Un nuevo amanecer
𝐸𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠, 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑒𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜𝑠 (...)
La tenue iluminación limpiaba las sombras en medio de una lucha encarnizada por descubrir el velo y dispersar los aletargados rastros nocturnos que se resistían. La oscuridad se derretía como cera ante la imponente señal de un nuevo amanecer, y la fachada del castillo Albescu, ahora pronunciado hogar de la señorita Black y demás señoritas y sus infortunios, no era inmune a sus efectos. Los pináculos se descubrían erguidos y amenazantes, así como las abundantes ventanas y los caminos adoquinados donde hierbajos mustios se abrían paso entre sus intersticios. El bosque circundante padecía de la misma languidez que los hierbajos como resultado de las copiosas lluvias que afectaban la zona, y se adhería al castillo con pinceladas tenebristas.
En este escenario de nubosidad fébril y errante se desarrollaba el acto. Una joven mujer, de piel marmórea repetía con la misma cadencia la frase silenciosa mientras caminaba, pues solo resonaba en la profundidad de sus pensamientos como un eco cavernoso. Entre sus dedos deslizaba las cuentas de madera y sus labios se movían. Era una mañana convulsa, las jovenes se dedicaban a limpiar los ornamentos de las mesas de caoba, a sacudir el polvo de las estanterías o a cazar los enredos de seda que dejaban esas pequeñas visitantes inoportunas. Solo detenían su actividad cuando veían el rostro resplandeciente de la mujer. "Buenos días, señorita Black" decían al unísono mientras inclinaban la cabeza. La mujer detenía su mantra y con una sonrisa respondía: buenos días, niñas.
La noche anterior había organizado las comitivas con sus respectivas tareas que iban desde el embellecimiento del jardín y recolección de flores hasta la práctica con instrumentos para entretener a su invitada. Pero la mujer, con su vestimenta sobria acariciando el empedrado, descendía con paso firme a las profundidades del castillo. Su alargada figura era alumbrada por el súbito tilitar de los candelabros en su descenso por las escaleras. Los destellos ocasionales dieron paso a la oscuridad absoluta. Las columnas, como solemnes vigilantes pétreos se alzaban a los lados de la puerta sellada. La mujer se acercó, las cuentas aún deslizándose entre sus dedos, y observó el relieve de la cruz dibujada en la puerta. En ese momento, el eco le devolvió los recuerdos de sus palabras.
"Es una visita de suma importancia, por lo tanto, demuestren su educación e inteligencia. Den las respuestas correctas y solo cuando sea necesario. No es necesario que se presente ante mí, no deseo conocerla, actúen según lo planeado. No teman, todo estará bien, mis niñas".
La joven acercó su mano a la puerta hasta sentir el vigoroso calor y cerró los ojos. Luego de esto, arrastró la desvencijada y robusta estantería hasta cubrir la puerta por completo.
𝐸𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠, 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑒𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜𝑠; 𝑛𝑜 𝑑𝑒𝑗𝑒𝑛 𝑎 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑧 𝑣𝑒𝑟 𝑚𝑖𝑠 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜𝑠 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜𝑠 𝑦 𝑝𝑟𝑜𝑓𝑢𝑛𝑑𝑜𝑠.
La tenue iluminación limpiaba las sombras en medio de una lucha encarnizada por descubrir el velo y dispersar los aletargados rastros nocturnos que se resistían. La oscuridad se derretía como cera ante la imponente señal de un nuevo amanecer, y la fachada del castillo Albescu, ahora pronunciado hogar de la señorita Black y demás señoritas y sus infortunios, no era inmune a sus efectos. Los pináculos se descubrían erguidos y amenazantes, así como las abundantes ventanas y los caminos adoquinados donde hierbajos mustios se abrían paso entre sus intersticios. El bosque circundante padecía de la misma languidez que los hierbajos como resultado de las copiosas lluvias que afectaban la zona, y se adhería al castillo con pinceladas tenebristas.
En este escenario de nubosidad fébril y errante se desarrollaba el acto. Una joven mujer, de piel marmórea repetía con la misma cadencia la frase silenciosa mientras caminaba, pues solo resonaba en la profundidad de sus pensamientos como un eco cavernoso. Entre sus dedos deslizaba las cuentas de madera y sus labios se movían. Era una mañana convulsa, las jovenes se dedicaban a limpiar los ornamentos de las mesas de caoba, a sacudir el polvo de las estanterías o a cazar los enredos de seda que dejaban esas pequeñas visitantes inoportunas. Solo detenían su actividad cuando veían el rostro resplandeciente de la mujer. "Buenos días, señorita Black" decían al unísono mientras inclinaban la cabeza. La mujer detenía su mantra y con una sonrisa respondía: buenos días, niñas.
