Sugar despierta con un sobresalto, un latido frenético anclado en su pecho.

¿Dónde está su cobija?
¿Dónde está su almohada?
¡¿Dónde está su habitación?!

Mira alrededor con el corazón atorado en la garganta.

La última luz del día se desvanece entre las ramas del bosque, dando paso a una oscuridad antinatural. Sombras largas que parecen querer atraparla. La fría humedad del bosque cala esa vieja camiseta que usa de pijama, su fina piel comienza a sentirse helada.

"¿Qué está pasando...?", se pregunta, pero no hay respuesta, solo un vacío doloroso, tangible, una sensación de abandono que le es terriblemente familiar.

El miedo, frío y pesado, se enreda en su cuerpo. Es una muñeca de azúcar, creada para acompañar y complacer, no para esta oscuridad macabra donde los árboles susurran con la brisa como si compartieran secretos y amenazas. 

Se encoge, haciendo su pequeño cuerpo aún más diminuto. Su melena de algodón de azúcar parece la única mancha de color en un mundo de negro y verde. Su piel, blanca como la nieve recién caída, brilla pálida en la penumbra, más frágil y vulnerable que las hojas que le rodean.

"No te muevas", se susurra a sí misma, abrazándose sus grandes y esponjosos pechos en un intento inútil de calmar el temblor que recorre su cuerpo. "Si no me muevo..."

Pero entonces, una voz llega hasta ella, una resonancia profunda y sedosa que le eriza la piel.

«No temas.»

Sugar contiene la respiración. Su corazón, golpeando contra sus costillas, se acelera, obliga a su frágil cuerpo a girar sobre la tierra húmeda, temblando de forma incontrolable. Sus ojos escudriñan la espesura. En vano. Solo ve formas oscuras, tentáculos de madera raquítica y hojas muertas.

Nada.

Un sollozo de puro pánico se escapa de sus labios. Pero en ese instante, algo toca su hombro.

"¡AH!"

Al principio, es una sensación etérea, como si una pluma helada se hubiera posado sobre ella. Grita bajito, un sonido quebrado, y vuelve a girar, esta vez hacia la nada de donde ha venido el tacto. Y eso es lo que encuentra. Nada. Solo la oscuridad burlona.

Sin embargo, la sensación no desaparece. Comienza a deslizarse, mucho más firme y presente.

Es un contacto que no posee la fuerza de una mano humana, pero tampoco es débil. Se mueve desde su hombro, descendiendo con una lentitud exasperante por la curva de su espalda. Sugar permanece paralizada, un temblor recorriéndola de pies a cabeza cuando siente la intensión en aquel tacto. 

El miedo, visceral y punzante, se mezcla con una curiosidad indebida que brota de su más profunda necesidad de contacto.

El tacto se detiene entonces, un instante, en la pequeña línea de su espalda, dibujando un círculo lento, para luego deslizarse hacia su cintura. Es como ser acariciada por la propia oscuridad, una caricia que no ve, pero que siente con cada partícula de su ser. Un escalofrío que no es de frío, sino de placer, le recorre la columna.

Y entonces, las manos invisibles se posan en sus caderas. Son voluptuosas, una curva pronunciada que siempre le ha dado un aire falso de fertilidad, pues su padre y creador le ha negado el don de dar vida. Los dedos de sombra se cierran sobre ellas con demanda, moldeando su suave carne a través de la vieja camiseta. 

"Ahh…"

Un gemido ahogado escapa sin su permiso. Sus propias manos se aferran a sus brazos, confundida. Esto debería aterrarla, y lo hace, pero también… también calma el doloroso vacío en su pecho que le arropó esa noche al acostarse en su solitario futón. La atención, el contacto, el deseo sin carne es la prueba de que, al menos en ese momento, no está completamente sola.

La entidad invisible tira de ella suavemente, inclinando su cuerpo hacia atrás hasta que su espalda encuentra apoyo en la hojarasca marchita. El tacto se divide entonces; una mano sigue en su cadera, afirmándola, mientras la otra sube de nuevo, pero esta vez por su costado, rozando el lateral de su esponjoso pecho antes de cerrarse sobre él deformando la carne a placer.

"¿Quién... quién eres...?"

No hay respuesta.

Sugar se tensa, pero no se resiste. Cierra los ojos, sus pestañas de azúcar tiemblan sobre sus mejillas, entregándose al vértigo de lo desconocido.

