• A altas horas de la noche, aquel mal llamado hombre caminaba entre la oscuridad que tragaba la ciudad donde se "ocultaba", una ciudad que apenas respiraba bajo faroles titilantes. Cada paso suyo arrancaba destellos de luz en la acera húmeda, como si la calle misma delatara su presencia.

    En la comisura de sus labios ardía un cigarro. No por necesidad, sino por experimento: quería entender qué encontraba la gente en ese humo que los debilitaba, cómo podían rendirse a un vicio tan trivial. A cada calada observaba, registraba, analizaba. Realmente, no sentía nada.

    La capucha (su habitual marca) estaba echada atrás. No por descuido, sino porque esa noche no le importaba ser visto. Sus manos reposaban en los bolsillos de su chaqueta como si buscara calma, pero su mente trazaba rutas, patrones, olores, latidos.

    No había caso asignado, ningún expediente sobre la mesa. Y sin embargo algo crecía en su interior. No aburrimiento, sino hambre. La clase de hambre que no se sacia con comida, sino con movimiento, con cacería, con respuestas.
    A altas horas de la noche, aquel mal llamado hombre caminaba entre la oscuridad que tragaba la ciudad donde se "ocultaba", una ciudad que apenas respiraba bajo faroles titilantes. Cada paso suyo arrancaba destellos de luz en la acera húmeda, como si la calle misma delatara su presencia. En la comisura de sus labios ardía un cigarro. No por necesidad, sino por experimento: quería entender qué encontraba la gente en ese humo que los debilitaba, cómo podían rendirse a un vicio tan trivial. A cada calada observaba, registraba, analizaba. Realmente, no sentía nada. La capucha (su habitual marca) estaba echada atrás. No por descuido, sino porque esa noche no le importaba ser visto. Sus manos reposaban en los bolsillos de su chaqueta como si buscara calma, pero su mente trazaba rutas, patrones, olores, latidos. No había caso asignado, ningún expediente sobre la mesa. Y sin embargo algo crecía en su interior. No aburrimiento, sino hambre. La clase de hambre que no se sacia con comida, sino con movimiento, con cacería, con respuestas.
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  • La aguja se desliza por la tela con precisión.
    El hilo negro atraviesa el borde del patrón como si supiera exactamente donde debe ir.
    Alaska no piensa en lo que cose, al menos no del todo.
    Sus manos lo hacen solas, como si estuvieran en automático.
    El cuerpo recuerda lo que la mente no necesita repetir.

    El apartamento está en silencio.
    No hay música.
    No hay televisor ni radio.
    Solo el zumbido del refrigerador, el sonido constante de la máquina de coser, el goteo de la cafetera eléctrica y el 'tic-tac' del reloj que ella misma desarmó y volvió a armar la semana pasada.

    Se levanta.
    Las cerraduras dobles están aseguradas.
    El aire huele a tela nueva y a café.
    Todo está en su sitio.
    Las tijeras sobre el escritorio.
    Las agujas alineadas por tamaño.
    Los hilos organizados por degradé de colores.

    Camina hacia la ventana. Las cortinas gruesas están cerradas, pero hay una rendija. Por ella se filtra la luz de la calle. Ve sombras, movimiento, vida.

    Ella no forma parte de eso.

    Camina hacia el salón. Se sienta en el suelo, junto a un mueble donde guarda retazos.
    El apartamento no exige respuestas.
    No interpreta gestos.
    No espera sonrisas.
    No la mira como si tuviera que justificarse.

    Aqui, no hay que fingir.
    No hay que calcular si una frase fue demasiado fría o si un silencio fue demasiado largo.

    Se recuesta contra la pared.
    El concreto está frío. Eso sí lo entiende.
    El frío no miente.
    No cambia de opinión.
    No se ofende.
    Solo es una constante que no necesita interpretación.

    Piensa en los días en que vivía con Harold.
    En los espacios que no eran suyos.
    En los rincones donde se escondía para no ser vista.
    Este apartamento no tiene rincones. Tiene límites claros.

    Se levanta.
    Vuelve a su espacio de costura.
    Toma asiento.
    Cose otra línea.
    El patrón está mal trazado.
    Lo sabe. Lo sabía desde antes.
    Pero no lo corrige. Lo deja así, como experimento.

    Aquí, puede hablar sola sin que nadie la corrija.
    O puede no hablar en absoluto.
    Puede coser durante horas.
    Puede comer lo mismo todos los días.

    Aquí, no es la chica rara.
    No es la hija del monstruo.
    No es la prófuga.
    Aquí, es solo Alaska.
    O Danna.
    O ninguna.
    O ambas.

    Y eso, aunque no sepa cómo se llama esa sensación, se parece mucho a estar. . . bien.
    La aguja se desliza por la tela con precisión. El hilo negro atraviesa el borde del patrón como si supiera exactamente donde debe ir. Alaska no piensa en lo que cose, al menos no del todo. Sus manos lo hacen solas, como si estuvieran en automático. El cuerpo recuerda lo que la mente no necesita repetir. El apartamento está en silencio. No hay música. No hay televisor ni radio. Solo el zumbido del refrigerador, el sonido constante de la máquina de coser, el goteo de la cafetera eléctrica y el 'tic-tac' del reloj que ella misma desarmó y volvió a armar la semana pasada. Se levanta. Las cerraduras dobles están aseguradas. El aire huele a tela nueva y a café. Todo está en su sitio. Las tijeras sobre el escritorio. Las agujas alineadas por tamaño. Los hilos organizados por degradé de colores. Camina hacia la ventana. Las cortinas gruesas están cerradas, pero hay una rendija. Por ella se filtra la luz de la calle. Ve sombras, movimiento, vida. Ella no forma parte de eso. Camina hacia el salón. Se sienta en el suelo, junto a un mueble donde guarda retazos. El apartamento no exige respuestas. No interpreta gestos. No espera sonrisas. No la mira como si tuviera que justificarse. Aqui, no hay que fingir. No hay que calcular si una frase fue demasiado fría o si un silencio fue demasiado largo. Se recuesta contra la pared. El concreto está frío. Eso sí lo entiende. El frío no miente. No cambia de opinión. No se ofende. Solo es una constante que no necesita interpretación. Piensa en los días en que vivía con Harold. En los espacios que no eran suyos. En los rincones donde se escondía para no ser vista. Este apartamento no tiene rincones. Tiene límites claros. Se levanta. Vuelve a su espacio de costura. Toma asiento. Cose otra línea. El patrón está mal trazado. Lo sabe. Lo sabía desde antes. Pero no lo corrige. Lo deja así, como experimento. Aquí, puede hablar sola sin que nadie la corrija. O puede no hablar en absoluto. Puede coser durante horas. Puede comer lo mismo todos los días. Aquí, no es la chica rara. No es la hija del monstruo. No es la prófuga. Aquí, es solo Alaska. O Danna. O ninguna. O ambas. Y eso, aunque no sepa cómo se llama esa sensación, se parece mucho a estar. . . bien.
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  • - ¡Sabes lo horrible que fue volverme consciente!

    - ¡Que soy el último de mi especie, mi pareja desaparecio tras el velo del vacío, sólo yo volví, junto con otros 2 recien nacidos en la consciencia!

    - ¿¡Odio lo que siento!? Tenno, solo quiero correr por el campo por comida o agua, pero ahora estoy enterado de muchas cosas y Luzi no está conmigo, ni Padre.... Ah! estoy confundido!

    Aquel kubrow solo sacude la cabeza confundido e inquieto, sin embargo, Hayden solo asiente y hace transferencia para traer consigo a Chroma y con el Warframe decide simplemente darle un abrazo alrededor del cuello.

    Logrando su objetivo, calmar la desesperación del kubrow que fue utilizado en experimentos ante un portal del vacío, Chroma también es una bestia lastimada y pudo transmitir esa calma.