La noche anterior había organizado las comitivas con sus respectivas tareas que iban desde el embellecimiento del jardín y recolección de flores hasta la práctica con instrumentos para entretener a su invitada. Pero la mujer, con su vestimenta sobria acariciando el empedrado, descendía con paso firme a las profundidades del castillo. Su alargada figura era alumbrada por el súbito tilitar de los candelabros en su descenso por las escaleras. Los destellos ocasionales dieron paso a la oscuridad absoluta. Las columnas, como solemnes vigilantes pétreos se alzaban a los lados de la puerta sellada. La mujer se acercó, las cuentas aún deslizándose entre sus dedos, y observó el relieve de la cruz dibujada en la puerta. En ese momento, el eco le devolvió los recuerdos de sus palabras.
"Es una visita de suma importancia, por lo tanto, demuestren su educación e inteligencia. Den las respuestas correctas y solo cuando sea necesario. No es necesario que se presente ante mí, no deseo conocerla, actúen según lo planeado. No teman, todo estará bien, mis niñas".
La joven acercó su mano a la puerta hasta sentir el vigoroso calor y cerró los ojos. Luego de esto, arrastró la desvencijada y robusta estantería hasta cubrir la puerta por completo.
𝐸𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠, 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑒𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜𝑠; 𝑛𝑜 𝑑𝑒𝑗𝑒𝑛 𝑎 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑧 𝑣𝑒𝑟 𝑚𝑖𝑠 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜𝑠 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜𝑠 𝑦 𝑝𝑟𝑜𝑓𝑢𝑛𝑑𝑜𝑠.
𝐸𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠, 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑒𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜𝑠 (...)
La tenue iluminación limpiaba las sombras en medio de una lucha encarnizada por descubrir el velo y dispersar los aletargados rastros nocturnos que se resistían. La oscuridad se derretía como cera ante la imponente señal de un nuevo amanecer, y la fachada del castillo Albescu, ahora pronunciado hogar de la señorita Black y demás señoritas y sus infortunios, no era inmune a sus efectos. Los pináculos se descubrían erguidos y amenazantes, así como las abundantes ventanas y los caminos adoquinados donde hierbajos mustios se abrían paso entre sus intersticios. El bosque circundante padecía de la misma languidez que los hierbajos como resultado de las copiosas lluvias que afectaban la zona, y se adhería al castillo con pinceladas tenebristas.
En este escenario de nubosidad fébril y errante se desarrollaba el acto. Una joven mujer, de piel marmórea repetía con la misma cadencia la frase silenciosa mientras caminaba, pues solo resonaba en la profundidad de sus pensamientos como un eco cavernoso. Entre sus dedos deslizaba las cuentas de madera y sus labios se movían. Era una mañana convulsa, las jovenes se dedicaban a limpiar los ornamentos de las mesas de caoba, a sacudir el polvo de las estanterías o a cazar los enredos de seda que dejaban esas pequeñas visitantes inoportunas. Solo detenían su actividad cuando veían el rostro resplandeciente de la mujer. "Buenos días, señorita Black" decían al unísono mientras inclinaban la cabeza. La mujer detenía su mantra y con una sonrisa respondía: buenos días, niñas.
La noche anterior había organizado las comitivas con sus respectivas tareas que iban desde el embellecimiento del jardín y recolección de flores hasta la práctica con instrumentos para entretener a su invitada. Pero la mujer, con su vestimenta sobria acariciando el empedrado, descendía con paso firme a las profundidades del castillo. Su alargada figura era alumbrada por el súbito tilitar de los candelabros en su descenso por las escaleras. Los destellos ocasionales dieron paso a la oscuridad absoluta. Las columnas, como solemnes vigilantes pétreos se alzaban a los lados de la puerta sellada. La mujer se acercó, las cuentas aún deslizándose entre sus dedos, y observó el relieve de la cruz dibujada en la puerta. En ese momento, el eco le devolvió los recuerdos de sus palabras.
"Es una visita de suma importancia, por lo tanto, demuestren su educación e inteligencia. Den las respuestas correctas y solo cuando sea necesario. No es necesario que se presente ante mí, no deseo conocerla, actúen según lo planeado. No teman, todo estará bien, mis niñas".
La joven acercó su mano a la puerta hasta sentir el vigoroso calor y cerró los ojos. Luego de esto, arrastró la desvencijada y robusta estantería hasta cubrir la puerta por completo.
𝐸𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠, 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡𝑒𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜𝑠; 𝑛𝑜 𝑑𝑒𝑗𝑒𝑛 𝑎 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑧 𝑣𝑒𝑟 𝑚𝑖𝑠 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜𝑠 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜𝑠 𝑦 𝑝𝑟𝑜𝑓𝑢𝑛𝑑𝑜𝑠.
Tipo
Grupal
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