La taza de té acompañada de galletas azucaradas, de mantequilla, chocolate y algunas menos queridas que tenían pequeñas pasas, aunque no entendía del todo porque estaba ahí. Fue tan pasajero que decidió ignorarlo por completo e ir a la mesita junto a su cama y sacar una pequeña libreta rojiza con un aspecto tan común como cualquier otra, pero tan personal que nadie que no supiera el hechizo correcto podía mirar.
Su contenido era un misterio para todo aquel que quisiera saber, pero siempre que la tenía en manos parecía estar repleta de todo lo que a ella le gustaba; quizás eran sus momentos preferido, un bloc de arte, un diario o cualquier cosa que siempre alegraba sus tardes al tenerlo delante.
En una ocasión una de las chicas del dormitorio de quien olvido completamente el nombre y rostro, no por indiferencia hacia esa persona, más bien era por ser algo tan menor que no podía molestarse por su curiosidad, creyó que era una clase de truco, así que abrió la mesita y husmeo entre las hojas de la pequeña libreta, usando todos los hechizos que conocía para intentar revelarlo. No podía negar que fue divertido ver su pequeño salto al oír sus pasos al acercarse, se disculpó tantas veces que le había provocado un poco de pena, pero no podía entender el afán por saber que había dentro; un misterio sin duda que parecía merecer tanta atención del resto.
Quizás si supieran los decepcionaría aún más, algunos la consideraban extraña, tal como su hermana Petunia había dicho al mirarla hacer un poco de magia sencilla en casa “Otra vez estás haciendo esas cosas extrañas” Aunque mamá y papá siempre miraban asombrados cualquier cosa, por pequeña o grande que fuera. Le hacían pensar que posiblemente lo era y solo lo ignoraba, talvez simplemente no eran afines con ella y sus pasatiempos por lo que eran hirientes con lo diferente. Aunque eso le hacía recordar a Severus y el momento en que lo conoció, tan misterioso, tan comprensivo, tan amable, sin duda era una completa pena que hubiera cambiado tanto en, lo que parecía, tan poco tiempo y peor aún la forma en la que las cosas terminaron entre ellos dos. Pero meramente trataba de no pensar en ello y continuar con sus actividades de rutina, firme ante su decisión y siempre consiente de sus palabras ‘El eligió su lado, yo elegí mío’.
Se acomodó en una parte de la cama acompañada de una pequeña taza de té y las galletas que estaban, en esta ocasión, bien separadas de las nada agradables pasas, en un intento por mantener la fuente de inspiración que provenía, en su totalidad, del día a día y que siempre disfrutaba de plasmar como un recuerdo de sus momentos favoritos para que cada cosa dentro de la libreta fuera especial, si algún día alguien lo viera, conocería en su totalidad su honesto y brillante corazón, como algunos solían referirse, junto con algunas esperanzas, sueños y quizás, sus deseos más profundos escondidos bajo las dulces palabras, las dulces pequeñas cosas.