Mags nació en el Distrito 4 durante una noche de tormenta, cuando el mar azotaba con furia las costas y los más ancianos del puerto dijeron que “Ella estaba despierta”. Su cuna fue un bote de pesca y aprendió a nadar antes de caminar, a lanzar redes antes que atarse los cordones. Como los niños y niñas del distrito, creció entre sal, viento y cicatrices.
Era apenas una niña cuando la rebelión contra el Capitolio comenzó. Su padre, un reconocido líder rebelde, murió ejecutado por defender a una niña falsamente acusada de esconder armas. Su familia entera era parte de la resistencia: padres, tíos, seis primos y dos hermanos. Algunos alzaban la voz; otros, como su madre, preferían el susurro y las señales. Pero todos luchaban.
Cuando los Juegos del Hambre fueron instaurados, Mags vio cómo las criaturas del Capitolio tomaban forma. Y cuando llegó el sorteo, no dudó: se ofreció voluntaria para reemplazar a una niña de doce años. Fue así que conoció a Airon Barke, su compañero tributo, con quien formó un lazo inquebrantable. En la arena —una ciudad sumergida, devorada por la guerra— aprendieron a cazar juntos. Siete tributos cayeron por sus redes, como si fueran peces. Pero en el final, fue Airon quien eligió morir, regalándole la victoria. Mags lo despidió con el ritual de los antiguos: su cuerpo envuelto en redes viejas, ardiendo bajo las estrellas.
Después vinieron las cámaras, las fiestas, los vestidos cosidos con perlas falsas. Fue la primera en vivir el Tour de la Victoria, pero para ella nada de eso significaba triunfo. El presidente Ravinstill la tomó como su favorita, obligándola a asistir a sus habitaciones privadas, destruyéndola desde adentro. La niña del mar se convirtió en una muñeca de cristal rota, pero aún brillando con furia.
Se casó a sus veinte años, dándose una pequeña oportunidad para amar, pero fue en vano porque lo mataron a los dos meses, Ravinstill solía decir que era demasiado valiosa para compartirla.
Entonces Snow comenzó a venderla también, hasta que fue demasiado vieja, y ya no servía. Tributos más jóvenes, más hermosos caían una y otra vez en sus garras.
Desde el año siguiente a su victoria, Mags rogó hasta que le permitieron convertirse en mentora. No solo para su distrito, sino para todos aquellos sin guía. Entrenó a quince vencedores. Impulsó que el Distrito 4 fuera considerado profesional, pero siempre les enseñó la verdad: “No hay gloria. Solo máscaras. Y si un pacificador entra en la arena… es un pacificador menos.”
Nunca se rindió. En silencio, crió generaciones de tributos como una madre salada. Y cuando la rebelión volvió a surgir, se convirtió en símbolo. Mags no era solo una vencedora: era la memoria del mar, la leyenda que susurra que el agua no olvida.