• Estuve muy desaparecida es que... Mi día fue muy agotador, que mejor que aparecer con mi gatito, pero me siento algo emocionada, tengo un contrato con un estudio de fotografía y me gusta, empezaré a trabajar poco a poco allí
    Estuve muy desaparecida es que... Mi día fue muy agotador, que mejor que aparecer con mi gatito, pero me siento algo emocionada, tengo un contrato con un estudio de fotografía y me gusta, empezaré a trabajar poco a poco allí
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  • -El sol de media mañana bañaba la ciudad con un brillo dorado, y las calles vibraban con el bullicio cotidiano. Lyssara ajustó la correa de su cámara mientras avanzaba por la avenida principal; el Museo Astraeum se alzaba al final del camino, un edificio de cristal y piedra clara que reflejaba la luz como si fuera un templo moderno. No solía perder el tiempo en lugares así, pero uno de sus compañeros de instituto había insistido demasiado.-

    “Tenés que ir, Vaelthorn. El museo tiene una exposición de fotografía salvaje, justo tu tipo de cosas.”

    -Eso la había convencido. O al menos, había despertado su curiosidad. Caminó por el vestíbulo, donde el eco de sus pasos se mezclaba con risas, murmullos y clics de cámaras ajenas. Sus ojos color ámbar se alzaron hacia una serie de retratos que colgaban del techo, cada uno mostrando animales en plena libertad: lobos corriendo entre la nieve, ciervos envueltos en neblina, aves que parecían suspendidas en el aire eterno del instante.-

    No está mal… -murmuró, alzando la cámara y tomando una foto del reflejo del vidrio sobre una de las imágenes-

    -El lente captó algo que el ojo humano no habría notado: una mancha de luz, casi como un resplandor en forma de silueta, justo sobre uno de los lobos fotografiados. Lyssara entrecerró los ojos y bajó la cámara. No creía en casualidades.-

    Disculpá, ¿eres fotógrafa también?

    -La voz la sacó de su concentración. Un chico de su edad, con una credencial de guía colgando del cuello, la observaba con una sonrisa curiosa. Ella lo miró de reojo, analizando rápido: pulso tranquilo, olor neutro, sin amenaza aparente.-

    Más o menos. Fotógrafa y dueña de un santuario salvaje.

    Wow, eso suena… muy distinto a la vida de ciudad. ¿Y te gusta el arte?

    Depende del día. Y del tema.

    -El chico rió bajo, cruzándose de brazos mientras observaban juntos las fotografías. El sol entraba por los ventanales, tiñendo todo de dorado y cálido. Afuera, se escuchaban los motores, el murmullo del tráfico, la vida humana continuando sin pausa.-

    ¿Sabías que esta exposición se llama “El Instinto y la Luz”?

    -Lyssara lo miró apenas, arqueando una ceja con una media sonrisa-

    Qué nombre más… irónico.

