Dentro De La Casa Negra
con: Kalhi NigDurgae, Wolf ᴬᵁ , Tolek Zientek
https://www.youtube.com/watch?v=YWkBlpiaTvY
Se detiene a un par de metros de la entrada. La puerta parpadea una última vez antes de desvanecerse, como si nunca hubiera estado allí, encerrándole junto a sus escoltas. En su lugar, solo queda la continuidad absurda del pasillo, ahora extendido también en dirección contraria.
Una ilusión quebrada. Un nuevo comienzo.
Ella sonríe, esa sonrisa suya, delgada y enigmática, que cuenta historias sin final feliz.
— ¿Lo ves? —susurra, aunque no está claro a quién se dirige—. Esto es lo que quería mostrarte…
Ekkora ya no corre. Camina despacio, con el dedo índice apoyado contra la pared derecha. La yema acaricia el cemento pintado de blanco, dejando una huella negra a su paso, como si su tacto fuera tizón.
— Este lugar... cambia —dice, con voz suave, casi encantada. Mira las manchas de moho, huele el aire podrido—. Como yo.
El lugar es un liminal sin tiempo ni origen. Las luces del techo zumban con un parpadeo irregular, a ratos blancas, a ratos amarillas, dejando sombras inconsistentes que se mueven por cuenta propia. El piso es de loseta deslucida, agrietada en los bordes. Las paredes, lisas y sin adornos, tienen ese tono gastado que no pertenece a ninguna época, como si fueran una copia mal hecha de una copia perdida.
No hay puertas. Ni ventanas. Solo pasillo. Recto, eterno, sin un final a la vista. Pero cuando Ekkora roza un punto particular con la yema del dedo, el muro cede. Un pliegue en la realidad se revela: una línea apenas perceptible se abre, primero como una grieta en la pintura, luego como una ranura de aire que huele a tierra húmeda, óxido y pólvora quemada.
La desviación se forma a su derecha, una abertura estrecha y serpenteante que no debería estar allí. Oscura. Orgánica. Su presencia es una anomalía palpable, como si el propio espacio respirara.
Al fondo, un soldado espectral permanece inmóvil, pero no indiferente. Sus ojos, cargados de un brillo enfermo, la siguen. Les siguen. Y aterrizan en Kalhi NigDurgae.
Ekkora ladea la cabeza, curiosa, casi divertida.
— Estás atrapado, ¿no? —dice, como si hablara con un niño travieso—. Ni vivo ni muerto. Eso debe doler.
Da un paso más y se inclina apenas, como si quisiera examinarlo más de cerca sin acercarse del todo.
El soldado emite un sonido sordo, algo entre un quejido y un gruñido, pero no se mueve. No puede. Sus botas, sus pies son parte del suelo.
Ekkora mira a los hombres que le acompañan, les sonríe y señala hacia adelante, hacia el soldado.
— Primer Checkpoint.
https://www.youtube.com/watch?v=YWkBlpiaTvY
Se detiene a un par de metros de la entrada. La puerta parpadea una última vez antes de desvanecerse, como si nunca hubiera estado allí, encerrándole junto a sus escoltas. En su lugar, solo queda la continuidad absurda del pasillo, ahora extendido también en dirección contraria.
Una ilusión quebrada. Un nuevo comienzo.
Ella sonríe, esa sonrisa suya, delgada y enigmática, que cuenta historias sin final feliz.
— ¿Lo ves? —susurra, aunque no está claro a quién se dirige—. Esto es lo que quería mostrarte…
Ekkora ya no corre. Camina despacio, con el dedo índice apoyado contra la pared derecha. La yema acaricia el cemento pintado de blanco, dejando una huella negra a su paso, como si su tacto fuera tizón.
— Este lugar... cambia —dice, con voz suave, casi encantada. Mira las manchas de moho, huele el aire podrido—. Como yo.
El lugar es un liminal sin tiempo ni origen. Las luces del techo zumban con un parpadeo irregular, a ratos blancas, a ratos amarillas, dejando sombras inconsistentes que se mueven por cuenta propia. El piso es de loseta deslucida, agrietada en los bordes. Las paredes, lisas y sin adornos, tienen ese tono gastado que no pertenece a ninguna época, como si fueran una copia mal hecha de una copia perdida.
