Hace unos doscientos años, decidí pasar una temporada por las hermosas islas de la Micronesia. El lugar era - y siguen siendo- impresionantes. Allí conocí al dios de los tatuajes, Wolfat. Me llamó la atención, la cantidad de tatuajes que cubría su cuerpo, le hacía muy sexy, eso lo reconozco. Al verme, empezamos a hablar y se sorprendió al ver a una diosa griega por aquellas tierras. Le conté mi historia y él la suya. Había creado los tatuajes y como a las mujeres les gustaban mucho, enseñó a los mortales a hacerlos. Y eso era verdad, sus tatuajes me gustaban. Fueron pasando los días y nos íbamos conociendo mejor, ya me entendeis. Pasamos muchas noches locas juntos, que al final acabe por enamorarme de él. Fue un gran error mío, pues mi instinto me decía que no lo hiciera y caí como una tonta. Me llegaron rumores que a Wolfat le gustaba tanto a las mujeres como un lápiz a un tonto. Me sentó muy mal y quería saber la verdad. Así que un día le dije que debía regresar a Grecia que volveria en tres días. Wolfat me creyó. Le hice creer que me marchaba, pero esa misma noche regresé de incógnito y lo pillé en la cama con otra. La pelea fue brutal. Despechada, comencé a tirarle objetos a la cabeza. Rabiosa, lloraba y mi vista se nublaba a causa de mi llanto. Me dijo las excusas de siempre, "tu vales más que ella", "perdoname" y un largo etcétera. No le di una oportunidad, porque sabía que me la volvería hacer de nuevo. No quería pasar por el mismo drama que mi tía Hera, así que me largue de allí. Frustrada y enfadada conmigo misma por caer en tal burda trampa, me aleje de allí y pasé una larga temporada en Escocia. Nuestra relación duro veinte días. Durante largo tiempo, me hice a la idea que jamás me enamoraría de nadie, y más si tenía que pasar por un engaño así. Pero las Moiras me tenían reservado algo maravilloso, que ya os contaré en otra ocasión.