• ¿Cómo es que algo tan simple podía ponerlo de mal humor tan pronto? Solo era un café, realmente no había demasiada ciencia en prepararlo cuando el giro del negocio era justamente ese. Pero, también, Nikolay sabía que era su culpa. Desde el momento en que notó que Jelenna no atendía en el mostrador, debió abandonar ese local para dirigirse a uno donde lograra sentirse en confianza o, cuando menos, no estuviese la única persona que pareciera no comprender que era mudo. No era su culpa no poder hablar y que no entendieran el lenguaje de señas, pero creía que no debían ser tan estúpidos para no entender lo que había señalado en el menú impreso que tenían sobre la barra: Cafe latte. Grande.

    Así que ahora estaba allí, sentado en una mesa con una orden que no era suya mientras que veía por la ventana del establecimiento. ¿Cuándo había sido la última vez que se sintiera tan frustrado? Probablemente la semana pasada, cuando le habían pedido algunas fotos para promocionar una nueva bebida y le insistían, desesperadamente, que participara en el video para redes sociales? De verdad que Nikolay no entendía el afán de las personas por escucharlo hablar. No podía, simplemente era algo que no podía hacer y aún así nunca faltaban los que cuestionaban sus respuestas textuales. "¿Pero cómo es que no puedes?" "Pero, ¿lo has intentado alguna vez?" "Si te esfuerzas seguramente puedes hacerlo".

    Suspiró, harto, y solo el sonido de su teléfono al vibrar insistentemente sobre la mesa había captado su atención. Cuando lo tomó, notó que en la pantalla aparecía la fotografía de una de sus hermanas, de Irina, pero prefirió ignorarla mientras que bajaba aún más el volumen hasta dejarlo en silencio. Luego tomó la taza entre sus manos y miró el contenido. No tenía ese clásico ni precioso dibujo de corazones encima, solo era una aburrida mancha café que le había costado trabajo aclarar con un montón de botecitos de crema. Sopló un poco, luego de acercarsela a la boca e hizo una mueca de desagrado. No era lo que esperaba, pero la pena de repetirle lo que quería una y otra vez era mayor.