No hay puertas. Ni ventanas. Solo pasillo. Recto, eterno, sin un final a la vista. Pero cuando Ekkora roza un punto particular con la yema del dedo, el muro cede. Un pliegue en la realidad se revela: una línea apenas perceptible se abre, primero como una grieta en la pintura, luego como una ranura de aire que huele a tierra húmeda, óxido y pólvora quemada.
La desviación se forma a su derecha, una abertura estrecha y serpenteante que no debería estar allí. Oscura. Orgánica. Su presencia es una anomalía palpable, como si el propio espacio respirara.
Al fondo, un soldado espectral permanece inmóvil, pero no indiferente. Sus ojos, cargados de un brillo enfermo, la siguen. Les siguen. Y aterrizan en Kalhi NigDurgae.
Ekkora ladea la cabeza, curiosa, casi divertida.
— Estás atrapado, ¿no? —dice, como si hablara con un niño travieso—. Ni vivo ni muerto. Eso debe doler.
Da un paso más y se inclina apenas, como si quisiera examinarlo más de cerca sin acercarse del todo.
El soldado emite un sonido sordo, algo entre un quejido y un gruñido, pero no se mueve. No puede. Sus botas, sus pies son parte del suelo.
Ekkora mira a los hombres que le acompañan, les sonríe y señala hacia adelante, hacia el soldado.
— Primer Checkpoint.
con: [Kalh1], [Wolfy], [Tolek]
https://www.youtube.com/watch?v=YWkBlpiaTvY
Se detiene a un par de metros de la entrada. La puerta parpadea una última vez antes de desvanecerse, como si nunca hubiera estado allí, encerrándole junto a sus escoltas. En su lugar, solo queda la continuidad absurda del pasillo, ahora extendido también en dirección contraria.
Una ilusión quebrada. Un nuevo comienzo.
Ella sonríe, esa sonrisa suya, delgada y enigmática, que cuenta historias sin final feliz.
— ¿Lo ves? —susurra, aunque no está claro a quién se dirige—. Esto es lo que quería mostrarte…
Ekkora ya no corre. Camina despacio, con el dedo índice apoyado contra la pared derecha. La yema acaricia el cemento pintado de blanco, dejando una huella negra a su paso, como si su tacto fuera tizón.
— Este lugar... cambia —dice, con voz suave, casi encantada. Mira las manchas de moho, huele el aire podrido—. Como yo.
El lugar es un liminal sin tiempo ni origen. Las luces del techo zumban con un parpadeo irregular, a ratos blancas, a ratos amarillas, dejando sombras inconsistentes que se mueven por cuenta propia. El piso es de loseta deslucida, agrietada en los bordes. Las paredes, lisas y sin adornos, tienen ese tono gastado que no pertenece a ninguna época, como si fueran una copia mal hecha de una copia perdida.
No hay puertas. Ni ventanas. Solo pasillo. Recto, eterno, sin un final a la vista. Pero cuando Ekkora roza un punto particular con la yema del dedo, el muro cede. Un pliegue en la realidad se revela: una línea apenas perceptible se abre, primero como una grieta en la pintura, luego como una ranura de aire que huele a tierra húmeda, óxido y pólvora quemada.
La desviación se forma a su derecha, una abertura estrecha y serpenteante que no debería estar allí. Oscura. Orgánica. Su presencia es una anomalía palpable, como si el propio espacio respirara.
Al fondo, un soldado espectral permanece inmóvil, pero no indiferente. Sus ojos, cargados de un brillo enfermo, la siguen. Les siguen. Y aterrizan en [Kalh1].
Ekkora ladea la cabeza, curiosa, casi divertida.
— Estás atrapado, ¿no? —dice, como si hablara con un niño travieso—. Ni vivo ni muerto. Eso debe doler.
Da un paso más y se inclina apenas, como si quisiera examinarlo más de cerca sin acercarse del todo.
El soldado emite un sonido sordo, algo entre un quejido y un gruñido, pero no se mueve. No puede. Sus botas, sus pies son parte del suelo.
Ekkora mira a los hombres que le acompañan, les sonríe y señala hacia adelante, hacia el soldado.
— Primer Checkpoint.
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible

