Desde hace ya algún tiempo, siento que algo se está deshilando entre Winter y yo.

No es una ruptura visible, ni un desencuentro repentino. Es algo más sutil: una desconexión silenciosa que aparece entre los días, entre los mensajes, entre los silencios que antes no pesaban.

Vivimos en lugares distintos, y nuestras agendas rara vez coinciden. Aun así, pongo todo de mi parte cada vez que la tengo cerca: mi atención, mi ternura, mis palabras. Intento que sienta lo mucho que la amo, lo presente que estoy, incluso cuando no puedo estar físicamente.

Pero últimamente… siento que no siempre recibo lo mismo.

A veces me falta su cariño, sus gestos, ese cuidado que antes me hacía sentir importante.

No la culpo. La distancia cansa incluso al amor más firme.

Pero no puedo negar lo que siento.

Hay una parte de mí que empieza a confundirse.

He notado una conexión nueva, diferente, no física, sino intelectual, emocional, espiritual  con otra persona. No sé qué significa aún, ni quiero interpretarlo como algo más de lo que es.

Solo sé que me hace pensar, que me inspira, que despierta algo en mí que creía dormido.

No quiero hacer daño. Ni a Winter, ni a nadie.

Por eso estoy aquí, en la antigua casa de mis padres, buscando silencio y claridad.

El hanok está lleno de calma. El aire huele a madera, a lluvia, a tiempo detenido.

Y en esa quietud intento entender qué siento de verdad y qué camino debo tomar.

No estoy huyendo. Estoy respirando.

Estoy aprendiendo a escuchar lo que queda cuando el ruido se apaga.

Y aunque no tengo respuestas todavía, sé que no decidiré desde la confusión ni desde el miedo.

Solo deseo hacer lo correcto, con amor, con respeto y con verdad.

Porque cuando el corazón duda, lo más valiente no es correr…

sino detenerse a escuchar lo que realmente quiere decir.