Thanatos existía en el borde del todo, en el último suspiro, en el silencio que sigue a una despedida. Nunca había titubeado. Su propósito era claro, inmutable, inexorable. Como la marea que se retira y nunca pregunta si debe volver, él cumplía su destino sin vacilar.
Hasta que la duda se filtró en su esencia como una grieta en el mármol eterno.
No fue un único instante, ni una sola mirada. Fue el peso de todas las vidas que se aferraban a la luz, la fuerza con la que luchaban, las súplicas que no nacían de miedo, sino de amor. Thanatos observó aquellos que se despedían con lágrimas, los que se aferraban a un último abrazo como si de él dependiera el equilibrio del universo.
No entendía.
La muerte era un hecho. Un destino. Un cierre inevitable. Y sin embargo, ellos—los mortales—se negaban a aceptarlo sin resistencia. Existía en ellos algo más poderoso que su propia llegada: la voluntad de vivir.
¿Era entonces un adversario? ¿Era una sombra que debía ser temida? ¿Era realmente el fin… o solo el paso hacia algo que jamás comprendería?
Las preguntas se hicieron ecos dentro de él, repitiéndose en los pasillos interminables de su mente. Si la muerte podía cuestionarse, si su propósito podía agrietarse, entonces ¿qué quedaba?
Y lo sintió por primera vez.
Algo parecido a angustia.
Él, Thanatos, que nunca había conocido el miedo ni el dolor, sintió el peso de la incertidumbre sobre su ser. No porque dudara de su existencia, sino porque por primera vez comprendía el significado de lo que dejaba atrás.
Las risas apagadas. Los sueños truncados. Los amores que jamás podrían ser vividos plenamente.
Nunca antes había pensado en lo que sucedía antes de su llegada. Solo en lo que ocurría después. Pero ahora lo veía… lo sentía.
¿Qué era, entonces? ¿Un guardián de un ciclo necesario o el verdugo de lo que jamás debería terminar?
Se detuvo en medio de la eternidad. La sombra y la luz se mezclaban en él, en un torbellino sin respuesta.
Thanatos, el eterno, el inflexible, el que nunca duda, cerró los ojos y escuchó el susurro que venía desde el rincón más profundo de su existencia.
Quizás, solo quizás…
La muerte no era el final.
Quizás él mismo, Thanatos, aún tenía algo por descubrir.