Tenlo en cuenta al responder.
Hubo un tiempo, es decir, cuando aún no había incorporado ciertas normas, en que Junior sonreía libremente. No obstante, él siempre había sido un niño tranquilo.
Ya desde sus dos años que podía notarse su carácter taciturno. Junior podía recordar los comentarios de su padre al respecto.
—Eres parecido a tu madre —había dicho, usando una voz con matices de orgullo y decepción.
Pero, terminó por acariciar su cabeza y sonreírle tan brillante como el sol.
Por otro lado, y en otro momento, su “madre” había tenido una reacción similar.
Cuando había visto a Junior reír y sonreír por algo tan simple, como el aleteo de las mariposas sobre las flores del jardín, se había quedado mirándolo por unos largos segundos.
—Eres parecido a tu padre —terminó diciéndole, también, acariciando su cabeza.
Él no había sonreído, se había dado la media vuelta y regresado a la mansión, con su característica caminata parsimoniosa y elegante.
Sin embargo, con el paso de los años, la incorporación de ciertas normas y el hecho de que Junior hubiera adquirido un razonamiento particular, las sonrisas fáciles fueron desapareciendo.
Junior había comenzado a creer que las sonrisas solo estaban destinadas a surgir cuando la felicidad fuera genuina.
La emoción debía ser de tal intensidad que no pudiera evitar que en su expresión naciera la manifestación de la alegría.
Su “madre” era la demostración de ello, y había querido imitarlo.
Al menos, en un principio lo había hecho, pero, Junior había querido ir más allá, había querido comprenderlo, y cuando lo había hecho -o creía haberlo hecho-, entendió que las sonrisas solo valían cuando nacían de la pureza del corazón.
A medida que fue creciendo, Junior se percató de lo cursi e infantil que era tal idea, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás: ya formaba parte de su personalidad.
Ya desde sus dos años que podía notarse su carácter taciturno. Junior podía recordar los comentarios de su padre al respecto.
—Eres parecido a tu madre —había dicho, usando una voz con matices de orgullo y decepción.
Pero, terminó por acariciar su cabeza y sonreírle tan brillante como el sol.
Por otro lado, y en otro momento, su “madre” había tenido una reacción similar.
Cuando había visto a Junior reír y sonreír por algo tan simple, como el aleteo de las mariposas sobre las flores del jardín, se había quedado mirándolo por unos largos segundos.
—Eres parecido a tu padre —terminó diciéndole, también, acariciando su cabeza.
Él no había sonreído, se había dado la media vuelta y regresado a la mansión, con su característica caminata parsimoniosa y elegante.
Sin embargo, con el paso de los años, la incorporación de ciertas normas y el hecho de que Junior hubiera adquirido un razonamiento particular, las sonrisas fáciles fueron desapareciendo.
Junior había comenzado a creer que las sonrisas solo estaban destinadas a surgir cuando la felicidad fuera genuina.
La emoción debía ser de tal intensidad que no pudiera evitar que en su expresión naciera la manifestación de la alegría.
Su “madre” era la demostración de ello, y había querido imitarlo.
Al menos, en un principio lo había hecho, pero, Junior había querido ir más allá, había querido comprenderlo, y cuando lo había hecho -o creía haberlo hecho-, entendió que las sonrisas solo valían cuando nacían de la pureza del corazón.
A medida que fue creciendo, Junior se percató de lo cursi e infantil que era tal idea, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás: ya formaba parte de su personalidad.
Hubo un tiempo, es decir, cuando aún no había incorporado ciertas normas, en que Junior sonreía libremente. No obstante, él siempre había sido un niño tranquilo.
Ya desde sus dos años que podía notarse su carácter taciturno. Junior podía recordar los comentarios de su padre al respecto.
—Eres parecido a tu madre —había dicho, usando una voz con matices de orgullo y decepción.
Pero, terminó por acariciar su cabeza y sonreírle tan brillante como el sol.
Por otro lado, y en otro momento, su “madre” había tenido una reacción similar.
Cuando había visto a Junior reír y sonreír por algo tan simple, como el aleteo de las mariposas sobre las flores del jardín, se había quedado mirándolo por unos largos segundos.
—Eres parecido a tu padre —terminó diciéndole, también, acariciando su cabeza.
Él no había sonreído, se había dado la media vuelta y regresado a la mansión, con su característica caminata parsimoniosa y elegante.
Sin embargo, con el paso de los años, la incorporación de ciertas normas y el hecho de que Junior hubiera adquirido un razonamiento particular, las sonrisas fáciles fueron desapareciendo.
Junior había comenzado a creer que las sonrisas solo estaban destinadas a surgir cuando la felicidad fuera genuina.
La emoción debía ser de tal intensidad que no pudiera evitar que en su expresión naciera la manifestación de la alegría.
Su “madre” era la demostración de ello, y había querido imitarlo.
Al menos, en un principio lo había hecho, pero, Junior había querido ir más allá, había querido comprenderlo, y cuando lo había hecho -o creía haberlo hecho-, entendió que las sonrisas solo valían cuando nacían de la pureza del corazón.
A medida que fue creciendo, Junior se percató de lo cursi e infantil que era tal idea, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás: ya formaba parte de su personalidad.