Expediente 001: "Leñadores".
Parte IV.
No eran una ni dos, ni doce ni veinte, sino cientos las arañas que se escondían en un ambiente tan reducido que parecía imposible la forma en que no dejaban de aparecer.
El equipo no tuvo tiempo de ubicar las pequeñas guaridas ocultas en la oscuridad por donde asomaban una tras otra las criaturas arácnidas. Embravecidas y coléricas, no tenían miedo de las llamas ni al hielo que parecían ser incapaces de penetrar su cuerpo, tampoco a las cuchillas que sí podían encontrar sitios débiles entre sus carnes, ni a los disparos críticos, ni a nada de a lo que se enfrentaban. Sus colmillos avanzaban sin parar pese a perder una o seis patas, ojos o abdomen, poseídas por el instinto salvaje y la desesperación de proteger su nido. Eran cientos de madres defendiendo a su prole.
El líder del equipo, un hombre rápido y certero con las armas de fuego, hizo notar su experiencia al llamar a la retirada en cuanto vio que las criaturas aparecían sin fin. Pero incluso en su celeridad fue ya demasiado tarde, estaban rodeados y la única salida que conocían estaban bloqueada. Todo sucedió demasiado rápido. El líder fue mordido y eso fue lo que selló su final, el efecto del veneno reveló cómo fue que el pueblo acabó reducido a restos tan rápidamente, paralizando al hombre en su sitio y exponiéndolo a merced de las arañas. No tardó ni un minuto en perder hasta la última gota de sangre de su cuerpo succionada por las bestias.
No faltó el que cayó presa del pánico, tampoco quien intentó hacerse el héroe o el que pecó de principiante. Todos los errores, por pequeños que fueran, durante esa terrible noche fueron fatales.
Pero había un miembro del equipo que era inmune a ese y a todos los venenos. Kalhi, mientras luchaba con fiereza, se vio ampliamente superada por la cantidad de arañas que le rodeaban. Ella sí pudo abrirse paso entre las criaturas ponzoñosas hasta la salida, aunque su plan no era huir ni era el de las arañas dejarle escapar.
Afuera, Kalhi pudo dejar libre toda la ira, toda la frustración, toda la impotencia que ya no era capaz de contener tras ver caer a cada uno de sus compañeros. Su cuerpo, cuya estatura estaba lejos de alcanzar los dos metros, creció entre crujidos hasta superar los tres metros de alto y el doble de largo, pues detrás de sí se extendía su robusta cola que, sacudiéndose de lado a lado, empujaba a las criaturas que intentaban clavar sus colmillos en su cola, perforando con dificultad las escamas tornasol. Sus cuatro brazos, dos armados con cuchillas y los otros dos con largas garras goteando veneno, repartían sin piedad cortes precisamente asestados, arañazos letales o agarres que resultaban en patas cercenadas, cabezas arrancadas de cuajo o profundas mordidas tóxicas.
Sus siseos amenazadores se mezclaban con los chillidos arácnidos en la oscuridad de la noche, sus ojos verdes brillaban de ira, sus fauces abiertas exhibían sus largos colmillos. Sus escamas oscuras, que en su momento reflejaban la luz de la luna, ya apenas se veían a través de la marea arácnida que empezaba a cubrirle de la cola a la cabeza.
🔥 Khan 🔥
Parte IV.
No eran una ni dos, ni doce ni veinte, sino cientos las arañas que se escondían en un ambiente tan reducido que parecía imposible la forma en que no dejaban de aparecer.
El equipo no tuvo tiempo de ubicar las pequeñas guaridas ocultas en la oscuridad por donde asomaban una tras otra las criaturas arácnidas. Embravecidas y coléricas, no tenían miedo de las llamas ni al hielo que parecían ser incapaces de penetrar su cuerpo, tampoco a las cuchillas que sí podían encontrar sitios débiles entre sus carnes, ni a los disparos críticos, ni a nada de a lo que se enfrentaban. Sus colmillos avanzaban sin parar pese a perder una o seis patas, ojos o abdomen, poseídas por el instinto salvaje y la desesperación de proteger su nido. Eran cientos de madres defendiendo a su prole.
El líder del equipo, un hombre rápido y certero con las armas de fuego, hizo notar su experiencia al llamar a la retirada en cuanto vio que las criaturas aparecían sin fin. Pero incluso en su celeridad fue ya demasiado tarde, estaban rodeados y la única salida que conocían estaban bloqueada. Todo sucedió demasiado rápido. El líder fue mordido y eso fue lo que selló su final, el efecto del veneno reveló cómo fue que el pueblo acabó reducido a restos tan rápidamente, paralizando al hombre en su sitio y exponiéndolo a merced de las arañas. No tardó ni un minuto en perder hasta la última gota de sangre de su cuerpo succionada por las bestias.
No faltó el que cayó presa del pánico, tampoco quien intentó hacerse el héroe o el que pecó de principiante. Todos los errores, por pequeños que fueran, durante esa terrible noche fueron fatales.
