Tenlo en cuenta al responder.
#desafíodivino #misiondiariaLunes
En los confines del mundo donde la vigilia se diluye, más allá del borde del pensamiento consciente, existe un reino donde las leyes del tiempo y la lógica se deshacen como tinta en el agua. Allí, entre cielos que respiran estrellas y ríos hechos de memorias olvidadas, reina Morfeo, el dios de los sueños.
No se camina hacia él. Se cae.
Los viajeros lo encuentran al cerrar los ojos, al rendirse al peso dulce del sueño. Y cuando llegan, no saben si están soñando con Morfeo o si Morfeo está soñando con ellos.
Lo llaman con muchos nombres, pero todos significan lo mismo: el que da forma al ensueño. A diferencia de su padre Hypnos, que trae el descanso, Morfeo modela el contenido de ese descanso. Es el escultor de lo invisible, el pintor de lo efímero.
Tiene alas negras, sí, como plumas de cuervo y humo. Pero no siempre las muestra. A veces camina como un hombre de rostro cambiante, con una mirada tan profunda que al mirarla puedes ver tu infancia, tus amores perdidos y los deseos que nunca te atreviste a nombrar. Sus ojos no brillan: relucen con lo que tú temes o anhelas soñar.
Habita una sala sin paredes, donde flotan cientos de puertas suspendidas en el aire, cada una abriendo a un sueño distinto: pesadillas, visiones proféticas, recuerdos reimaginados. Las cruza sin esfuerzo, como si cada mundo fuera un pensamiento que le pertenece.
No es cruel, pero tampoco del todo benigno. Como los sueños mismos, puede ser hermoso o aterrador, según lo que lleves dentro. Solo responde con sinceridad a quienes se atreven a mirar sin miedo lo que yace bajo su propia conciencia.
En los confines del mundo donde la vigilia se diluye, más allá del borde del pensamiento consciente, existe un reino donde las leyes del tiempo y la lógica se deshacen como tinta en el agua. Allí, entre cielos que respiran estrellas y ríos hechos de memorias olvidadas, reina Morfeo, el dios de los sueños.
No se camina hacia él. Se cae.
Los viajeros lo encuentran al cerrar los ojos, al rendirse al peso dulce del sueño. Y cuando llegan, no saben si están soñando con Morfeo o si Morfeo está soñando con ellos.
Lo llaman con muchos nombres, pero todos significan lo mismo: el que da forma al ensueño. A diferencia de su padre Hypnos, que trae el descanso, Morfeo modela el contenido de ese descanso. Es el escultor de lo invisible, el pintor de lo efímero.
Tiene alas negras, sí, como plumas de cuervo y humo. Pero no siempre las muestra. A veces camina como un hombre de rostro cambiante, con una mirada tan profunda que al mirarla puedes ver tu infancia, tus amores perdidos y los deseos que nunca te atreviste a nombrar. Sus ojos no brillan: relucen con lo que tú temes o anhelas soñar.
Habita una sala sin paredes, donde flotan cientos de puertas suspendidas en el aire, cada una abriendo a un sueño distinto: pesadillas, visiones proféticas, recuerdos reimaginados. Las cruza sin esfuerzo, como si cada mundo fuera un pensamiento que le pertenece.
No es cruel, pero tampoco del todo benigno. Como los sueños mismos, puede ser hermoso o aterrador, según lo que lleves dentro. Solo responde con sinceridad a quienes se atreven a mirar sin miedo lo que yace bajo su propia conciencia.
#desafíodivino #misiondiariaLunes
En los confines del mundo donde la vigilia se diluye, más allá del borde del pensamiento consciente, existe un reino donde las leyes del tiempo y la lógica se deshacen como tinta en el agua. Allí, entre cielos que respiran estrellas y ríos hechos de memorias olvidadas, reina Morfeo, el dios de los sueños.
No se camina hacia él. Se cae.
Los viajeros lo encuentran al cerrar los ojos, al rendirse al peso dulce del sueño. Y cuando llegan, no saben si están soñando con Morfeo o si Morfeo está soñando con ellos.
Lo llaman con muchos nombres, pero todos significan lo mismo: el que da forma al ensueño. A diferencia de su padre Hypnos, que trae el descanso, Morfeo modela el contenido de ese descanso. Es el escultor de lo invisible, el pintor de lo efímero.
Tiene alas negras, sí, como plumas de cuervo y humo. Pero no siempre las muestra. A veces camina como un hombre de rostro cambiante, con una mirada tan profunda que al mirarla puedes ver tu infancia, tus amores perdidos y los deseos que nunca te atreviste a nombrar. Sus ojos no brillan: relucen con lo que tú temes o anhelas soñar.
Habita una sala sin paredes, donde flotan cientos de puertas suspendidas en el aire, cada una abriendo a un sueño distinto: pesadillas, visiones proféticas, recuerdos reimaginados. Las cruza sin esfuerzo, como si cada mundo fuera un pensamiento que le pertenece.
No es cruel, pero tampoco del todo benigno. Como los sueños mismos, puede ser hermoso o aterrador, según lo que lleves dentro. Solo responde con sinceridad a quienes se atreven a mirar sin miedo lo que yace bajo su propia conciencia.



