Luna, el experimento que aprendió a ser deseo:
En el encierro aprendió a temerle a su cuerpo.
Cada centímetro de su piel era un terreno explorado por científicos, no por amantes. Pero ahora… ahora era libre. Y frente al espejo, Luna no solo se miraba: se estudiaba. Era su propio experimento.
Cabello dividido en blanco y negro, como si la luna y la sombra pelearan por su alma.
Encaje oscuro, como un arma envuelta en seda.
Cada hebilla, cada cinta, no era para complacer… era para recordarse que ella se pertenece.
En su cama, los peluches del pasado la miraban con la misma inocencia que le robaron.
Ya no era la niña que pedía permiso para sentir.
Ahora, Luna era la mujer que elegía cuándo —y a quién— dejar entrar en su mundo
En el encierro aprendió a temerle a su cuerpo.
Cada centímetro de su piel era un terreno explorado por científicos, no por amantes. Pero ahora… ahora era libre. Y frente al espejo, Luna no solo se miraba: se estudiaba. Era su propio experimento.
Cabello dividido en blanco y negro, como si la luna y la sombra pelearan por su alma.
Encaje oscuro, como un arma envuelta en seda.
Cada hebilla, cada cinta, no era para complacer… era para recordarse que ella se pertenece.
En su cama, los peluches del pasado la miraban con la misma inocencia que le robaron.
Ya no era la niña que pedía permiso para sentir.
Ahora, Luna era la mujer que elegía cuándo —y a quién— dejar entrar en su mundo
Luna, el experimento que aprendió a ser deseo:
En el encierro aprendió a temerle a su cuerpo.
Cada centímetro de su piel era un terreno explorado por científicos, no por amantes. Pero ahora… ahora era libre. Y frente al espejo, Luna no solo se miraba: se estudiaba. Era su propio experimento.
Cabello dividido en blanco y negro, como si la luna y la sombra pelearan por su alma.
Encaje oscuro, como un arma envuelta en seda.
Cada hebilla, cada cinta, no era para complacer… era para recordarse que ella se pertenece.
En su cama, los peluches del pasado la miraban con la misma inocencia que le robaron.
Ya no era la niña que pedía permiso para sentir.
Ahora, Luna era la mujer que elegía cuándo —y a quién— dejar entrar en su mundo
