Vacío del Eco, cámara sumergida entre el Tártaro y el Éstix. Arma: Varatha – lanza de eco largo, alma templada. Oponente: Megara, ejecutora del dolor disciplinado.
El Vacío del Eco era un anfiteatro natural, sin luz ni sombras. Solo una neblina perpetua que engullía sonidos y pensamientos a medias. Aquí, incluso los suspiros se perdían. Era el lugar ideal para luchar con el pasado sin que este gritara.
No pidió este encuentro. Solo se presentó, como una verdad inevitable. El suelo crujía bajo sus pasos mientras sostenía a Varatha en una sola mano, la hoja apuntando al suelo con serenidad. No había fuego en sus ojos. Solo enfoque. Solo exactitud.
Megara lo esperaba en el centro. No se cruzaron palabras. No hacían falta. Todo ya había sido dicho. Todo lo que una vez ardió, ahora era ceniza enterrada bajo capas de determinación.
Él se inclinó brevemente, un gesto neutral. Respirable. Ni desprecio, ni honra. Solo respeto al arte de pelear.
Megara asintió. Ella tampoco sonreía. No era necesario.
El combate comenzó.
Esta vez, Varatha no fue una extensión de emociones. Fue herramienta de precisión quirúrgica. Cada movimiento tenía control: su respiración era exacta, su pulso uniforme. Llevaba el ritmo de una sentencia, no de un duelo personal.
Megara lo atacó con todo lo que aún la hacía implacable: velocidad, agresividad, instinto. Pero nada rompía el flujo del príncipe. Cada latigazo era anticipado, desviado, redirigido. Su lanza ya no se agitaba por nervios. Danzaba sin peso, sin recuerdos adheridos.
Un giro de Varatha la empujó hacia el borde de la cámara, sus pies resbalando apenas en la piedra húmeda. Ella gruñó, pero ya no había provocación en sus ojos. Solo análisis. Medía al nuevo príncipe. El que no hablaba. El que no dudaba. El que no sangraba por dentro.
Él acortó la distancia. Un solo giro, un barrido ascendente, y el mango de Varatha golpeó la muñeca de Megara. Su látigo cayó. No hubo grito. Solo el eco seco del cuero tocando la piedra.
Podía haber terminado allí. Podía haber apuntado la hoja al cuello, como tantas veces en sus sueños no cumplidos. Pero no lo hizo.
Retrocedió.
Le dio la espalda. Expresamente.
Ella no se movió.
—¿Por qué no terminas? —preguntó Megara, sin elevar la voz.
Él se detuvo, mirando hacia el vacío sin horizonte. Su voz fue tan neutra como el paisaje.
—Porque ya no hay nada que terminar.
Megara no respondió. Solo se inclinó hacia su látigo, lo recogió y se mantuvo en pie. Herida, sí. Vencida, también. Pero no humillada. Porque él no la miraba con rencor. Ni con nostalgia. Ni con pena.
Se giró hacia ella una última vez. No para mirarla. Solo para cerrar el ciclo.
—Gracias por todo. Por enseñarme a caer. Y a levantarme sin ti.
Megara se mantuvo quieta. No lo detuvo. No lo siguió.
Él se fue caminando. No huyendo. No marchándose con tristeza. Solo caminando hacia la siguiente cámara. Hacia el próximo propósito. Con Varatha limpia. Con el pecho ligero.
«Resultado: Victoria limpia. Corte definitivo del vínculo emocional. La lanza responde cuando yo respondo con mi centro. No peleé contra Meg. Peleé junto a Varatha. Peleé por mí. El pasado ya no tiene peso. La herida cicatrizó. Ya no duele. Solo existe como un eco que ya no contesto.»pensó.
Estado: Calma absoluta. Estabilidad. Cierre. Conclusión: No es orgullo. No es olvido. Es libertad.