    -Y mientras hablaba, una corriente de aire atravesó la sala, moviendo las cortinas y haciendo que los focos del techo titilaran un segundo. En la imagen del lobo, el brillo volvió a aparecer, más fuerte esta vez, casi como si el animal dentro de la foto hubiera abierto los ojos.-
    -El sol de media mañana bañaba la ciudad con un brillo dorado, y las calles vibraban con el bullicio cotidiano. Lyssara ajustó la correa de su cámara mientras avanzaba por la avenida principal; el Museo Astraeum se alzaba al final del camino, un edificio de cristal y piedra clara que reflejaba la luz como si fuera un templo moderno. No solía perder el tiempo en lugares así, pero uno de sus compañeros de instituto había insistido demasiado.- “Tenés que ir, Vaelthorn. El museo tiene una exposición de fotografía salvaje, justo tu tipo de cosas.” -Eso la había convencido. O al menos, había despertado su curiosidad. Caminó por el vestíbulo, donde el eco de sus pasos se mezclaba con risas, murmullos y clics de cámaras ajenas. Sus ojos color ámbar se alzaron hacia una serie de retratos que colgaban del techo, cada uno mostrando animales en plena libertad: lobos corriendo entre la nieve, ciervos envueltos en neblina, aves que parecían suspendidas en el aire eterno del instante.- No está mal… -murmuró, alzando la cámara y tomando una foto del reflejo del vidrio sobre una de las imágenes- -El lente captó algo que el ojo humano no habría notado: una mancha de luz, casi como un resplandor en forma de silueta, justo sobre uno de los lobos fotografiados. Lyssara entrecerró los ojos y bajó la cámara. No creía en casualidades.- Disculpá, ¿eres fotógrafa también? -La voz la sacó de su concentración. Un chico de su edad, con una credencial de guía colgando del cuello, la observaba con una sonrisa curiosa. Ella lo miró de reojo, analizando rápido: pulso tranquilo, olor neutro, sin amenaza aparente.- Más o menos. Fotógrafa y dueña de un santuario salvaje. Wow, eso suena… muy distinto a la vida de ciudad. ¿Y te gusta el arte? Depende del día. Y del tema. -El chico rió bajo, cruzándose de brazos mientras observaban juntos las fotografías. El sol entraba por los ventanales, tiñendo todo de dorado y cálido. Afuera, se escuchaban los motores, el murmullo del tráfico, la vida humana continuando sin pausa.- ¿Sabías que esta exposición se llama “El Instinto y la Luz”? -Lyssara lo miró apenas, arqueando una ceja con una media sonrisa- Qué nombre más… irónico. -Y mientras hablaba, una corriente de aire atravesó la sala, moviendo las cortinas y haciendo que los focos del techo titilaran un segundo. En la imagen del lobo, el brillo volvió a aparecer, más fuerte esta vez, casi como si el animal dentro de la foto hubiera abierto los ojos.-
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  • -El menor estaba en el autobús ya que había escapado un rato de su casa para tomar algunas fotografías para tener ideas de diseño ya que tenía un proyecto que hacer poco después bajo del autobús y comenzó a caminar-

    Mm creó que era por aquí

    -Camino unas calles más al llegar a aquella cafetería que le parecía hermosa entonces tomo algunas fotografías y miro más casas entonces también las fotografió-

    Bien creo que serán suficientes
    -El menor estaba en el autobús ya que había escapado un rato de su casa para tomar algunas fotografías para tener ideas de diseño ya que tenía un proyecto que hacer poco después bajo del autobús y comenzó a caminar- Mm creó que era por aquí -Camino unas calles más al llegar a aquella cafetería que le parecía hermosa entonces tomo algunas fotografías y miro más casas entonces también las fotografió- Bien creo que serán suficientes
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  • Le encanta tener tiempo para dedicarle a su novia, esta vez fue la playa donde tomaron fotografías del paisaje, el mar y el atardecer mientras se disputan el mejor ángulo para tomarse fotos juntos a la orilla del mar.

    𝑴𝒊𝒌𝒂 大沢
    Le encanta tener tiempo para dedicarle a su novia, esta vez fue la playa donde tomaron fotografías del paisaje, el mar y el atardecer mientras se disputan el mejor ángulo para tomarse fotos juntos a la orilla del mar. [Mika.O]
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  • Un dulce recuerdo... Una fotografía holografica de mis padres.
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  • Qué lindos estaban nuestros padres en esa fotografía.
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  • Está visto que la fotografía no es mi fuerte. Una pena...

    #SeductiveSunday
    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    Está visto que la fotografía no es mi fuerte. Una pena... #SeductiveSunday #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • ılılı 𝄪  ♫ ﹒ lı ◠◠  ♩  ◠◠ ıl ﹒ ♫  𝄪 ılılı

    Uno pensaría que lo mejor del modelaje se resumía en la fama, en aparecer en portadas de revista o ser la cara de una marca reconocida. Si bien esas cosas sí representaban un beneficio, al menos en términos monetarios, las cosas favoritas de Ji-Hyun eran más sencillas.