    « ¿Es que cada día que pasa la gente se vuelve más tonta? » Aquel pensamiento cruzó su mente, no tuvo reparo ni remordimiento alguno mientras veía como en la barra se hacían un lío con los pedidos. Para todos era fácil hablar, repetir los cinco o seis ingredientes que querían para su orden, el tipo de leche, de grano o de especias, la cantidad de endulzantes y sabores a poner, el tipo de crema, la medida, la cantidad de hielo. Todo podían decirlo libremente y aún así se frustraban porque a su orden le faltaba algo. Si ninguno de ellos pudiera hablar, ¿realmente valorarían más sus tonterías? Niko rodó los ojos, harto del ruido que escuchaba y del pésimo sabor que le había quedado en la boca, seguramente no volvería a ese lugar otra vez si no estaba Jelenna para recibirlo con una sonrisa. « Y yo que pensaba traer a las gemelas. De seguro Irisha habría hecho un escándalo por esto. »
    ¿Cómo es que algo tan simple podía ponerlo de mal humor tan pronto? Solo era un café, realmente no había demasiada ciencia en prepararlo cuando el giro del negocio era justamente ese. Pero, también, Nikolay sabía que era su culpa. Desde el momento en que notó que Jelenna no atendía en el mostrador, debió abandonar ese local para dirigirse a uno donde lograra sentirse en confianza o, cuando menos, no estuviese la única persona que pareciera no comprender que era mudo. No era su culpa no poder hablar y que no entendieran el lenguaje de señas, pero creía que no debían ser tan estúpidos para no entender lo que había señalado en el menú impreso que tenían sobre la barra: Cafe latte. Grande. Así que ahora estaba allí, sentado en una mesa con una orden que no era suya mientras que veía por la ventana del establecimiento. ¿Cuándo había sido la última vez que se sintiera tan frustrado? Probablemente la semana pasada, cuando le habían pedido algunas fotos para promocionar una nueva bebida y le insistían, desesperadamente, que participara en el video para redes sociales? De verdad que Nikolay no entendía el afán de las personas por escucharlo hablar. No podía, simplemente era algo que no podía hacer y aún así nunca faltaban los que cuestionaban sus respuestas textuales. "¿Pero cómo es que no puedes?" "Pero, ¿lo has intentado alguna vez?" "Si te esfuerzas seguramente puedes hacerlo". Suspiró, harto, y solo el sonido de su teléfono al vibrar insistentemente sobre la mesa había captado su atención. Cuando lo tomó, notó que en la pantalla aparecía la fotografía de una de sus hermanas, de Irina, pero prefirió ignorarla mientras que bajaba aún más el volumen hasta dejarlo en silencio. Luego tomó la taza entre sus manos y miró el contenido. No tenía ese clásico ni precioso dibujo de corazones encima, solo era una aburrida mancha café que le había costado trabajo aclarar con un montón de botecitos de crema. Sopló un poco, luego de acercarsela a la boca e hizo una mueca de desagrado. No era lo que esperaba, pero la pena de repetirle lo que quería una y otra vez era mayor. « ¿Es que cada día que pasa la gente se vuelve más tonta? » Aquel pensamiento cruzó su mente, no tuvo reparo ni remordimiento alguno mientras veía como en la barra se hacían un lío con los pedidos. Para todos era fácil hablar, repetir los cinco o seis ingredientes que querían para su orden, el tipo de leche, de grano o de especias, la cantidad de endulzantes y sabores a poner, el tipo de crema, la medida, la cantidad de hielo. Todo podían decirlo libremente y aún así se frustraban porque a su orden le faltaba algo. Si ninguno de ellos pudiera hablar, ¿realmente valorarían más sus tonterías? Niko rodó los ojos, harto del ruido que escuchaba y del pésimo sabor que le había quedado en la boca, seguramente no volvería a ese lugar otra vez si no estaba Jelenna para recibirlo con una sonrisa. « Y yo que pensaba traer a las gemelas. De seguro Irisha habría hecho un escándalo por esto. »
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚𝐬, 𝐝𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐧 𝐫𝐞𝐩𝐞𝐭𝐢𝐫.

    𝐂𝐚𝐧𝐨𝐧

    Cuando el joven Maximillian escapó de su hogar, apenas tuvo tiempo de reunir unas pocas pertenencias. Entre armas viejas y harapos desgastados, rescató lo único que realmente importaba: una fotografía. A primera vista, era apenas un papel gastado y descolorido, con los bordes maltratados por el tiempo y los viajes. Pero para Maximillian, aquella imagen era un ancla, un pedazo irremplazable de su historia.

    En la fotografía aparecía él, un niño pequeño de rostro marcado por el polvo y las lágrimas, abrazado por la única figura que había sido su refugio: su abuelo. Era más joven en esa imagen, aunque ya portaba su imponente cabellera plateada y aquella mirada severa, pero bondadosa. El día capturado en esa instantánea fue un momento donde todo pudo haber terminado: un Maximillian demasiado curioso y torpe había terminado en un aprieto mortal, pero su abuelo llegó justo a tiempo para salvarlo. La escena quedó sellada en esa foto, que luego conservaron como una especie de chiste familiar, un símbolo de la cercanía que los unía.

    Pero ahora, ya no quedaban más bromas. El abuelo había caído tiempo después, arrebatado por el consulado en un acto de traición que dejó a Maximillian con lágrimas en los ojos y el corazón endurecido. Aquel último recuerdo feliz —un rescate, una sonrisa, y una mano fuerte que lo sostenía— era todo lo que le quedaba.

    Desde entonces, Maximillian nunca partía sin observar aquella fotografía una vez más. Cada arruga y mancha le devolvía las palabras de su abuelo:
    —“Nunca te perderás mientras puedas recordar de dónde vienes.”

    Ahora, bajo el nombre de Corvus, el narrador de historias y maestro de ilusiones, aquella fotografía seguía con él. Antes de subir al escenario, donde las luces y sombras daban forma a su magia, la sacaba con cuidado. La mirada de su abuelo en la imagen seguía dándole fuerzas, como si lo alentara a seguir adelante.

    Los espectadores lo veían como un cuentacuentos excéntrico, un ilusionista astuto que podía hechizarlos con una sonrisa enigmática y relatos que parecían demasiado reales. Pero cuando las cortinas caían y la audiencia se desvanecía en la noche, Corvus volvía a sostener aquella fotografía, sus dedos recorriendo con ternura la imagen del hombre que le enseñó a sobrevivir.

    Porque aquella foto no era solo un recuerdo; era su promesa. Una promesa de que seguiría contando historias, seguiría sobreviviendo y que, de algún modo, el abuelo seguiría vivo en cada palabra que él susurrara al viento.
    𝐅𝐨𝐭𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚𝐬, 𝐝𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐧 𝐫𝐞𝐩𝐞𝐭𝐢𝐫. 𝐂𝐚𝐧𝐨𝐧 Cuando el joven Maximillian escapó de su hogar, apenas tuvo tiempo de reunir unas pocas pertenencias. Entre armas viejas y harapos desgastados, rescató lo único que realmente importaba: una fotografía. A primera vista, era apenas un papel gastado y descolorido, con los bordes maltratados por el tiempo y los viajes. Pero para Maximillian, aquella imagen era un ancla, un pedazo irremplazable de su historia. En la fotografía aparecía él, un niño pequeño de rostro marcado por el polvo y las lágrimas, abrazado por la única figura que había sido su refugio: su abuelo. Era más joven en esa imagen, aunque ya portaba su imponente cabellera plateada y aquella mirada severa, pero bondadosa. El día capturado en esa instantánea fue un momento donde todo pudo haber terminado: un Maximillian demasiado curioso y torpe había terminado en un aprieto mortal, pero su abuelo llegó justo a tiempo para salvarlo. La escena quedó sellada en esa foto, que luego conservaron como una especie de chiste familiar, un símbolo de la cercanía que los unía. Pero ahora, ya no quedaban más bromas. El abuelo había caído tiempo después, arrebatado por el consulado en un acto de traición que dejó a Maximillian con lágrimas en los ojos y el corazón endurecido. Aquel último recuerdo feliz —un rescate, una sonrisa, y una mano fuerte que lo sostenía— era todo lo que le quedaba. Desde entonces, Maximillian nunca partía sin observar aquella fotografía una vez más. Cada arruga y mancha le devolvía las palabras de su abuelo: —“Nunca te perderás mientras puedas recordar de dónde vienes.” Ahora, bajo el nombre de Corvus, el narrador de historias y maestro de ilusiones, aquella fotografía seguía con él. Antes de subir al escenario, donde las luces y sombras daban forma a su magia, la sacaba con cuidado. La mirada de su abuelo en la imagen seguía dándole fuerzas, como si lo alentara a seguir adelante. Los espectadores lo veían como un cuentacuentos excéntrico, un ilusionista astuto que podía hechizarlos con una sonrisa enigmática y relatos que parecían demasiado reales. Pero cuando las cortinas caían y la audiencia se desvanecía en la noche, Corvus volvía a sostener aquella fotografía, sus dedos recorriendo con ternura la imagen del hombre que le enseñó a sobrevivir. Porque aquella foto no era solo un recuerdo; era su promesa. Una promesa de que seguiría contando historias, seguiría sobreviviendo y que, de algún modo, el abuelo seguiría vivo en cada palabra que él susurrara al viento.
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  • Hobby y trabajo de medio tiempo: fotografía corporativa para revistas variadas.

