en la imagen seguía dándole fuerzas, como si lo alentara a seguir adelante.
Los espectadores lo veían como un cuentacuentos excéntrico, un ilusionista astuto que podía hechizarlos con una sonrisa enigmática y relatos que parecían demasiado reales. Pero cuando las cortinas caían y la audiencia se desvanecía en la noche, Corvus volvía a sostener aquella fotografía, sus dedos recorriendo con ternura la imagen del hombre que le enseñó a sobrevivir.
Porque aquella foto no era solo un recuerdo; era su promesa. Una promesa de que seguiría contando historias, seguiría sobreviviendo y que, de algún modo, el abuelo seguiría vivo en cada palabra que él susurrara al viento.