    Le gustaba la oportunidad de viajar, de despertar en una ciudad distinta cada cierto tiempo y poder asomarse a su ventana para ver un paisaje nuevo. Había algo gratificante en recorrer calles desconocidas después de una larga sesión de fotos, buscar un pequeño restaurante local y probar platillos típicos que el equipo le recomendaba. En ocasiones terminaba compartiendo la comida con los fotógrafos o maquillistas, riendo entre conversaciones ligeras que hacían olvidar el cansancio del día.

    También disfrutaba los momentos posteriores a las presentaciones o eventos de marca, cuando les obsequiaban productos de la nueva línea. Perfumes, bufandas, relojes o incluso pequeños accesorios personalizados. Su importancia no era el valor material, sino la sensación de estar recibiendo un fragmento del esfuerzo de muchas manos detrás de aquellos proyectos.

    Entre las cosas que más le agradaban durante estos eventos era el vestir trajes. No por ostentación, sino por la textura de las telas, la forma en que se adaptaban al cuerpo con elegancia natural. Le gustaban especialmente aquellos confeccionados con materiales suaves al tacto y de apariencia etérea. A su vez, sabía que un buen traje no dependía solo del corte o que el material fuese de excelente calidad, sino de usar los accesorios correctos para enaltecer las prendas —un reloj discreto, un broche, una cartera— le gustaba jugar con el sin fin de posibilidades, era como si fuesen pinceladas de su propia personalidad.

    Aun así, lo que más le atraía de las sesiones de modelaje era la fotografía en sí. No solo el resultado, sino el proceso: la búsqueda de la iluminación perfecta, los diferentes enfoques que podrían lograrse con los diferentes lentes de la cámara y por último la forma en que una mirada podía contar una historia entera. A veces, en medio de una sesión, se encontraba observando al fotógrafo con más atención que al lente frente a él. Le intrigaba la composición, la intención detrás de cada toma, la posibilidad de capturar un instante que no volvería a repetirse. Quizá por eso disfrutaba tanto de estar frente a la cámara: era, al mismo tiempo, una parte del retrato y un espectador de su creación.



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    ılılı 𝄪  ♫ ﹒ lı ◠◠  ♩  ◠◠ ıl ﹒ ♫  𝄪 ılılı Uno pensaría que lo mejor del modelaje se resumía en la fama, en aparecer en portadas de revista o ser la cara de una marca reconocida. Si bien esas cosas sí representaban un beneficio, al menos en términos monetarios, las cosas favoritas de Ji-Hyun eran más sencillas. Le gustaba la oportunidad de viajar, de despertar en una ciudad distinta cada cierto tiempo y poder asomarse a su ventana para ver un paisaje nuevo. Había algo gratificante en recorrer calles desconocidas después de una larga sesión de fotos, buscar un pequeño restaurante local y probar platillos típicos que el equipo le recomendaba. En ocasiones terminaba compartiendo la comida con los fotógrafos o maquillistas, riendo entre conversaciones ligeras que hacían olvidar el cansancio del día. También disfrutaba los momentos posteriores a las presentaciones o eventos de marca, cuando les obsequiaban productos de la nueva línea. Perfumes, bufandas, relojes o incluso pequeños accesorios personalizados. Su importancia no era el valor material, sino la sensación de estar recibiendo un fragmento del esfuerzo de muchas manos detrás de aquellos proyectos. Entre las cosas que más le agradaban durante estos eventos era el vestir trajes. No por ostentación, sino por la textura de las telas, la forma en que se adaptaban al cuerpo con elegancia natural. Le gustaban especialmente aquellos confeccionados con materiales suaves al tacto y de apariencia etérea. A su vez, sabía que un buen traje no dependía solo del corte o que el material fuese de excelente calidad, sino de usar los accesorios correctos para enaltecer las prendas —un reloj discreto, un broche, una cartera— le gustaba jugar con el sin fin de posibilidades, era como si fuesen pinceladas de su propia personalidad. Aun así, lo que más le atraía de las sesiones de modelaje era la fotografía en sí. No solo el resultado, sino el proceso: la búsqueda de la iluminación perfecta, los diferentes enfoques que podrían lograrse con los diferentes lentes de la cámara y por último la forma en que una mirada podía contar una historia entera. A veces, en medio de una sesión, se encontraba observando al fotógrafo con más atención que al lente frente a él. Le intrigaba la composición, la intención detrás de cada toma, la posibilidad de capturar un instante que no volvería a repetirse. Quizá por eso disfrutaba tanto de estar frente a la cámara: era, al mismo tiempo, una parte del retrato y un espectador de su creación. 0:00 ───|────── 0:00     ↻ ◁ II ▷ ↺
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    Fandom Disney, Tarzán
    Categoría Aventura
    Jane no había dejado de pensar en él. En esos ojos que parecían leerla mejor que cualquier palabra, de una forma primitiva, en la fuerza brutal con la que la había cargado en sus brazos, en cómo habían logrado comunicarse con simples gestos.

    Y luego estaba el diario.

    Lo había escondido en el interior de un baúl, bajo sus vestidos y ropajes de viaje, lejos de la vista de su padre y de cualquier otra persona. Temía sus preguntas, pero más temía que descubrieran lo que ella apenas había empezado a entender. Había pasado las últimas noches bajo la luz de una lámpara tenue, hojeando esas páginas desgastadas mientras luchaba contra los insectos atraídos por la luz. La caligrafía era firme, inglesa, con un trazo elegante pero a la vez rápido. En la primera página, apenas legible, había un nombre reducido a iniciales: J.C.

    Cada vez que las leía, algo en su pecho se agitaba. ¿Quién había sido aquel hombre? ¿Un explorador? ¿Un marinero perdido? ¿Un colono? No lo sabía aún, pero las entradas hablaban de la jungla, descripciones de criaturas, tormentas... Pero muchos de los pasajes se encontraban medio borrados, o emborronados al completo por la humedad y el paso del tiempo. Y no había nada más horrible y a la vez emocionante para alguien con el alma exploradora como la que Jane tenía que algo así cayera en sus manos, pero que tuvieran que rascar y rascar hasta el fondo para encontrarle un sentido.

    Pero tras las noches en vela tratando de entender tanto el descubrimiento de Tarzán como el del diario y su relación entre ellos, llegaban los días, y así era cono se encontraba en el tercer día desde su encuentro con Tarzán; un día que amaneció húmedo, con un cielo cubierto de unas fantasmagóricas nubes que prometían lluvias. Jane salió de la tienda ajustándose el sombrero mientras su padre, siempre entusiasta, ya daba instrucciones a los exploradores para preparar todo el instrumental. Lord Pembroke, un hombre pegado a una enorme barriga y con voz demasiado nasal para el gusto de cualquiera, hablaba de las magníficas fotografías que esperaba capturar de los chimpancés en su hábitat natural. Jane sonrió con cortesía, aunque por dentro sentía un nudo. El entusiasmo de los nobles era casi ridículo; para ellos la selva era un escenario de cacería y espectáculo, no un lugar vivo que podía devorarlos en cualquier instante, y a su vez un sitio maravilloso, lleno de historia y de un sinfín de vida. A cada paso que daban, ella pensaba en Tarzán, en cómo se movería él entre esas ramas con la misma ligereza con la que ellos apenas lograban caminar entre raíces y fango.

    —Jane, hija, ¿lista? —la voz de su padre la devolvió al presente. Él la observaba con ternura, aunque en su mirada había un atisbo de preocupación. No había pasado desapercibido que su hija estaba más pensativa que de costumbre.

    —Sí, padre. —forzó una sonrisa, aferrando sus cuadernos de campo contra el pecho como si fueran un escudo, los mismos que esperaba llenar de anotaciones y bocetos si lograban encontrar la comunidad de chimpancés que días atrás habían visto por esa zona. Y mientras el grupo se adentraba finalmente en la espesura de la jungla, entre charlas triviales y risas huecas, Jane no podía evitar un pensamiento insistente: ¿y si Tarzán los estaba observando en ese mismo instante, escondido en lo alto de un árbol? O peor aún, ¿y si alguien lo descubría a él?
    Jane no había dejado de pensar en él. En esos ojos que parecían leerla mejor que cualquier palabra, de una forma primitiva, en la fuerza brutal con la que la había cargado en sus brazos, en cómo habían logrado comunicarse con simples gestos. Y luego estaba el diario. Lo había escondido en el interior de un baúl, bajo sus vestidos y ropajes de viaje, lejos de la vista de su padre y de cualquier otra persona. Temía sus preguntas, pero más temía que descubrieran lo que ella apenas había empezado a entender. Había pasado las últimas noches bajo la luz de una lámpara tenue, hojeando esas páginas desgastadas mientras luchaba contra los insectos atraídos por la luz. La caligrafía era firme, inglesa, con un trazo elegante pero a la vez rápido. En la primera página, apenas legible, había un nombre reducido a iniciales: J.C. Cada vez que las leía, algo en su pecho se agitaba. ¿Quién había sido aquel hombre? ¿Un explorador? ¿Un marinero perdido? ¿Un colono? No lo sabía aún, pero las entradas hablaban de la jungla, descripciones de criaturas, tormentas... Pero muchos de los pasajes se encontraban medio borrados, o emborronados al completo por la humedad y el paso del tiempo. Y no había nada más horrible y a la vez emocionante para alguien con el alma exploradora como la que Jane tenía que algo así cayera en sus manos, pero que tuvieran que rascar y rascar hasta el fondo para encontrarle un sentido. Pero tras las noches en vela tratando de entender tanto el descubrimiento de Tarzán como el del diario y su relación entre ellos, llegaban los días, y así era cono se encontraba en el tercer día desde su encuentro con Tarzán; un día que amaneció húmedo, con un cielo cubierto de unas fantasmagóricas nubes que prometían lluvias. Jane salió de la tienda ajustándose el sombrero mientras su padre, siempre entusiasta, ya daba instrucciones a los exploradores para preparar todo el instrumental. Lord Pembroke, un hombre pegado a una enorme barriga y con voz demasiado nasal para el gusto de cualquiera, hablaba de las magníficas fotografías que esperaba capturar de los chimpancés en su hábitat natural. Jane sonrió con cortesía, aunque por dentro sentía un nudo. El entusiasmo de los nobles era casi ridículo; para ellos la selva era un escenario de cacería y espectáculo, no un lugar vivo que podía devorarlos en cualquier instante, y a su vez un sitio maravilloso, lleno de historia y de un sinfín de vida. A cada paso que daban, ella pensaba en Tarzán, en cómo se movería él entre esas ramas con la misma ligereza con la que ellos apenas lograban caminar entre raíces y fango. —Jane, hija, ¿lista? —la voz de su padre la devolvió al presente. Él la observaba con ternura, aunque en su mirada había un atisbo de preocupación. No había pasado desapercibido que su hija estaba más pensativa que de costumbre. —Sí, padre. —forzó una sonrisa, aferrando sus cuadernos de campo contra el pecho como si fueran un escudo, los mismos que esperaba llenar de anotaciones y bocetos si lograban encontrar la comunidad de chimpancés que días atrás habían visto por esa zona. Y mientras el grupo se adentraba finalmente en la espesura de la jungla, entre charlas triviales y risas huecas, Jane no podía evitar un pensamiento insistente: ¿y si Tarzán los estaba observando en ese mismo instante, escondido en lo alto de un árbol? O peor aún, ¿y si alguien lo descubría a él?
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
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  • Capítulo I: El Foco y el Silencio.

    El estudio de fotografía, amplio y revestido de un blanco inmaculado, parecía contener el aliento ante la figura de Deianira Zhorkeas. La luz, meticulosamente calibrada, rebotaba sobre su cabello rubio platino, transformándolo en una cascada de oro líquido que contrastaba con el conjunto de lencería de seda negra que llevaba puesto, una pieza clave de la nueva colección de Destroyer of Men. Cada movimiento suyo era estudiado, una coreografía ensayada entre el poder de una CEO y la sensualidad precisa de una supermodelo de Victoria's Secret.
    Acababa de tomar una breve pausa. El equipo, consciente del valor de su tiempo y de su temperamento, se había retirado a una distancia respetuosa. Ella se acercó al gran espejo de cuerpo entero, no para admirarse, sino para inspeccionar la mercancía. Sus labios, recién retocados con un burdeos profundo, formaban una línea dura de concentración.

    Deianira era una mujer que había aprendido a convertir la presión en una armadura. Horas antes, había cerrado un acuerdo que aseguraba la expansión de su imperio cosmético en tres continentes. Ahora, su trabajo era vender la fantasía que había creado, ser la encarnación perfecta de su propia marca: inalcanzable y absolutamente deseada.

    La fotógrafa, Elya, rompió el silencio con una instrucción suave: —Deianira, de nuevo al centro, por favor. Necesito esa mirada de que el mundo te pertenece.

    Deianira asintió con un movimiento apenas perceptible. Dejó el pequeño espejo sobre la mesa auxiliar y se dirigió de nuevo al punto marcado con una cruz en el suelo. El mármol frío bajo sus tacones era un recordatorio constante de la altura a la que operaba.

    Elevó la barbilla, sus ojos azules, usualmente fríos y analíticos, se encendieron con la intensidad que solo ella podía conjurar.

    La rubia no modelaba, reinaba.

    La cámara hizo un clic seco, capturando el momento. Ella estaba lista.

    ¿Estaba listo el mundo para el brillo que la inundaba?
    Capítulo I: El Foco y el Silencio. El estudio de fotografía, amplio y revestido de un blanco inmaculado, parecía contener el aliento ante la figura de Deianira Zhorkeas. La luz, meticulosamente calibrada, rebotaba sobre su cabello rubio platino, transformándolo en una cascada de oro líquido que contrastaba con el conjunto de lencería de seda negra que llevaba puesto, una pieza clave de la nueva colección de Destroyer of Men. Cada movimiento suyo era estudiado, una coreografía ensayada entre el poder de una CEO y la sensualidad precisa de una supermodelo de Victoria's Secret. Acababa de tomar una breve pausa. El equipo, consciente del valor de su tiempo y de su temperamento, se había retirado a una distancia respetuosa. Ella se acercó al gran espejo de cuerpo entero, no para admirarse, sino para inspeccionar la mercancía. Sus labios, recién retocados con un burdeos profundo, formaban una línea dura de concentración. Deianira era una mujer que había aprendido a convertir la presión en una armadura. Horas antes, había cerrado un acuerdo que aseguraba la expansión de su imperio cosmético en tres continentes. Ahora, su trabajo era vender la fantasía que había creado, ser la encarnación perfecta de su propia marca: inalcanzable y absolutamente deseada. La fotógrafa, Elya, rompió el silencio con una instrucción suave: —Deianira, de nuevo al centro, por favor. Necesito esa mirada de que el mundo te pertenece. Deianira asintió con un movimiento apenas perceptible. Dejó el pequeño espejo sobre la mesa auxiliar y se dirigió de nuevo al punto marcado con una cruz en el suelo. El mármol frío bajo sus tacones era un recordatorio constante de la altura a la que operaba. Elevó la barbilla, sus ojos azules, usualmente fríos y analíticos, se encendieron con la intensidad que solo ella podía conjurar. La rubia no modelaba, reinaba. La cámara hizo un clic seco, capturando el momento. Ella estaba lista. ¿Estaba listo el mundo para el brillo que la inundaba?
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