    Pagan una miseria, pero evita que me vuelva loco.
    Hobby y trabajo de medio tiempo: fotografía corporativa para revistas variadas. Pagan una miseria, pero evita que me vuelva loco.
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  • https://youtu.be/HlF0EokynRg?si=UBIMSlqo1d6YU78T

    {MonoRol} Parte 1. { La oveja. }

    Monstruo, lamebotas, desalmado, miserable, bastardo, engendro de vileza, sabandija, desgraciado, escoria, perro rastrero, sangano, pez muerto, carroñero, gaznápiro presuntuoso, chambergo sin decoro, víbora de sonrisa pérfida...

    Esos y aún más, los insultos, los calificativos despectivos que Knight ha recibido de los demás por su obligada labor eterna. Por que sí, a pesar de haber cometido los crímenes más atroces contra la humanidad, todos absolutamente todos los culpables deben ser sometidos a juicio y con ello, tener un abogado. Ahí es donde entra Constantine Knight, el abogado de aquellos que nadie desea defender. Aquel que no importa lo cruel de los actos, leerá el informe de principio a fin, revisará minuciosamente fotografías, evidencias y testimonios, todo lo que sea necesario para encontrar una grieta, una oportunidad de tal vez no salvación, pero si una condena menos severa.

    No es por placer, mucho menos morbo; Knight no tiene un alma que le permita conocer ese tipo de inclinaciones con intenciones ocultas. Fue creado específicamente para ese trabajo, siendo él quien despues de los acontecimientos de cierto traidor Bíblico fue creado gracias a la idea colectiva de la gente.

    Y obviamente, lhay ideas son a prueba del tiempo, continentes, genero, edad o religión.

    Pero entonces, vino la particularidad; un caso que llegó a su responsabilidad que marcaría un antes y un después en Knight.

    "Femenina de entre los 25 y 28 años"
    Claro, no sería la primera vez que representa a una mujer.
    "Ella ha confesado el asesinato de más de diez hombres desaparecidos."
    Ahi, la mente de Knight comenzó a maquinar, no era especial, muchos confiezan sus crímenes por motivos específicos.
    "Además, se le declara autora intelectual del envenenamiento de 20 hombres del cuartel general *Delta*, el incendio en el bar de caballeros *Foxxxy* en donde 8 hombres fallecieron y para terminar, la desaparición de un camión de estudiantes de una escuela solo para varones. "

    En este punto, era mas que obvio.
    Eran solo victimas masculinas, de edades entre los 21 y los 40 años de edad.

    No habia mucho que decir, ella ya no deseaba un proceso largo y tedioso solo esperaba poder elegir su "última" comida con sus condiciones predilectas y ya.
    Cada que alguien le preguntaba, ella solo respondia con una serie de nombres femeninos, como si fuese una especie de mantra.


    Aceptó a ver a Knight, por obligación, trámite y cierta formalidad.
    Una mujer de no mas del metro sesenta... tal vez sesenta y cinco, pero no más; facciones algo cuadradas, claramente hija de inmigrantes de otro pais, cabellos con varias tonalidades de rubio, labios partidos y blancos, ojos azules de mirada muy expresiva, podria decirse incluso que sus ojos eran saltones, con severas ojeras y parpados delgados que dejaban ver algunas venas, asi como algunas espinillas producto de estres y cambios hormonales.

    Las manos asperas, las uñas pequeñas y chuecas, los dedos con padrastros y zonas de carne roja, dejando en evidencia habitos de morder uñas y quitarse la piel.

    Cuerpo emcorvado, manos al frente, una peculiar humildad e inocencia que haria a mas de uno dudar que ella ha cometido aquellos crímenes con total conocimiento.

    — No pierda su tiempo en mi, en cuanto pueda, me voy a declarar culpable. Quiero, que me declares culpable, pero también quiero... que expliques quienes fueron ellos, todos los que asesiné y que todos sepan, que no lo hice por orgullo, si no para ayudar. —

    Surreal, apenas si Knight estaba por hacer las formalidades de presentarse, hablar y explicar la situación, cuanso ya habia sido recibido con órdenes.
    ¿Le molestaba? No.
    Era mejor asi.

    ———Entendido.
    Respondió Knight, sacando de su maletín una pequeña maquina de escribir y papel, se preparaba para tomar nota de todo lo que estaba por escuchar.
    Sería una noche larga, en donde incluso el psiquiatra con la mente menos permeable podria sufrir pesadillas.

