—Monorrol.—
Aquella tarde sintió una presión en el pecho. Sabía el motivo: hacía demasiado tiempo que no volvía a sus orígenes y lo echaba de menos.
Necesitaba asaltar un campamento de bandidos, patearles el culo y quedarse con todos los tesoros que hubieran robado a personas inocentes. Ya sabes lo que dicen, "quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón".
Además, necesitaban dinero. Ya no solo para pagar sus últimos días en la posada de Valle Sereno, sino también para emprender sus viajes en solitario.
Por supuesto, ella compartiría una parte del botín que robara a los bandidos con sus compañeros, pero se quedaría con una pequeña, o no tan pequeña, comisión por las molestias. ¿Es lo justo, no? Bueno, sigamos.
Pero había un problema...
"¿Donde puñetas encuentro yo ahora un campamento de bandidos?" pensó para sus adentros mientras caminaba de un lado a otro en su habitación de la posada.
Por supuesto, los campamentos de bandidos solían encontrarse en los bosques y Valle Sereno no es que no estuviera rodeado de una densa y opaca vegetación, pero buscar un campamento de bandidos en el inmenso bosque que rodeaba Valle Sereno, sería como buscar una aguja en un pajar.
Así pues... no le quedaba otra opción que deambular por los lugares más pobres y conflictivos de Valle Sereno.
Ya avanzada la noche, Reena deambulaba por un barrio de la periferia de Valle Sereno. Llevaba una capa negra y una capucha cubriéndole la cabeza.
Su poco desarrollada figura le hacía parecer un adolescente o quizá un hombre debilucho, pero en un lugar como ese era mejor eso que parecer una mujer.
Hacía unos días que le había pedido a Gaudy que la acompañara. Por supuesto, caminar por aquellas calles junto a un tipo de casi dos metros de altura, musculoso y con una gran espada, te da una gran seguridad. Pero ¿sabes qué? ¡Gaudy le había dicho que no y la había echado de la habitación! En fin...
Después de caminar abriéndose paso entre borrachos y maleantes, y de pasar por delante de numerosas tabernas y burdeles, se metió dentro de una taberna.
Cuando abrió la puerta la recibió un aire cargado del olor a tabaco, a diferentes alcoholes rancios y a sudor. No era el lugar más agradable.
❝¡Ugh!❞
Abriéndose paso entre la multitud allí congregada se deslizó hacia el interior y se sentó en una mesa solitaria.
Pidió una cerveza. Cerveza que nunca llegó a probar después de comprobar que la jarra no brillaba por su limpieza.
Se mantuvo atenta a las conversaciones de la gente y, tras varios largos minutos en aquel lugar al fin obtuvo lo que quería: La ubicación de un campamento de bandidos.