Crónicas del Olvido - Epilogo: El Último Portador
El Corazón del Vacío colapsó. El Señor de las Sombras no explotó ni se desintegró. Simplemente… dejó de existir. Como si nunca hubiera estado allí.
Kael, de pie en el centro, con el Amuleto del Destino completo en sus manos, cayó de rodillas.
No por dolor. Por todo lo que había perdido.
El Templo del Viento – En honor a Sira
Cada año, Kael regresa al Templo del Viento. No entra. Se sienta en la entrada, donde la corriente aún canta.
Saca la daga de Sira, la coloca sobre una piedra pulida por el tiempo, y espera.
Kael (en voz baja): “El viento no se detiene. Solo cambia de dirección.”
Las hojas giran. El aire se arremolina. Y Kael escucha, sin buscar respuestas. Solo presencia.
El Templo de Ceniza – En honor a Tharos
En Aeloria, Kael camina entre campos que florecen con fuego controlado. En el altar del templo, coloca la piedra incandescente.
El calor no quema. Abraza.
Kael: “Tu fuego no destruyó. Iluminó lo que no queríamos ver.”
El templo vibra. Las llamas bailan sin consumir. Y Kael se queda hasta que el sol se oculta.
El Templo del Bosque – En honor a Elen
En el corazón del Bosque de los Ancestros, Kael encuentra el árbol que creció donde Elen cayó. En sus ramas, flores que solo brotan en primavera.
Kael coloca la flor que recogió aquel día en una raíz expuesta, y se sienta.
Kael: “Tu memoria no se perdió. Se convirtió en raíz.”
El árbol susurra. Las criaturas mágicas se acercan. Y Kael permanece, sin magia. Solo con manos temblorosas.
Kael no fundó academias. No lideró reinos. Viajó solo, llevando el Amuleto en una caja tallada por él mismo, sin hechizos. Solo con intención.
En el Templo de la Luz Silente, dejó el Amuleto y su libro: Crónicas del Olvido.
“No somos el final. Somos el comienzo.”
Kael desapareció. Nadie lo buscó. Porque sabían que su historia… ya estaba completa.
Pero en cada rincón, en cada flor, en cada corriente de viento, se siente el eco de una promesa:
“La luz no muere. Solo espera.”
Crónicas del Olvido - Epilogo: El Último Portador
El Corazón del Vacío colapsó. El Señor de las Sombras no explotó ni se desintegró. Simplemente… dejó de existir. Como si nunca hubiera estado allí.
Kael, de pie en el centro, con el Amuleto del Destino completo en sus manos, cayó de rodillas.
No por dolor. Por todo lo que había perdido.
El Templo del Viento – En honor a Sira
Cada año, Kael regresa al Templo del Viento. No entra. Se sienta en la entrada, donde la corriente aún canta.
Saca la daga de Sira, la coloca sobre una piedra pulida por el tiempo, y espera.
Kael (en voz baja): “El viento no se detiene. Solo cambia de dirección.”
Las hojas giran. El aire se arremolina. Y Kael escucha, sin buscar respuestas. Solo presencia.
El Templo de Ceniza – En honor a Tharos
En Aeloria, Kael camina entre campos que florecen con fuego controlado. En el altar del templo, coloca la piedra incandescente.
El calor no quema. Abraza.
Kael: “Tu fuego no destruyó. Iluminó lo que no queríamos ver.”
El templo vibra. Las llamas bailan sin consumir. Y Kael se queda hasta que el sol se oculta.
El Templo del Bosque – En honor a Elen
En el corazón del Bosque de los Ancestros, Kael encuentra el árbol que creció donde Elen cayó. En sus ramas, flores que solo brotan en primavera.
Kael coloca la flor que recogió aquel día en una raíz expuesta, y se sienta.
Kael: “Tu memoria no se perdió. Se convirtió en raíz.”
El árbol susurra. Las criaturas mágicas se acercan. Y Kael permanece, sin magia. Solo con manos temblorosas.
Kael no fundó academias. No lideró reinos. Viajó solo, llevando el Amuleto en una caja tallada por él mismo, sin hechizos. Solo con intención.
En el Templo de la Luz Silente, dejó el Amuleto y su libro: Crónicas del Olvido.
“No somos el final. Somos el comienzo.”
Kael desapareció. Nadie lo buscó. Porque sabían que su historia… ya estaba completa.
Pero en cada rincón, en cada flor, en cada corriente de viento, se siente el eco de una promesa:
“La luz no muere. Solo espera.”