    Y así, comenzó el relato de la oveja forzada a ser perro.
    https://youtu.be/HlF0EokynRg?si=UBIMSlqo1d6YU78T {MonoRol} Parte 1. { La oveja. } Monstruo, lamebotas, desalmado, miserable, bastardo, engendro de vileza, sabandija, desgraciado, escoria, perro rastrero, sangano, pez muerto, carroñero, gaznápiro presuntuoso, chambergo sin decoro, víbora de sonrisa pérfida... Esos y aún más, los insultos, los calificativos despectivos que Knight ha recibido de los demás por su obligada labor eterna. Por que sí, a pesar de haber cometido los crímenes más atroces contra la humanidad, todos absolutamente todos los culpables deben ser sometidos a juicio y con ello, tener un abogado. Ahí es donde entra Constantine Knight, el abogado de aquellos que nadie desea defender. Aquel que no importa lo cruel de los actos, leerá el informe de principio a fin, revisará minuciosamente fotografías, evidencias y testimonios, todo lo que sea necesario para encontrar una grieta, una oportunidad de tal vez no salvación, pero si una condena menos severa. No es por placer, mucho menos morbo; Knight no tiene un alma que le permita conocer ese tipo de inclinaciones con intenciones ocultas. Fue creado específicamente para ese trabajo, siendo él quien despues de los acontecimientos de cierto traidor Bíblico fue creado gracias a la idea colectiva de la gente. Y obviamente, lhay ideas son a prueba del tiempo, continentes, genero, edad o religión. Pero entonces, vino la particularidad; un caso que llegó a su responsabilidad que marcaría un antes y un después en Knight. "Femenina de entre los 25 y 28 años" Claro, no sería la primera vez que representa a una mujer. "Ella ha confesado el asesinato de más de diez hombres desaparecidos." Ahi, la mente de Knight comenzó a maquinar, no era especial, muchos confiezan sus crímenes por motivos específicos. "Además, se le declara autora intelectual del envenenamiento de 20 hombres del cuartel general *Delta*, el incendio en el bar de caballeros *Foxxxy* en donde 8 hombres fallecieron y para terminar, la desaparición de un camión de estudiantes de una escuela solo para varones. " En este punto, era mas que obvio. Eran solo victimas masculinas, de edades entre los 21 y los 40 años de edad. No habia mucho que decir, ella ya no deseaba un proceso largo y tedioso solo esperaba poder elegir su "última" comida con sus condiciones predilectas y ya. Cada que alguien le preguntaba, ella solo respondia con una serie de nombres femeninos, como si fuese una especie de mantra. Aceptó a ver a Knight, por obligación, trámite y cierta formalidad. Una mujer de no mas del metro sesenta... tal vez sesenta y cinco, pero no más; facciones algo cuadradas, claramente hija de inmigrantes de otro pais, cabellos con varias tonalidades de rubio, labios partidos y blancos, ojos azules de mirada muy expresiva, podria decirse incluso que sus ojos eran saltones, con severas ojeras y parpados delgados que dejaban ver algunas venas, asi como algunas espinillas producto de estres y cambios hormonales. Las manos asperas, las uñas pequeñas y chuecas, los dedos con padrastros y zonas de carne roja, dejando en evidencia habitos de morder uñas y quitarse la piel. Cuerpo emcorvado, manos al frente, una peculiar humildad e inocencia que haria a mas de uno dudar que ella ha cometido aquellos crímenes con total conocimiento. — No pierda su tiempo en mi, en cuanto pueda, me voy a declarar culpable. Quiero, que me declares culpable, pero también quiero... que expliques quienes fueron ellos, todos los que asesiné y que todos sepan, que no lo hice por orgullo, si no para ayudar. — Surreal, apenas si Knight estaba por hacer las formalidades de presentarse, hablar y explicar la situación, cuanso ya habia sido recibido con órdenes. ¿Le molestaba? No. Era mejor asi. ———Entendido. Respondió Knight, sacando de su maletín una pequeña maquina de escribir y papel, se preparaba para tomar nota de todo lo que estaba por escuchar. Sería una noche larga, en donde incluso el psiquiatra con la mente menos permeable podria sufrir pesadillas. Y así, comenzó el relato de la oveja forzada a ser perro.
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  • ❝ 𝐐𝐮𝐢𝐳á 𝐝𝐞𝐛𝐞𝐫í𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐦𝐨𝐝𝐞𝐥𝐨, 𝐚𝐮𝐧𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐢𝐧𝐜𝐨𝐦𝐨𝐝𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐫 𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚 𝐝𝐞 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐚𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐬. ❞

    Literalmente las fotografías que le toman sus compañeras/os cuando esta desprevenido :
    ❝ 𝐐𝐮𝐢𝐳á 𝐝𝐞𝐛𝐞𝐫í𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐦𝐨𝐝𝐞𝐥𝐨, 𝐚𝐮𝐧𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐢𝐧𝐜𝐨𝐦𝐨𝐝𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐫 𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚 𝐝𝐞 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐚𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐬. ❞ Literalmente las fotografías que le toman sus compañeras/os cuando esta desprevenido :
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  • Era una tarde tranquila en la tienda de conveniencia donde trabajaba Carmina. Los pasillos estaban ordenados, los refrigeradores emitían un zumbido constante y, salvo por algún cliente ocasional que entraba a comprar un refresco o una bolsa de papas, el lugar estaba casi desierto. Aprovechando la calma, Carmina se deslizó detrás del mostrador y tomó una revista de moda de la pequeña sección de revistas y periódicos.

    Se acomodó en el taburete y comenzó a hojearla, deteniéndose en las imágenes de mujeres perfectamente maquilladas y vestidas con trajes que parecían sacados de otro mundo. Las modelos lucían impecables: pieles radiantes, cuerpos esbeltos, poses seguras y sonrisas llenas de una confianza que parecía inalcanzable. Carmina inclinó la cabeza, observando con detenimiento una fotografía en particular, donde una modelo con cabello perfectamente alisado llevaba un vestido largo que fluía como el agua.

    — ¿Quién se ve así en la vida real? — murmuró, dejando escapar un suspiro. Bajó la vista hacia su uniforme: una camiseta simple con el logo de la tienda y jeans que ya estaban un poco gastados. Su cabello, recogido en una coleta rápida, había comenzado a desordenarse tras varias horas de trabajo. De manera casi inconsciente, se estiró para alisar un mechón rebelde detrás de su oreja.

    Con la revista abierta en su regazo, su mente comenzó a divagar. ¿Cómo sería ser alguien como ellas? Pensó en su rutina diaria: despertarse temprano, lidiar con clientes apresurados, reponer productos en los estantes. Nada en su vida se sentía glamoroso ni digno de una portada.

    Sin embargo, al pasar la página, encontró una entrevista con una de esas modelos. Hablaba de lo agotador que era mantener una imagen perfecta, de las largas horas en sesiones de fotos y de las inseguridades que aún la perseguían pese a toda su fama. Carmina frunció el ceño, releyendo un párrafo. Entonces, incluso ellas tienen sus momentos de duda...

    Miró su reflejo en la pequeña pantalla apagada de la caja registradora. "Supongo que nadie es perfecto, ni siquiera ellas," murmuró con una media sonrisa. Cerró la revista y la dejó en su lugar, sacudiéndose las comparaciones como si fueran polvo.

    Un cliente entró en ese momento, rompiendo el silencio. "¿Podrías ayudarme a encontrar algo?" preguntó.

