La noche se alzaba como un manto infinito sobre la tierra, y en medio de la bruma que cubría los bosques y ciudades, una figura caminaba con la solemnidad de quien ha visto siglos pasar. Su cabello, pelinegro con reflejos violetas que brillaban tenuemente bajo la luz de la luna, caía sobre sus hombros con la gravedad de un río oscuro y silencioso. Sus ojos plateados, salpicados de matices dorados, irradiaban poder, tristeza y autoridad; no había criatura, mortal o sobrenatural, que no sintiera el peso de su mirada.

Él era Caelis Veyrith, El Vigía Caído, un ser nacido de la fusión entre la pureza celestial y la fuerza demoníaca. Su existencia era un puente entre mundos: ni completamente luz, ni completamente sombra, sino el equilibrio perfecto de ambos. Su linaje estaba marcado por el poder y la responsabilidad: padre de Seren Raphael Veyrith y Lucian Seraphael Veyrith, tío de Viktor, Lysander y Noah, y hermano de Yurei. Cada uno de sus pasos, cada gesto, era un recordatorio silencioso del peso de la historia que llevaba consigo.

La tragedia había marcado su vida de manera imborrable. Su esposa, mortal y luminosa, había sido asesinada por los dioses, temerosos del amor y poder que había compartido con él. Caelis solo pudo presenciar su caída; su corazón se rompió, y la pérdida dejó cicatrices profundas que ni el tiempo ni el poder podían sanar. Sin embargo, aquel dolor lo transformó: decidió no permitir que nadie más de su linaje sufriera.

Así, descendió al mundo humano, dejando atrás parcialmente los dominios celestiales y demoníacos. Allí, entre ciudades bañadas por la lluvia y sombras interminables, buscó refugio, no solo para proteger a sus hijos, sino también para vivir junto a ellos y enseñarles a dominar sus habilidades y comprender el poder que corría por su sangre. La autoridad y solemnidad que emanaba imponían respeto, pero también ofrecían consuelo a quienes él amaba.

Durante una noche de tormenta, mientras el cielo se desgarraba con relámpagos y la lluvia golpeaba con fuerza, Caelis encontró compañía inesperada: un humano común que, sorprendido por la presencia de aquel ser sobrenatural, no huyó, sino que le ofreció calor y comprensión. Esa conexión inesperada se convirtió en un vínculo silencioso pero profundo. Aquel humano no reemplazaba a su esposa, pero le recordaba que aún podía amar, sentir y vivir, y que no estaba condenado a la soledad.

Con Seren y Lucian, Caelis era guía y protector absoluto. Seren encontraba en él la sabiduría y el control que necesitaba para crecer; Lucian, la fuerza que lo mantenía seguro y preparado ante un mundo cruel. Sus sobrinos —Viktor, Lysander y Noah— veían en él un mentor firme y justo, alguien cuya autoridad nunca se discutía, pero cuya protección era inquebrantable. Con Yurei, su hermana, compartía secretos, estrategias y recuerdos antiguos, reforzando un vínculo que solo los lazos de sangre y confianza podían sostener.

Caelis era la encarnación de la dualidad: podía ser cálido y cercano con su familia, y a la vez imponente y temible frente a quienes amenazaban su linaje. Su dominio de la energía celestial y demoníaca le permitía manipular la luz y las sombras, crear barreras impenetrables, y anticipar los movimientos de cualquiera que osara desafiarlo. Incluso el tiempo parecía doblarse a su voluntad en momentos críticos, otorgándole ventaja frente a enemigos que pensaban poder enfrentarlo.

Pero bajo toda esa fuerza y majestuosidad, seguía latiendo el recuerdo de su esposa. Cada luna llena, cada tormenta, cada rayo de luz que caía sobre la tierra le recordaba lo que había perdido y lo que aún debía proteger. Su decisión de bajar al mundo humano no solo significaba vigilancia; significaba amor activo, estar cerca de quienes aún podían sentir su protección y enseñanzas. Y la presencia de aquel humano que conoció durante la tormenta le recordaba que, incluso tras la pérdida más profunda, el corazón podía seguir abierto, y la vida continuar con nuevas conexiones.

Caelis Veyrith, El Vigía Caído, caminaba entre los mundos, entre la luz y la sombra, entre la tragedia y la esperanza. Era patriarca, guardián, mentor y protector; un ser cuya existencia recordaba a todos que el poder verdadero no reside solo en la fuerza, sino en la lealtad, el amor y la capacidad de levantarse tras la pérdida más devastadora.