Y el tacto en su pecho se vuelve insistente, la presión de esos dedos invisibles se filtra a través de la tela. Los siente fríos sobre la piel. Los siente amasando sin pudor la redondez esponjosa de su pecho con una habilidad que le hace arder. Los siente concentrándose en el regordete pezón que, contra su voluntad, se erecta en un punto duro y sensible que le hace estremecerse. 

"Nnng… ¿Por qué...?"

Un hilo dulce, una humedad que no debería existir, brota entre sus piernas, en su interior. Un jadeo se le escapa, un sonido pequeño y húmedo.

La otra parte de aquel indescifrable tacto no se queda atrás. Como obedeciendo al llamado de las mieles que brotan entre sus piernas, abandona la cadera para deslizarse, con una lentitud exquisita y tortuosa, por la curva interna de su muslo. La sensación le desarma. Los dedos fantasma exploran la suave carne, presionan levemente, suben... siempre suben, acercándose al calor oculto entre sus piernas. 

"No... No puedes... Ahh…"

Sugar gime, una queja dulce y rendida. Su espalda se arquea. Su cabeza se inclina hacia atrás, apoyándose completamente en la presencia fría que ahora la sostiene. Entonces cae en cuenta que, lo que fuera que sea eso, está debajo de ella.

Sus dedos, temblorosos y ansiosos, se abren camino hacia atrás, buscando a tientas la forma de lo que la sostiene. No encuentra la solidez de un torso humano, ni la curva familiar de hombros, cintura o caderas. En su lugar, sus palmas rozan... algo. Una superficie que no es piel ni tela. Fría, húmeda, indescifrable. Y luego, en la penumbra de su percepción, sus muñecas son envueltas.

Ya no soy dos manos las que siente. Una... y otra más. Dedos firmes rodeando sus antebrazos con una delicadeza que no admite resistencia. Y ella no lo intenta.

Con sus brazos inmovilizados, siente el frío aire de la noche acariciar directamente su piel. Su camiseta, el último velo de su pudor, es deslizada hacia arriba y es arrancada de su cuerpo con un movimiento voraz. Un grito ahogado se congela en su garganta. Sus grandes pechos rebotan en el aire. El bosque ahora besa directamente su piel desnuda, sus hombros, la curva expuesta de sus pechos, sus pezones... Un rubor violento le quema la piel, haciéndola sentir increíblemente frágil y, al mismo tiempo, más viva que nunca.

«Puedo.»

La mano que acariciaba su muslo encuentra ahora el camino despejado. Su tacto, ya no amortiguado por la tela, avanza sin pudor. Dedos de sombra e intención se deslizan por los pliegues de su coñito, un rastro de electricidad que hace que sus músculos se tensionen y luego se relajen en una rendición obasoluta. El contacto asciende, inexorable, hacia el centro de su calor, esa perla húmeda y palpitante que late al unísono con su corazón. 

"Ahhhhhh… hhh.."

Sugar gime, un quejido largo y tembloroso. Sus ojos se cierran mientras el tacto frota, aprieta entre sus piernas, pellizca y tira en sus pezones, atrapándola en un delirio de placer incontrolable.

«Te probaré, pequeña golosina.»

La voz resuena de nuevo, un eco profundo y vibrante que le eriza cada partícula de la muñeca, paralizandola.

Antes, solo había manos y un cuerpo de dimensiones desconocidas, caricias y una suerte de cobijo protector. Ahora, una presión nueva y abrumadora se materializa entre sus piernas. Sugar siente cómo algo se forma contra sus pliegues más íntimos, una presencia sólida, enorme, que no es carne ni piedra. No es un miembro humano; es una columna de oscuridad, de dimensiones que le hacen contener el aliento en un jadeo de puro pánico mezclado con un anhelo retorcido.

Esa masa palpable, fría como la noche pero que irradia un calor innegable, empuja contra su coñito. Un lento, implacable avance que estira sus límites con una dulce y terrible tortura. 

"No... No... Por favor... Por... ¡Ngh!"

Y es que la verga que le folla no está sola. Una nueva presión, idéntica en su naturaleza caliente y colosal, se presiona contra su otra entrada. La entidad no se conforma con un solo acceso. La posesión será total, absoluta. Brutal. Sugar se convierte en el centro de una tormenta de sensaciones.

La primera empujada desde atrás es un relámpago blanco que borra cualquier pensamiento coherente. Su cuerpo, pequeño y voluptuoso, es arcilla entre las manos de la oscuridad. Un llanto silencioso de éxtasis le recorre el rostro mientras es empalada por ambas puntas de la misma lanza de noche. Ya no hay espacio para el miedo, solo para la rendición y el placer. La entidad la envuelve por completo, sus múltiples manos la sujetan mientras los dos falos fantasmales comienzan un ritmo lento y profundo, un vaivén que mece su cuerpo y le hace sentir irrevocablemente poseída, al que responde con una danza de vientre torpe pero acompazada.

"Ahhhhg…"

Un gemido largo y quebrado se escapa de sus labios mientras sus dedos se entierran en la nada que la sostiene. La entidad posee demasiadas manos, demasiados puntos de contacto, y ahora esto... esto que llena cada espacio vacío dentro y fuera de ella. El abandono, el miedo, todo se disuelve en éxtasis, su cuerpo amoldándose, siguiendo el ritmo que el tacto impone, celebrando aquella macabra comunión con lo desconocido.

Cuando el doble empuje ritualiza su cuerpo en un péndulo de sensaciones crudas, una nueva forma emerge de la penumbra frente a su rostro. Es una extensión gruesa, pulsátil, que brilla con una viscosidad etérea. Sin ceremonia, se desliza entre sus labios entreabiertos por el jadeo, llenando su boca de inmediato con un sabor a miel, rancia pero adictiva.

El reflejo de ahogo se dispara instantáneamente. Sugar arcadea, pero sus músculos, traicioneros, se relajan en sumisión y obediencia. La masa viscosa avanza, hinchándose ligeramente, ocupando cada milímetro de su boca antes de deslizarse pesadamente por su garganta. El sofoco nubla su razón. Las lágrimas corren libremente por sus mejillas mientras lucha por inhalar por la nariz, el sonido que produce es un gorgoteo húmedo y obsceno, la banda sonora de su propia violación divina. 

Ahora está sellada, perforada en los tres puntos que la definen, convertida en un simple receptáculo para la esencia del bosque. Y el bosque la reclama, tendiéndola a cuatro patas.

Sugar cae hacia la hojarasca húmeda, sus palmas y rodillas se hunden en el manto de hojas y tierra fría. La posición es primitiva, vulgar, exponiendo aún más su fragilidad al bosque hambriento que la reclama con mayor ahínco, azotándose contra ella en cada punto de posesión, llegando tan profundo y fuerte que la huella es visible y palpable en su abdomen, donde cada miembro dibuja su forma al completar sus estocadas.

Cada embestida la sacude hacia adelante, haciendo que sus manos resbalen en la hojarasca y se entierren en el suelo blando.

El bosque la consume. Las ramas bajas parecen acariciar su cabello, las raíces del suelo se enredan en sus tobillos, afirmándola en su lugar. Es el altar y la ofrenda, y la vasija a punto de ser llenada.

Un zumbido profundo, que parece emanar de las mismas raíces de los árboles, precede al clímax. El bosque se estremece en su totalidad, y esa vibración se transmite directamente al interior de la muñeca. Los dos falos que la perforan se hunden hasta lo más húmedo y profundo de su ser y, en un pulso simultáneo y abrumador, liberan su esencia, y el calor del bosque, espeso y abundante, se desliza en sus entrañas.

Es llenada más allá de lo posible. Su vientre se abulta añorando cada gota, mas sin embargo, los restos escurren por sus muslos. Un grito desgarrado le quema la garganta, pero el sonido es absorbido por la densa capa del bosque. Su cuerpo se convulsiona con un éxtasis profundo, una sacudida eléctrica que hace brillar su piel pálida con un destello fosforescente. Ella acaba junto a lo desconocido y es en ese momento que un espasmo la saca de la pesadilla. 

Sus ojos se abren de par en par, clavados en el techo familiar de su habitación. 
La luz suave del amanecer filtra por la ventana. 
Jadea, el corazón apretado, y sus manos palpando su propio su cuerpo. 
Su camiseta de algodón, intacta. 
Su piel, seca. 
Su vientre, plano.

Se sienta en la cama, respirando hondo, intentando calmar el temblor que recorre sus extremidades. 

"Un sueño... solo un sueño", se repite, llevándose una mano a los ojos para enjugar una lagrimilla. El alivio, dulce y ligero, inunda su pecho junto al aroma de la tierra húmeda... Se mira las manos y descubre negras sus uñas, la tierra acumulada. Un nudo se ajusta en su garganta y, al deslizar la lengua por sus labios resecos, un sabor persistente, a miel rancia, le dice que, quizás, la frontera entre el bosque de sus sueños y la realidad es mucho más delgada de lo que quiere aceptar.