    Carmina se levantó, dejando atrás las imágenes de la revista. "Claro, ¿qué necesitas?" respondió con una sonrisa sincera, sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, lo suficientemente bien en su propia piel.
    Era una tarde tranquila en la tienda de conveniencia donde trabajaba Carmina. Los pasillos estaban ordenados, los refrigeradores emitían un zumbido constante y, salvo por algún cliente ocasional que entraba a comprar un refresco o una bolsa de papas, el lugar estaba casi desierto. Aprovechando la calma, Carmina se deslizó detrás del mostrador y tomó una revista de moda de la pequeña sección de revistas y periódicos. Se acomodó en el taburete y comenzó a hojearla, deteniéndose en las imágenes de mujeres perfectamente maquilladas y vestidas con trajes que parecían sacados de otro mundo. Las modelos lucían impecables: pieles radiantes, cuerpos esbeltos, poses seguras y sonrisas llenas de una confianza que parecía inalcanzable. Carmina inclinó la cabeza, observando con detenimiento una fotografía en particular, donde una modelo con cabello perfectamente alisado llevaba un vestido largo que fluía como el agua. — ¿Quién se ve así en la vida real? — murmuró, dejando escapar un suspiro. Bajó la vista hacia su uniforme: una camiseta simple con el logo de la tienda y jeans que ya estaban un poco gastados. Su cabello, recogido en una coleta rápida, había comenzado a desordenarse tras varias horas de trabajo. De manera casi inconsciente, se estiró para alisar un mechón rebelde detrás de su oreja. Con la revista abierta en su regazo, su mente comenzó a divagar. ¿Cómo sería ser alguien como ellas? Pensó en su rutina diaria: despertarse temprano, lidiar con clientes apresurados, reponer productos en los estantes. Nada en su vida se sentía glamoroso ni digno de una portada. Sin embargo, al pasar la página, encontró una entrevista con una de esas modelos. Hablaba de lo agotador que era mantener una imagen perfecta, de las largas horas en sesiones de fotos y de las inseguridades que aún la perseguían pese a toda su fama. Carmina frunció el ceño, releyendo un párrafo. Entonces, incluso ellas tienen sus momentos de duda... Miró su reflejo en la pequeña pantalla apagada de la caja registradora. "Supongo que nadie es perfecto, ni siquiera ellas," murmuró con una media sonrisa. Cerró la revista y la dejó en su lugar, sacudiéndose las comparaciones como si fueran polvo. Un cliente entró en ese momento, rompiendo el silencio. "¿Podrías ayudarme a encontrar algo?" preguntó. Carmina se levantó, dejando atrás las imágenes de la revista. "Claro, ¿qué necesitas?" respondió con una sonrisa sincera, sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, lo suficientemente bien en su propia piel.
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  • ──── ¿Podrías dejar de tomar fotografías con ese aparato y explicarme como se usa esto? ¡Son tantos botones y palancas!. . .¡Pf! Ya perdí otra vez. ──── 𝐓𝐡𝐮𝐫𝐬𝐝𝐚𝐲 𝐌𝐨𝐨𝐝. [?]

    ( https://youtu.be/BOygHt2BqZE?si=FgeVM7v08_OxQjHM )
    ──── ¿Podrías dejar de tomar fotografías con ese aparato y explicarme como se usa esto? ¡Son tantos botones y palancas!. . .¡Pf! Ya perdí otra vez. ──── 𝐓𝐡𝐮𝐫𝐬𝐝𝐚𝐲 𝐌𝐨𝐨𝐝. [?] ( https://youtu.be/BOygHt2BqZE?si=FgeVM7v08_OxQjHM )
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  • La luz del mediodía se colaba entre las persianas torcidas de la oficina de Shoko, iluminando partículas de polvo que flotaban perezosamente en el aire. Con los pies descalzos y un cigarrillo apagado entre los labios, observó el desastre a su alrededor: papeles desparramados, cajas de medicamentos mal apiladas y una taza con algo que había dejado de ser café hacía días.

    — Bueno, esto es deprimente. — murmuró, soltando el cigarrillo en un cenicero ya colmado.

    Abrió una ventana para dejar entrar el aire fresco y, tras un suspiro resignado, se ató el cabello en un moño desordenado. En un acto más de aburrimiento que de convicción, comenzó a recoger hojas sueltas, tarareando una melodía que poco a poco se convirtió en una canción.