    "Albert Entrati, la próxima vez que nos veamos, tendré un puñetazo reservado para tu rostro." Reflexiona Hayden, mientras poco a poco termina de darle el abrazo al Kubrow de una sub-especie considerada extinta.
    - ¡Sabes lo horrible que fue volverme consciente! - ¡Que soy el último de mi especie, mi pareja desaparecio tras el velo del vacío, sólo yo volví, junto con otros 2 recien nacidos en la consciencia! - ¿¡Odio lo que siento!? Tenno, solo quiero correr por el campo por comida o agua, pero ahora estoy enterado de muchas cosas y Luzi no está conmigo, ni Padre.... Ah! estoy confundido! Aquel kubrow solo sacude la cabeza confundido e inquieto, sin embargo, Hayden solo asiente y hace transferencia para traer consigo a Chroma y con el Warframe decide simplemente darle un abrazo alrededor del cuello. Logrando su objetivo, calmar la desesperación del kubrow que fue utilizado en experimentos ante un portal del vacío, Chroma también es una bestia lastimada y pudo transmitir esa calma. "Albert Entrati, la próxima vez que nos veamos, tendré un puñetazo reservado para tu rostro." Reflexiona Hayden, mientras poco a poco termina de darle el abrazo al Kubrow de una sub-especie considerada extinta.
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  • Kaeya sentía curiosidad. Era como si sus huesos reconocieran en el otro, la misma dinastía perdida que lleva pintada en los ojos. Siente la presencia del albino como un eterno canto, que le atrae más de lo que debería y que le atormenta un poco, pues al final de día, Kaeya no puede atarse a nada más que a la promesa de un reino muerto.

    Y aún así, no se controla. No lo logra completamente. Se acomoda al lado del alquimista y una sonrisa, entre traviesa y coqueta, se le acomoda en los labios. Ah, como quisiera adueñarse de todo lo que el contrario puede ser. Se pregunta, en medio de todo, si se lo permitirá pasar unos momentos junto a él.

    Asistiendo en sus experimentos y quizá fingiendo un poco que le interesa la alquimia, cuando en realidad solo quiere verlo existir en el ámbito que el rubio más ama.

    Ah, esta perdidamente embelesado. Se pregunta si la vida sería más sencilla sin ese apabullador sentimiento en su pecho.

    No quiere averiguarlo. Le gusta la incertidumbre y el calor que se acomoda en su pecho en afecto, cuando piensa en Albedo.

    ─¿Qué haces? ─pregunta, no realmente interesado en el proceso, sino en escuchar su voz, una vez más.



    Albedo .

    Kaeya sentía curiosidad. Era como si sus huesos reconocieran en el otro, la misma dinastía perdida que lleva pintada en los ojos. Siente la presencia del albino como un eterno canto, que le atrae más de lo que debería y que le atormenta un poco, pues al final de día, Kaeya no puede atarse a nada más que a la promesa de un reino muerto. Y aún así, no se controla. No lo logra completamente. Se acomoda al lado del alquimista y una sonrisa, entre traviesa y coqueta, se le acomoda en los labios. Ah, como quisiera adueñarse de todo lo que el contrario puede ser. Se pregunta, en medio de todo, si se lo permitirá pasar unos momentos junto a él. Asistiendo en sus experimentos y quizá fingiendo un poco que le interesa la alquimia, cuando en realidad solo quiere verlo existir en el ámbito que el rubio más ama. Ah, esta perdidamente embelesado. Se pregunta si la vida sería más sencilla sin ese apabullador sentimiento en su pecho. No quiere averiguarlo. Le gusta la incertidumbre y el calor que se acomoda en su pecho en afecto, cuando piensa en Albedo. ─¿Qué haces? ─pregunta, no realmente interesado en el proceso, sino en escuchar su voz, una vez más. [Princeps_cret4ceus] .
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  • Hibrido? Demonio? Un ser creado? Un experimento existoso?

    No, un humano ¿ humano? Solo su cáscara...

    Que no tiene nombre, ni edad, ni futuro...
    Hibrido? Demonio? Un ser creado? Un experimento existoso? No, un humano ¿ humano? Solo su cáscara... Que no tiene nombre, ni edad, ni futuro...
    Me entristece
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  • Un día caluroso. Adecuado para descansar y repasar mis apuntes del último experimento.
    Un día caluroso. Adecuado para descansar y repasar mis apuntes del último experimento.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
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    - El experimento no salió nada bien… Lo sentimos, maestro Anaxa..
    🦋- El experimento no salió nada bien… Lo sentimos, maestro Anaxa..
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  • Lᴀ ɴᴏᴄʜᴇ ᴅᴇ ʟᴀs ʀᴇɪɴᴀs
    Fandom ZYXS
    Categoría Slice of Life
    Había llegado puntual por ella, lo cual por sí mismo ya era extraño. Dejar de lado que además de su primo y Zaphiro, sería la primera persona que invitaba por cuenta propia a entrar a su casa, ya ni hablar de la idea que alguien conviviera con sus gatas o con la anciana a la que Masthian decía cuidar.

