Nombre del personaje: Arthur Caine

 

Especie: 

Híbirido de brujo y demonio

Edad:

 33 años

Fc: 

Julian Morris

Cumpleaños: 

13 de febrero

 


 

Personalidad

 

Por regla general Arthur es alguien sarcástico aunque divertido, puede adoptar una postura juguetona con facilidad. Le encanta bromear, todo el tiempo, e incluso hacer rabiar a aquellos que considera cercanos. Pero, en el fondo es atento, dulce y cariñoso, bromista como él solo, pero sobre todo apasionado y entregado. Es es una persona dicharachera, extrovertida y que no tiene problema alguno a la hora de socializar, a pesar de ser bastante tímido y sonrojarse con facilidad. Por regla general es bastante optimista, aunque en el fondo tiene sus miedos e inseguridades. También es bastante cabezón, cuando le entra algo en la cabeza es difícil hacerle cambiar de parecer.

 


 

Backstory

 

Hijo de una bruja y el mismísimo Astaroth, Arthur creció sin padre, pues este nunca se quedó para verlo nacer, ante la posibilidad de ponerlo en peligro a él, a la madre y a sí mismo. Aún así nunca le faltó de nada, tuvo una infancia plena. Tampoco le faltó una figura paterna, pues cuando era aún muy pequeño su madre encontró a un hombre maravilloso con el que se casó y este no dudó en hacer las veces de padre con el joven Arthur. Él, aunque humano, siempre supo de la naturaleza de su mujer y Arthur, incluso la naturaleza mestiza, cosa que nunca le importó. Al único al que realmente le importaba era al propio híbrido.

 

En el fondo siempre le dio miedo usar la magia, pues cuando lo hacía su naturaleza demoníaca acababa tomando el control, haciendo que su magia se descontrolase y que acabase liándola. Encontró la forma de calmar todo aquello mediante la escritura, un hobby que adoraba desde pequeño y que continúa adorando hoy por hoy. Tanto es así que pronto tuvo claro su sueño, el de ser escritor. Sin embargo esa empresa no es algo sencillo, así que mientras lo intentaba decidió echar un cable en la cafetería de su abuela, , un lugar completamente mágico. 

 

Y no era ninguna casualidad, los clientes eran todos criaturas sobrenaturales, humanos que conocían ese mundo o, rara vez, algún humano con un destino importante en necesidad de guía. Era un lugar de Santuario, en el que todo el mundo era bienvenido, donde olvidar un rato los pesares. La única regla era que las peleas y disputas estaban terminantemente prohibidas. Allí trabaja él, siendo el encargado de registrar a los clientes en aquel pacto de Santuario.