    “ Ah ~ poison on the inside, I could be your antidote tonight. "

    Su voz resonaba en el espacio vacío mientras apilaba los papeles en una esquina de su escritorio. De vez en cuando, movía las caderas al ritmo de la canción, levantando una ceja al encontrar un paquete de cigarrillos vacío bajo un montón de revistas médicas.

    Agarró un trapo húmedo y empezó a limpiar las superficies, cantando ahora a todo pulmón.

    “I could play the doctor, I can cure your disease. If you were a sinner, I could make you believe."

    Con cada verso, sus movimientos se hacían más exagerados, como si estuviera en un escenario. Limpió la mesa, la lámpara, incluso el marco torcido de una vieja fotografía de su grupo de amigos de la escuela. Una leve sonrisa se asomó al ver la cara de uno de ellos, pero rápidamente la ocultó sacudiendo la cabeza.

    “I can smell your sickness, I can cure ya, cure your disease."

    En un giro particularmente entusiasta, tropezó con una pila de revistas y cayó sentada al suelo con un estruendo. Soltó una carcajada al verse rodeada de desorden nuevamente.

    — Bueno, al menos me queda la música,— dijo en voz alta, retomando la canción desde donde la había dejado, sin intención alguna de parar.
    La luz del mediodía se colaba entre las persianas torcidas de la oficina de Shoko, iluminando partículas de polvo que flotaban perezosamente en el aire. Con los pies descalzos y un cigarrillo apagado entre los labios, observó el desastre a su alrededor: papeles desparramados, cajas de medicamentos mal apiladas y una taza con algo que había dejado de ser café hacía días. — Bueno, esto es deprimente. — murmuró, soltando el cigarrillo en un cenicero ya colmado. Abrió una ventana para dejar entrar el aire fresco y, tras un suspiro resignado, se ató el cabello en un moño desordenado. En un acto más de aburrimiento que de convicción, comenzó a recoger hojas sueltas, tarareando una melodía que poco a poco se convirtió en una canción. “ Ah ~ poison on the inside, I could be your antidote tonight. " Su voz resonaba en el espacio vacío mientras apilaba los papeles en una esquina de su escritorio. De vez en cuando, movía las caderas al ritmo de la canción, levantando una ceja al encontrar un paquete de cigarrillos vacío bajo un montón de revistas médicas. Agarró un trapo húmedo y empezó a limpiar las superficies, cantando ahora a todo pulmón. “I could play the doctor, I can cure your disease. If you were a sinner, I could make you believe." Con cada verso, sus movimientos se hacían más exagerados, como si estuviera en un escenario. Limpió la mesa, la lámpara, incluso el marco torcido de una vieja fotografía de su grupo de amigos de la escuela. Una leve sonrisa se asomó al ver la cara de uno de ellos, pero rápidamente la ocultó sacudiendo la cabeza. “I can smell your sickness, I can cure ya, cure your disease." En un giro particularmente entusiasta, tropezó con una pila de revistas y cayó sentada al suelo con un estruendo. Soltó una carcajada al verse rodeada de desorden nuevamente. — Bueno, al menos me queda la música,— dijo en voz alta, retomando la canción desde donde la había dejado, sin intención alguna de parar.
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  • El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche.

    Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante.

    —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa.

    Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad.

    Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina.

    —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma.

    Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra.

    El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente.

    —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina.

    —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño.

    La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado.

    Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada.

    Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa.

    —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse.

    —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú.

    Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
    El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche. Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante. —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa. Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad. Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina. —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma. Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra. El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente. —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina. —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño. La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado. Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada. Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa. —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse. —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú. Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
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  • Después de probarme el nuevo conjunto que compre por internet, una marca muy conocida.
    Me hice una fotografía mientras me miraba en el espejo del cuarto

    #SeductiveSunday ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    Después de probarme el nuevo conjunto que compre por internet, una marca muy conocida. Me hice una fotografía mientras me miraba en el espejo del cuarto #SeductiveSunday ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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