    Estacionó la vieja Chevy frente a la casa de Thalya, teniendo una mezcla extraña de emociones. No eran nervios, pero sí, quizás algo de emoción. Parecía un experimento extraño aquello, con todo y su experiencia en citas, aquella era por mucho en la que más se había esforzado.

    La camisa negra arremangada por encima del codo, dejando a la vista el patrón de tatuajes que tenía en el antebrazo y los anillos brillando en sus dedos. Mientras esperaba que abriera la puerta después de tocar el timbre, se aseguró por el reflejo del espejo que su cabello estuviera en orden. Solo un mero acto reflejo, por que sabía que de todos modos se vería bien.

    — Hey, bonita — Saludó una vez que la mujer abrió, sonriéndole abiertamente. — ¿Lista para llenarte de pelos y chistes agrios?

    Tras guiarla al asiento del copiloto en la vieja camioneta y ayudarla a acomodarse, se dirigió a su propio asiento, poniéndose en marcha. No era un trayecto demasiado largo y Masthian lo aprovechó para tener una plática casual, le actualizó el estatus de algunas cosas que por fin se concretaron de su trabajo y un par de halagos entre risas.

    Al estacionarse, se adelantó para poder abrirle la puerta y ayudarla a bajar, marcándole el camino para entrar a su casa. Su casa era un ejemplo perfecto de equilibrio entre un estilo clásico, de esos que parecen salidos de algún cuento y la modernidad de una ciudad. Tenía una fachada adorable, con varias flores que su abuela se encargaba de cuidar y varios adornos que le daban el toque hogareño.

    — ¡Abue! Ya llegamos —Anunció al abrir la puerta, dejando que Thalya pasara primero. El lugar estaba impregnado del aroma de la cena, hierbas de olor, varios condimentos. La decoración era obviamente producto de la señora que ahí vivía, papel tapiz en las paredes, varios cuadros donde se mostraban diferentes momentos de su familia. Y una hilera de fotografías que pertenecían a Masthian, mostrando el crecimiento del muchacho, desde un niño pequeño haciendo mala cara, pasando por su adolescencia, la pubertad y la última, que fue en su graduación, con todos sus amigos posando para la fotografía. Una voz temblorosa y alegre le respondió desde la cocina, invitándolos a pasar. Masthian solo le sonrió a Thalya, estrechando su mano para guiarla donde la anciana.


    Había llegado puntual por ella, lo cual por sí mismo ya era extraño. Dejar de lado que además de su primo y Zaphiro, sería la primera persona que invitaba por cuenta propia a entrar a su casa, ya ni hablar de la idea que alguien conviviera con sus gatas o con la anciana a la que Masthian decía cuidar. Estacionó la vieja Chevy frente a la casa de Thalya, teniendo una mezcla extraña de emociones. No eran nervios, pero sí, quizás algo de emoción. Parecía un experimento extraño aquello, con todo y su experiencia en citas, aquella era por mucho en la que más se había esforzado. La camisa negra arremangada por encima del codo, dejando a la vista el patrón de tatuajes que tenía en el antebrazo y los anillos brillando en sus dedos. Mientras esperaba que abriera la puerta después de tocar el timbre, se aseguró por el reflejo del espejo que su cabello estuviera en orden. Solo un mero acto reflejo, por que sabía que de todos modos se vería bien. — Hey, bonita — Saludó una vez que la mujer abrió, sonriéndole abiertamente. — ¿Lista para llenarte de pelos y chistes agrios? Tras guiarla al asiento del copiloto en la vieja camioneta y ayudarla a acomodarse, se dirigió a su propio asiento, poniéndose en marcha. No era un trayecto demasiado largo y Masthian lo aprovechó para tener una plática casual, le actualizó el estatus de algunas cosas que por fin se concretaron de su trabajo y un par de halagos entre risas. Al estacionarse, se adelantó para poder abrirle la puerta y ayudarla a bajar, marcándole el camino para entrar a su casa. Su casa era un ejemplo perfecto de equilibrio entre un estilo clásico, de esos que parecen salidos de algún cuento y la modernidad de una ciudad. Tenía una fachada adorable, con varias flores que su abuela se encargaba de cuidar y varios adornos que le daban el toque hogareño. — ¡Abue! Ya llegamos —Anunció al abrir la puerta, dejando que Thalya pasara primero. El lugar estaba impregnado del aroma de la cena, hierbas de olor, varios condimentos. La decoración era obviamente producto de la señora que ahí vivía, papel tapiz en las paredes, varios cuadros donde se mostraban diferentes momentos de su familia. Y una hilera de fotografías que pertenecían a Masthian, mostrando el crecimiento del muchacho, desde un niño pequeño haciendo mala cara, pasando por su adolescencia, la pubertad y la última, que fue en su graduación, con todos sus amigos posando para la fotografía. Una voz temblorosa y alegre le respondió desde la cocina, invitándolos a pasar. Masthian solo le sonrió a Thalya, estrechando su mano para guiarla donde la anciana.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    12
    Estado
    Disponible
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  • Luna, el experimento que aprendió a ser deseo:

    En el encierro aprendió a temerle a su cuerpo.
    Cada centímetro de su piel era un terreno explorado por científicos, no por amantes. Pero ahora… ahora era libre. Y frente al espejo, Luna no solo se miraba: se estudiaba. Era su propio experimento.
    Cabello dividido en blanco y negro, como si la luna y la sombra pelearan por su alma.
    Encaje oscuro, como un arma envuelta en seda.
    Cada hebilla, cada cinta, no era para complacer… era para recordarse que ella se pertenece.

    En su cama, los peluches del pasado la miraban con la misma inocencia que le robaron.
    Ya no era la niña que pedía permiso para sentir.
    Ahora, Luna era la mujer que elegía cuándo —y a quién— dejar entrar en su mundo
    Luna, el experimento que aprendió a ser deseo: En el encierro aprendió a temerle a su cuerpo. Cada centímetro de su piel era un terreno explorado por científicos, no por amantes. Pero ahora… ahora era libre. Y frente al espejo, Luna no solo se miraba: se estudiaba. Era su propio experimento. Cabello dividido en blanco y negro, como si la luna y la sombra pelearan por su alma. Encaje oscuro, como un arma envuelta en seda. Cada hebilla, cada cinta, no era para complacer… era para recordarse que ella se pertenece. En su cama, los peluches del pasado la miraban con la misma inocencia que le robaron. Ya no era la niña que pedía permiso para sentir. Ahora, Luna era la mujer que elegía cuándo —y a quién— dejar entrar en su mundo
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  • — No somos el pensamiento inicial de nadie, pero somos el experimento favorito de muchos.

    Recordó las palabras de su maestro de filosofía; un hombre simple y sincero, que constantemente le señalaba como era la naturaleza humana y su evolución en cuánto a las relaciones personales.

    Como un barco que navega a través de las aguas; el barco es la persona que realiza el experimento y las aguas son las otras personas, conejillos de India con quiénes se haría el experimento.

    Alexander no lo entendía, pero supuso que, como todo lo demás através del rumbo indeciso de la vida, así eran los humanos y no se excluía. Eran un bucle de direcciones hasta encontrar su lugar tranquilo; un lugar donde el barco podría arribar en tierra firme.
    — No somos el pensamiento inicial de nadie, pero somos el experimento favorito de muchos. Recordó las palabras de su maestro de filosofía; un hombre simple y sincero, que constantemente le señalaba como era la naturaleza humana y su evolución en cuánto a las relaciones personales. Como un barco que navega a través de las aguas; el barco es la persona que realiza el experimento y las aguas son las otras personas, conejillos de India con quiénes se haría el experimento. Alexander no lo entendía, pero supuso que, como todo lo demás através del rumbo indeciso de la vida, así eran los humanos y no se excluía. Eran un bucle de direcciones hasta encontrar su lugar tranquilo; un lugar donde el barco podría arribar en tierra firme.
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