Pero había un miembro del equipo que era inmune a ese y a todos los venenos. Kalhi, mientras luchaba con fiereza, se vio ampliamente superada por la cantidad de arañas que le rodeaban. Ella sí pudo abrirse paso entre las criaturas ponzoñosas hasta la salida, aunque su plan no era huir ni era el de las arañas dejarle escapar.
Afuera, Kalhi pudo dejar libre toda la ira, toda la frustración, toda la impotencia que ya no era capaz de contener tras ver caer a cada uno de sus compañeros. Su cuerpo, cuya estatura estaba lejos de alcanzar los dos metros, creció entre crujidos hasta superar los tres metros de alto y el doble de largo, pues detrás de sí se extendía su robusta cola que, sacudiéndose de lado a lado, empujaba a las criaturas que intentaban clavar sus colmillos en su cola, perforando con dificultad las escamas tornasol. Sus cuatro brazos, dos armados con cuchillas y los otros dos con largas garras goteando veneno, repartían sin piedad cortes precisamente asestados, arañazos letales o agarres que resultaban en patas cercenadas, cabezas arrancadas de cuajo o profundas mordidas tóxicas.
Sus siseos amenazadores se mezclaban con los chillidos arácnidos en la oscuridad de la noche, sus ojos verdes brillaban de ira, sus fauces abiertas exhibían sus largos colmillos. Sus escamas oscuras, que en su momento reflejaban la luz de la luna, ya apenas se veían a través de la marea arácnida que empezaba a cubrirle de la cola a la cabeza.
🔥 Khan 🔥
Expediente 001: "Leñadores".
Parte IV.
No eran una ni dos, ni doce ni veinte, sino cientos las arañas que se escondían en un ambiente tan reducido que parecía imposible la forma en que no dejaban de aparecer.
El equipo no tuvo tiempo de ubicar las pequeñas guaridas ocultas en la oscuridad por donde asomaban una tras otra las criaturas arácnidas. Embravecidas y coléricas, no tenían miedo de las llamas ni al hielo que parecían ser incapaces de penetrar su cuerpo, tampoco a las cuchillas que sí podían encontrar sitios débiles entre sus carnes, ni a los disparos críticos, ni a nada de a lo que se enfrentaban. Sus colmillos avanzaban sin parar pese a perder una o seis patas, ojos o abdomen, poseídas por el instinto salvaje y la desesperación de proteger su nido. Eran cientos de madres defendiendo a su prole.
El líder del equipo, un hombre rápido y certero con las armas de fuego, hizo notar su experiencia al llamar a la retirada en cuanto vio que las criaturas aparecían sin fin. Pero incluso en su celeridad fue ya demasiado tarde, estaban rodeados y la única salida que conocían estaban bloqueada. Todo sucedió demasiado rápido. El líder fue mordido y eso fue lo que selló su final, el efecto del veneno reveló cómo fue que el pueblo acabó reducido a restos tan rápidamente, paralizando al hombre en su sitio y exponiéndolo a merced de las arañas. No tardó ni un minuto en perder hasta la última gota de sangre de su cuerpo succionada por las bestias.
No faltó el que cayó presa del pánico, tampoco quien intentó hacerse el héroe o el que pecó de principiante. Todos los errores, por pequeños que fueran, durante esa terrible noche fueron fatales.
Pero había un miembro del equipo que era inmune a ese y a todos los venenos. Kalhi, mientras luchaba con fiereza, se vio ampliamente superada por la cantidad de arañas que le rodeaban. Ella sí pudo abrirse paso entre las criaturas ponzoñosas hasta la salida, aunque su plan no era huir ni era el de las arañas dejarle escapar.
Afuera, Kalhi pudo dejar libre toda la ira, toda la frustración, toda la impotencia que ya no era capaz de contener tras ver caer a cada uno de sus compañeros. Su cuerpo, cuya estatura estaba lejos de alcanzar los dos metros, creció entre crujidos hasta superar los tres metros de alto y el doble de largo, pues detrás de sí se extendía su robusta cola que, sacudiéndose de lado a lado, empujaba a las criaturas que intentaban clavar sus colmillos en su cola, perforando con dificultad las escamas tornasol. Sus cuatro brazos, dos armados con cuchillas y los otros dos con largas garras goteando veneno, repartían sin piedad cortes precisamente asestados, arañazos letales o agarres que resultaban en patas cercenadas, cabezas arrancadas de cuajo o profundas mordidas tóxicas.
Sus siseos amenazadores se mezclaban con los chillidos arácnidos en la oscuridad de la noche, sus ojos verdes brillaban de ira, sus fauces abiertas exhibían sus largos colmillos. Sus escamas oscuras, que en su momento reflejaban la luz de la luna, ya apenas se veían a través de la marea arácnida que empezaba a cubrirle de la cola a la cabeza.
[TheBalrog]