Lenore Dove había hecho un pequeño nido frente al viejo televisor que poseían sus tíos, los colores apenas funcionaban, pero servía para lo que necesitaba, tener al menos un destello de Hyamitch y los otros tributos, cualquier noticia que pudiera obtener era un poco de paz que recibía su corazón.
Esa noche hablarían de los puntajes de cada tributo, y se encontraba tirada en el suelo, con la cabeza apoyada en una almohada que se trajo de su alcoba y envuelta en una vieja manta de colores que era de una de sus tías abuelas. Su corazón latía con fuerza, y tenía las manos en su pecho como si aquello fuera a calmar sus nervios, no sabía cuánto llevaba sin pestañear.
Con disgusto observó cada nombre que aparecía, eran todos de su edad, eran todos niños, más chicos incluso. Los estaban enumerando, clasificando ¿Para saber quién eran más letales?
Y entonces apareció su nombre: ‘Haymitch Abernathy”
Uno.
El silencio se tragó la habitación como en una helada, apoyó sus manos en el suelo y gateo hasta la televisión para observar mejor. Dejando la manta detrás de si.
─ ¿Uno? ─ susurró incrédula, luego más fuerte ─ ¿Uno?
Golpeó el piso con el puño cerrado, sintiendo el dolor en el choque. Las lágrimas subieron sin permiso, ardientes, rabiosas. No por pena, era rabia.
─ ¡Malditos cobardes! ─ Gritó, no la iban a oír porque vivían en el bosque, pero tampoco le importaba si oían ─ ¡Eso es porque no lo pueden doblegar! ─
Con asco observaba cómo volvían a pasar los números de nuevo, y se movió hacia atrás, abrazándose a sus rodillas.
Haymitch era terco, brillante e imposible, pero también era su Haymitch. Su hogar, junto a sus tíos, Clerk Carmine y Tam Amber. Si algo le pasaba a algunos de ellos tres, su alma también iba a morir.
Se quedó así, hecha un ovillo mientras escuchaba a Caesar Flickerman reírse de los tributos, como si no fueran personas reales. Cómo las vidas de esos niños no importaran.
Lenore Dove cerró los ojos, por un momento creyó escuchar la risa de Haymitch entre los árboles, la forma en que siempre lograba esquivar las reglas de su tío, de su simpleza, de su sinceridad. Era brusco y a veces insoportable, pero ella sabía que debajo de toda esa fachada, el corazón su corazón ardía como el suyo.
Se obligó a abrir los ojos.
─ No van a ganarte, ─ Dijo resolutiva ─ Y no van a quebrarnos ─ Tenía que hacer algo.
La mañana siguiente amaneció gris, como si el cielo también estuviera de luto. Cómo siempre, hizo el desayuno para ella y sus tíos, y dejó una nota que no se preocupen que estaría bien.
Había oído historias de cuando la bandada era libre, y Lenore Dove siempre había soñado con eso, la libertad de irse o quedarse en el distrito, y cuando fueran libres ¿Haymitch recorrería Panem con ella? Esperaba que si.
Se vistió con su vestido de colores favoritos, tenía naranja y llamaba la atención, Dejó su cabello libre sobre su cabeza y tomó la vieja guitarra de Tam Amber, y caminó a la plaza principal, donde aún no habían quitado el escenario del día de la cosecha y sin dudarlo se subió.
El lugar estaba lleno, la gente que iba a trabajar, sus compañeros que iban a la escuela, estaban acostumbrados a ella, a los arranques que solía tener porque Lenore Dove siempre hablaba lo que había en su mente, aún si fuera gritar, aún si fuera hacer algo tan peligroso.
Entonces cantó.
Are you, are you / coming to the tree
La melodía atravesó la mañana como una grieta en el silencio. La gente detuvo sus pasos, primero confundidos y luego asustados. Era una de las tantas canciones prohibidas por el Capitolio y todos sabían que tan peligroso era.
"Strange things did happen here / No stranger would it be…”
Los pacificadores no tardaron en acercarse. Dos agentes se acercaron con sus porras listas y sus rostros serios, ya la conocían porque no era pa primera vez que la detenían. Lenore Dove no se detuvo, de hecho, empezó a cantar aún más fuerte.
"...if we met at midnight / in the hanging tree.”
Cuando el primer agente llegó, no dudó en darle una bofetada que la hizo caer con fuerza al suelo, pero no dejó de cantar, nunca dejaría de cantar.
Le sangraba la boca, pero aún así, con la voz rota y los labios hinchados se aferró al último verso como si su vida dependiera de eso.
─”In the Hanging tree”─ Susurró apenas audible, cuando la arrastraron por el suelo como si fuera nada, pero ella no era nada. Clerk Carmine siempre decía: 'Ella es fuego. Es testigo. Es memoria viva"
Pataleo y peleó hasta que la dejaron tirada en una celda, fría, húmeda y oscura, pero no era suficiente para doblegarla, sabía que si se mantenía fuerte, que si sentía mucho, Haymitch podría escuchar su corazón en el capitolio y sabría que no estaba solos